martes, 5 de marzo de 2019

WAFI SALIH O DEL CANTO ANUDADO A LOS CEDROS



                   José Carlos De Nóbrega 
                      WAFI SALIH O DEL CANTO ANUDADO A LOS CEDROS
Nativa de un país mío y desconocido me nombro donde no estoy. 
Wafi Salih.
Wafi Salih (Valera, 1966) es una voz significativa y enternecedora del río vivo de la poesía venezolana hoy. También nos seduce su coqueta personalidad, su don de gente y su increíble oído poético y crítico. Nos ha dispensado visitas a Valencia, las cuales esta ciudad ha celebrado.
Su trabajo lírico comprende el compromiso con el Otro, el que sufre la inclemencia del tiempo histórico y su juego cínico del poder vertical, así como también la aproximación personal e intimista al género del haiku que involucra notables referentes como Basho y José Juan Tablada. Nos complace comentar, en el fuego de la amistad, tres de sus poemarios: “El Dios de las Dunas” (2005), “Huésped del Alba” (2006) y “Vigilia de Huesos” (2010).
“El Dios de las Dunas”, publicado por el perro y la rana en un ejercicio descuidado de curaduría editorial, presenta un conjunto de textos poéticos en prosa que connota una lectura devota y personal de Ramos Sucre. El volumen es un acto sentido de contristación y solidaridad con El Líbano, ello en el dibujo de una paisajística y cartografía del dolor que al punto recrea el proceso histórico traumático de la Guerra Civil (1975-1989).
La índole profética de la voz, en tanto denuncia y activismo que persisten en la restitución de la justicia, no atenúa las imágenes crudas e hiperrealistas para desenmascarar el corazón depredador de los poderes fácticos de Estado en la carnicería terrorista: “Recoge Israel, sobre las líneas de mi mano, el cuerpo de El Líbano en tus muertos”. Nos retrotrae en la apuesta por una auténtica concientización histórica, películas contundentes alusivas a tan indignante coyuntura como “El Ocaso de un Pueblo” (1981) de Volker Slöendorff y “Vals con Bashir” (2008) de Ari Folman.
Incluso tenemos la imaginería expresionista –pictórica y audiovisual- en la apropiación del conflicto bélico a campo abierto o focalizada en callejuelas claustrofóbicas: “Dios envejece cansado de salvación. Raíces estridentes afilan sus sombras enloquecidas, asoman desde la esfinge de fuego ancestral de mi pie nómada, como la arena en el país milenario de lesión cautiva”. Subyace un cuestionamiento a la perversión de lo religioso como aparato ideológico e intolerante de facto, para reivindicar y recobrar su condición de modo de vida enclavado en la liberación espiritual.
No hay reminiscencias edulcoradas de la nación antes de la guerra, como las que registran las postales turísticas. Por el contrario, la memoria del Paraíso de la infancia se debate con las fuerzas castradoras que acogotan su esplendor dulce, de allí el quiebre de la voz exiliada sin aliento: “Beirut sin faz largo tiempo en la memoria sofoca de soles secretos de llama helénica la profética luz de los pájaros desterrados, una y otra vez, como una maldición”.
A contracorriente de las falsificaciones historiográficas, Wafi Salih toma la trocha de una crónica rebelde, descarnada y lírica de su tiempo, al igual que Miguel Hernández, los poetas nicaragüenses del Decir e incluso la poesía memorialista de Isaías Cañizález Ángel respecto al Chile en ruinas. El léxico humanístico en demasía cae sobre las astillas del país como palo de lluvia mágico y purificador, de modo que la esperanza brote insurrecta: “Beirut ajena a la locura representa en su dolorosa mansedumbre el aletear monótono de un pájaro mítico”.
Más adelante, contraponiéndose al discurso mediático descontextualizado, amarillista y palangre de intereses inconfesables, nos revela otra arista esperanzadora pero desprovista de expectativas optimistas desmesuradas: “Recupero en el ritmo gutural de la memoria, un laúd de lluvia asomado a las formas de tu mano abatida. Desmesura del latir, el exilio desplegado en el viento ejecuta el destino”. La prosa poética transita del estrépito de los obuses y metales apocalípticos que fragmentan la casa libanesa, a la musicalidad sosegada del caudal vital que lava y acondiciona plácidas avenidas por andar en el Amor.
“Huésped del Alba” es un tríptico en el que Wafi Salih desarrolla a plenitud el género del haiku como cosmovisión enriquecida del mundo en el verso breve. Consciente de un antecedente como el mexicano Tablada, quien inauguró en Venezuela a principios del siglo XX tal diálogo con la poesía japonesa [valga su tenor experimental y lúdico], ella escribe los suyos que se regodean en el minimalismo, el tierno pulso interior y la despojada captación del entorno cotidiano. Atar el cielo y la tierra aunque la rosa rasguñe la mano que la importuna.
Además del rigor juguetón de la contemplación interna que se corresponde con el paisaje, la musicalidad sedosa de esta miniatura poética y el efecto que desconcierta el pensamiento unívoco, tenemos la configuración espontánea del Ars Poética: “¿Quién camina / entre las líneas blancas / del poema?”. Por supuesto, el trabajo de Wafi destila una inteligencia inquieta que conmueve al lector, eso sí, tomando distancia crítica de las poses culteranas que fracasan en esterilizar las facultades dialógicas de la Poesía. Al igual que José Emilio Pacheco impostando con respeto cómplice la voz de Catulo, o los Somaris luminosos de Gustavo Pereira, nuestra poeta reafirma su condición latinoamericana y mestiza: “En mi taza / la borra de café dibuja / caminos abiertos”.
El Oráculo se dispone en el mismo acto de acostar las arepas en el budare a la leña. Incluso degustar peras jugosas en Salamanca se convierte en una ofrenda de amistad maravillada a Carmen Ruiz Barrionuevo: “Quién lo diría / el olor de las peras / me ha hecho llorar”, canción mínima tomada del poemario “Vigilia de Huesos”. La preocupación político-social no evade tampoco tan peculiar soporte, pues el malestar colectivo no es ajeno al alma mística ni a la esencia Zen revisitadas: “País derruido / un lamento la lluvia / sobre las piedras”.
Se establece un puente cálido con Juan Calzadilla y su poética de autorreflexión que confronta no sólo con el mundo, sino también consigo mismo hasta el sarcasmo: “Me detengo: / contemplo las hormigas / sobre mi sombra”, tanto el budismo como la irreverencia que hace cosquillas en el paladar de la ballena que tragó a Jonás, son herramientas válidas a la hora de desmontar las veleidades del Ego y la cultura dominante que las apuntalan.
Ni el haiku ni el aforismo son asediados por simetría cartesiana alguna, por el contrario, la esencia se encuentra en la disonancia contingente de nuestra confederación de almas: “Sobre el poema / una mancha de tinta / ¡ahora es perfecto!”. Afortunadamente, no obstante su multiplicidad de sugerencias y registros, la poesía de Wafi Salih siempre está dispuesta a acariciarnos bajo la luminosidad púrpura y declinante del crepúsculo. Si lo dirá la legión de sus amigos, lectores y comentaristas que abrevan en su poesía y personalidad cautivadoras en un estado inédito de Gracia.

EXORDIUM


                                                       

                                                                                                             Carlos Puertas
EXORDIUM


                          Este es un discurso que pareciera reflejar la tranquilidad del espíritu y la belleza, desde una aldea única, permeada del nihilismo más puro que se mira a sí mismo, ahogado en sus propias angustias, mordiendo su propia cola.

América es una totalidad cultural, en la que su ser aborigen está íntimamente asociado con su tierra. Él es presencia y ejercicio continuo de lo que somos; es nuestra identidad en todo su esplendor, en toda su fuerza y en todo su vigor, ya sabemos que es un tema controvertido por los distintos matices que en ella concurren, sean éstos ideológicos o políticos, culturales o académicos. Sin embargo, tenemos ante nosotros una importante pieza de ensayo creativo, una valiosa reflexión cuyo contenido subyacente nos plantea profundizar los procesos de etnicidad y revitalización de lo que somos como pueblo y continente.

El mérito de Wafi Salih  es la luz de sus metáforas con que despeja “el callejón sin salida” en el que nos acorraló la postmodernidad. La autora expone y sugiere más de lo que explica, ella piensa desde la poesía. Su originalidad está en el detalle acucioso, en la categorización implícita. Es, cómo no decirlo, como esas voces que bajan del cerro a la ciudad para hablarnos, con su sola presencia de caminos y sueños comprometidos con su tiempo. Joyas formadas de imágenes y símbolos de alto vuelo. Su relectura me ha impresionado, sobre todo en aquellos pasajes del cuento mexicano de Juan Villoro, en el que su personaje Yanbabalón remeda con fina gracia e ironía torcidas maquinaciones de las que hace víctimas a prójimos y extraños, léase imperio, orden mundial, capitalismo.

Los capítulos donde se revelan poemas y autores, van presididos por versos que definen la esencialidad y precisión del tema existencial contenido en el mismo. Wafi no está pensado en una sociología de la historia, su intención no es especulativa y apunta, más bien, a una poética de la historia. Es la escritora que se preocupa de la poesía y su dominio, para que sea la belleza, como razón, la que guíe al lector. En sus ensayos abunda el verso irónico e ingenioso, basado en la observación espiritual y su grandeza  imaginativa  que revela rasgos exquisitos. Como un árbol cephirótico, juguetea entre sombras y claridades, se agita y se aquieta como el carcaj y la flecha, otras veces, su luz tiembla a través del follaje.


Vidente, como todo gran poeta, escudriña la realidad interior del alma humana, y desde allí, la fuerza telúrica de su territorio escritural. Su identidad es espiritual, de mujer en una naturaleza voraz que reclama su puesto en el cosmos social y racional, por eso su ensayo inspira admiración, respeto y reconocimiento. En otras palabras, ha hecho de su oficio de pensadora literaria, cura y destino  para mitigar las desigualdades de género. Su finalidad, es un llamado de atención a antropólogos que escriben la creación desde la fría mesa de disección,  y no desde la humana palabra. Esta función de humanización del conocimiento  libera a esta obra del círculo de las repeticiones teóricas cientificistas, conduciéndola a la espiral posible de la trascendencia del ser, a través de lo que declara y reclama su verbo creado.  Nos recuerda a María Zambrano en su afán de poetizar la filosofía,  ejército de mentes ávidas por crear interrogantes y no mera información de manuales académicos, sino una novedad digna de ser leída por su grado de elevación estética.

¿Cuántos se han comprometido con esta tarea? Olga Luzardo, Fermín Toro, Pérez Bonalde, Andrés Eloy Blanco, Mariano Picón Salas, Mario Briceño Iragorry, Michaelle Ascensio… Sabios artistas, poetas y humanistas, generaciones que se han ido, pero aún nos  comprometen con su legado edificante. ¿Quién se pregunta hoy, como intelectual activo,  ¿cuál es mi aporte a esta gran trama de la existencia donde fui llamado a ejecutar una obra? ¿Dónde está mi voz, mi  palabra horizonte?

¡Sal de la cueva o muere en tu infinita incapacidad de vencer la sombra de tu propio verdugo! Tu Yo, enajenado, necesita morir. Tu palabra-acción es reclamada por  la historia. 

Todo este estremecimiento interior es la expiación vital del ser humano, intimidad aterradora, muerte y resurrección, nuestro juicio final, cuya sentencia parece decirnos: ¿qué hiciste con tu vida?, ¿con el legado que recibiste?, ¿qué hiciste con tu inteligencia?, ¿dónde está tu obra? He aquí el desafío  que toca las fibras de silicona de la modernidad-postmodernidad, es el tiempo que cierra el ciclo de los grandes héroes, genios, para dejarnos en la intemperie del sentir, la sobrexposición  del espectáculo. Y, sin embargo, podemos continuar diciendo que este cierre es algo más que un epílogo concluido, pues será necesario volver a esas otras intenciones  para salvarnos como especie. Nuestra ancestralidad requiere asumir la identidad como concepto de liberación de los pueblos y raíz fundamental de su resistencia.

Vista así las cosas, este trabajo de Wafi, resulta incómodo para las exigencias de los estudios cerrados, cuadrados, impregnados de rigor mortis, sin embargo,  su logro radica en desarrollar la poética de una identidad. Veo en este ensayo el primer  esbozo de una investigación posterior que deberá tener como tema “el mito de nuestra totalidad cultural”, mirándola desde adentro, desde su composición mítica y ritual. Glosar el razonamiento diferencial consiste en discurrir y comparar nuestra totalidad cultural que se va construyendo desde la realidad fenomenológica y sociocultural, que va apareciendo a lo largo de distintos desarrollos inéditos, tales como: movimientos de pobladores, colectivos sociales, comunas, y todo tipo de colectivo.

Ahora bien, la paz debe ser categoría y análisis y fundamento de toda antropología de liberación, del mismo modo que la justicia, por lo cual, para comprender lo que somos, debemos tener suficiente paz, pues toda guerra es la negación y destrucción del otro.

Y así regresamos a lo simple. ¿Cuáles son los impulsos que nos han llevado a otros lugares? ¿Qué te obliga a tener relaciones con los “otros”?

Toda revolución debe ser esencialmente cultural y científica, profundamente mística y supremamente artística. Más allá del discurso de la postmodernidad y la conquista: el show mediático y el cowboy. Se trata de mí y de los otros, con quien elaboramos la alianza o acuerdos de convivencia para la paz y la justicia entre todos los hombres y mujeres que habitamos este mundo. En este sentido cabe recordar a Jean Marie Auzies: “la antropología es el arte de hacer decir lo que no está dicho, y sin embrago, está expreso, no en el discurso escrito sino, de alguna manera, en el discurso de las cosas de la vida”.

Valioso panorama de perspectivas abiertas por la magia de esa antropología del verbo que parece repetir nuevamente al hombre y a su creación “sela fiat”: hágase la luz, y brille para siempre el entendimiento humano.
Carlos Puertas