José Carlos De
Nóbrega
WAFI SALIH O DEL CANTO ANUDADO A LOS CEDROS
Nativa de un país mío y desconocido
me nombro donde no estoy.
Wafi Salih.
Wafi Salih (Valera, 1966) es una voz
significativa y enternecedora del río vivo de la poesía venezolana hoy. También
nos seduce su coqueta personalidad, su don de gente y su increíble oído poético
y crítico. Nos ha dispensado visitas a Valencia, las cuales esta ciudad ha
celebrado.
Su trabajo lírico comprende el
compromiso con el Otro, el que sufre la inclemencia del tiempo histórico y su
juego cínico del poder vertical, así como también la aproximación personal e
intimista al género del haiku que involucra notables referentes como Basho y
José Juan Tablada. Nos complace comentar, en el fuego de la amistad, tres de
sus poemarios: “El Dios de las Dunas” (2005), “Huésped del Alba” (2006) y
“Vigilia de Huesos” (2010).
“El Dios de las Dunas”, publicado por
el perro y la rana en un ejercicio descuidado de curaduría editorial, presenta
un conjunto de textos poéticos en prosa que connota una lectura devota y
personal de Ramos Sucre. El volumen es un acto sentido de contristación y
solidaridad con El Líbano, ello en el dibujo de una paisajística y cartografía
del dolor que al punto recrea el proceso histórico traumático de la Guerra
Civil (1975-1989).
La índole profética de la voz, en
tanto denuncia y activismo que persisten en la restitución de la justicia, no
atenúa las imágenes crudas e hiperrealistas para desenmascarar el corazón
depredador de los poderes fácticos de Estado en la carnicería terrorista:
“Recoge Israel, sobre las líneas de mi mano, el cuerpo de El Líbano en tus
muertos”. Nos retrotrae en la apuesta por una auténtica concientización
histórica, películas contundentes alusivas a tan indignante coyuntura como “El
Ocaso de un Pueblo” (1981) de Volker Slöendorff y “Vals con Bashir” (2008) de
Ari Folman.
Incluso tenemos la imaginería
expresionista –pictórica y audiovisual- en la apropiación del conflicto bélico
a campo abierto o focalizada en callejuelas claustrofóbicas: “Dios envejece
cansado de salvación. Raíces estridentes afilan sus sombras enloquecidas,
asoman desde la esfinge de fuego ancestral de mi pie nómada, como la arena en
el país milenario de lesión cautiva”. Subyace un cuestionamiento a la
perversión de lo religioso como aparato ideológico e intolerante de facto, para
reivindicar y recobrar su condición de modo de vida enclavado en la liberación
espiritual.
No hay reminiscencias edulcoradas de
la nación antes de la guerra, como las que registran las postales turísticas.
Por el contrario, la memoria del Paraíso de la infancia se debate con las fuerzas
castradoras que acogotan su esplendor dulce, de allí el quiebre de la voz
exiliada sin aliento: “Beirut sin faz largo tiempo en la memoria sofoca de
soles secretos de llama helénica la profética luz de los pájaros desterrados,
una y otra vez, como una maldición”.
A contracorriente de las
falsificaciones historiográficas, Wafi Salih toma la trocha de una crónica
rebelde, descarnada y lírica de su tiempo, al igual que Miguel Hernández, los
poetas nicaragüenses del Decir e incluso la poesía memorialista de Isaías Cañizález
Ángel respecto al Chile en ruinas. El léxico humanístico en demasía cae sobre
las astillas del país como palo de lluvia mágico y purificador, de modo que la
esperanza brote insurrecta: “Beirut ajena a la locura representa en su dolorosa
mansedumbre el aletear monótono de un pájaro mítico”.
Más adelante, contraponiéndose al
discurso mediático descontextualizado, amarillista y palangre de intereses
inconfesables, nos revela otra arista esperanzadora pero desprovista de
expectativas optimistas desmesuradas: “Recupero en el ritmo gutural de la
memoria, un laúd de lluvia asomado a las formas de tu mano abatida. Desmesura
del latir, el exilio desplegado en el viento ejecuta el destino”. La prosa
poética transita del estrépito de los obuses y metales apocalípticos que
fragmentan la casa libanesa, a la musicalidad sosegada del caudal vital que
lava y acondiciona plácidas avenidas por andar en el Amor.
“Huésped del Alba” es un tríptico en
el que Wafi Salih desarrolla a plenitud el género del haiku como cosmovisión
enriquecida del mundo en el verso breve. Consciente de un antecedente como el
mexicano Tablada, quien inauguró en Venezuela a principios del siglo XX tal
diálogo con la poesía japonesa [valga su tenor experimental y lúdico], ella
escribe los suyos que se regodean en el minimalismo, el tierno pulso interior y
la despojada captación del entorno cotidiano. Atar el cielo y la tierra aunque
la rosa rasguñe la mano que la importuna.
Además del rigor juguetón de la
contemplación interna que se corresponde con el paisaje, la musicalidad sedosa
de esta miniatura poética y el efecto que desconcierta el pensamiento unívoco,
tenemos la configuración espontánea del Ars Poética: “¿Quién camina / entre las
líneas blancas / del poema?”. Por supuesto, el trabajo de Wafi destila una
inteligencia inquieta que conmueve al lector, eso sí, tomando distancia crítica
de las poses culteranas que fracasan en esterilizar las facultades dialógicas
de la Poesía. Al igual que José Emilio Pacheco impostando con respeto cómplice
la voz de Catulo, o los Somaris luminosos de Gustavo Pereira, nuestra poeta
reafirma su condición latinoamericana y mestiza: “En mi taza / la borra de café
dibuja / caminos abiertos”.
El Oráculo se dispone en el mismo
acto de acostar las arepas en el budare a la leña. Incluso degustar peras
jugosas en Salamanca se convierte en una ofrenda de amistad maravillada a
Carmen Ruiz Barrionuevo: “Quién lo diría / el olor de las peras / me ha hecho
llorar”, canción mínima tomada del poemario “Vigilia de Huesos”. La preocupación
político-social no evade tampoco tan peculiar soporte, pues el malestar
colectivo no es ajeno al alma mística ni a la esencia Zen revisitadas: “País
derruido / un lamento la lluvia / sobre las piedras”.
Se establece un puente cálido con
Juan Calzadilla y su poética de autorreflexión que confronta no sólo con el
mundo, sino también consigo mismo hasta el sarcasmo: “Me detengo: / contemplo
las hormigas / sobre mi sombra”, tanto el budismo como la irreverencia que hace
cosquillas en el paladar de la ballena que tragó a Jonás, son herramientas
válidas a la hora de desmontar las veleidades del Ego y la cultura dominante
que las apuntalan.
Ni el haiku ni el aforismo son
asediados por simetría cartesiana alguna, por el contrario, la esencia se
encuentra en la disonancia contingente de nuestra confederación de almas:
“Sobre el poema / una mancha de tinta / ¡ahora es perfecto!”. Afortunadamente,
no obstante su multiplicidad de sugerencias y registros, la poesía de Wafi
Salih siempre está dispuesta a acariciarnos bajo la luminosidad púrpura y
declinante del crepúsculo. Si lo dirá la legión de sus amigos, lectores y
comentaristas que abrevan en su poesía y personalidad cautivadoras en un estado
inédito de Gracia.