Ender Rodríguez
Escritor / creador visual multidisciplinario
WAFI
SALIH:
Entre
el cósmico aleteo de las cigarras, los dioses y un ladrido de guerra.
“Yo Wafi Salih
un haikú con
espinas
sobre el
mundo”.
…¿Será cierto que existo?...
…¿Cuantas tumbas hay en el pecho de Dios?...
El texto a continuación trata de ser un aproximado
espejo que se asoma a la multi-versa poética como indagación de la vida en Wafi
Salih. No pretende ser un estudio, cronológico, en todo caso, sería más exacto
decir que intenta apenas dejarse tocar profundamente por el aleteo de la lírica
y el aullido prolongado de lo más vívido en su literatura. Y es que Wafi (Valera,
1966), es una escritora libano/venezolana complejamente inclasificable, no representa
ella una limitada bandera dedicada solo al registro de versos sobre los dolores
de una confrontación armada en el espectro árabe, ni es la pura belleza y
absoluta del canto/ haikú, ni tampoco
una única ensayista amante de la espiritualidad aborigen venezolana en María de
La Onza, menos aún es solamente una pedagoga de la vida desde su larga carrera
de “maestrías experienciales” o quien solo ha generado “guiones para teatro”
montados en más de 300 oportunidades por el país; es decir, no es así, porque Wafi
son todas las Wafi Salih que la naturaleza integradora del “Todo” le ha
obsequiado ser desde la multiplicidad de su ser, de su “otredad vital” que
comulga en ella y se interrelaciona en mediación con el mundo.
“Nativa de
un país mío y desconocido me nombro donde no estoy”
Lleva la poeta consigo el olor en su memoria del cedro,
la flor del azahar, los dátiles, la voz genética al fondo de sus palabras;
Parte de su infancia y y juventud, criada en la Costa Oriental del lago, en el
Zulia, Venezuela y esa otra patria de sus parientes de sangre, evoca, también
su escritura, el arrullo de los
balancines que con su seco chirrido, como un lamento, succiona el negro oro,
que es el petróleo.
Lo vivido se ha convertido en sus obras literarias,
ella es lo que escribe. Algunos haikús
o poesía breve, como prefiere llamarlos,
tienen un dejo en su tono, de pureza infantil.
Etérea, en ese maravillarse ante los elementos, fluye en una cosmogonía de lo
que existe y puede vivirse tanto hacia adentro como hacia afuera. Conocida como la maestra del poema breve en el país, se
borran las fronteras, los limites, de las realidades, en esos rayos de luz que
son sus versos, siendo afuera, adentro, y viceversa. Pienso que estas poéticas
tan sucintas, son una manera de sobrellevar el mundo, huir de las puertas de la desolación. Son un método para encenderse el alma desde el
enchufe esencial: el verbo.
“Mientras,
La Vía Láctea
en mi taza de té
cada mañana”
Ha publicado Wafi los poemarios Los cantos de la noche
(1990), Las horas del aire (1991), Pájaro de raíces (2002), El Dios de las
Dunas (2005), Huésped del alba (2006), Caligrafía del aire (2006) y Cielos
descalzos (2009),Con el índice de una
lagrima. y una veintena de libros más, de diversos géneros, ensayo, cuento,
poesía infantil, etc.
Destaco de su trabajo literario, “Hombre moreno viene
en camino”. Una serie de monólogos, que no pierde relación con su estilo
poético. Su reconocimiento literario trasciende
el país, lo encontramos en periódicos
y revistas literarias por todo el
mundo. He contado más de diez antologías
poéticas, que la incluyen, seguramente serán muchas más. Traducida al italiano,
árabe, francés inglés y pronto al portugués. Numerosos investigadores de la
literatura escriben sobre su literatura. Espera un extenso trabajo de investigación
literario-antropológico, ser
publicado.
“…Atemporales los muertos, la brusca ternura de su
presencia ida, golpea en el pecho, similar a un Sultán cuando hinca en el lomo blanco de su
corcel las espuelas.
Exceso de espesura sobrevive de ellos. Quietud
ilimitada, copia el tormento en las ramas de sol. Ritual silencioso de la
amargura.
1973. ¿Ha muerto quién dentro de mí? El desierto tenía la tez húmeda de pólvora,
comparable a la grandeza ostentosa de un Califato. Deshace esta tarde de
esfinges traídas en el paisaje litúrgico del agua, el simple acto de
vivir. Allí dibuja la borra del café,
serpientes de triunfo, en el semblante de ángeles sin reino.
Himnos del país inmolado por las arañas del alba,
espejo ausente del devenir, pudre la luz, y el ver una rara propiedad de las
arterias, proyecta este otro país sustituido por sus sombras…”
El poema anterior tomado del libro “El Dios de Las Dunas” hace referencia a las heridas más hondas que
producen las confrontaciones armadas. La guerra civil del Líbano que inició en
1973, y duró 18 años. País siempre convulso, se filtra en la escritura de Wafi. Percibimos la tierra
dolida en ella, la tierra misma, desierto que somos, al indagar en lo invisible, en la espiritualidad, de los abrazos, de los
que nos amaron y se fueron a algún plano, levitan en silencio, o cantan en
nosotros. En este texto el amor es el origen, la esencia animal/vegetal/mineral/humana
de las vibraciones. En fin, es su obra un
salmo a la vida y su contra-vida, es un beso a la luz que engendra y una
denuncia a lo macabro que arruina el alma y gime, cual demonios desatados sobre
el mundo y hace pensar a muchos que Dios al parecer es
otra bomba más que se avecina.
“…Una caravana de camellos salvajes asemeja la
celeridad de las lágrimas. Racimo de oscuridades hincha el vidrio de la honra. Noche con sol. .. Error, vagina,
flor, sobra de Dios. En su apacible oasis, asoma por los velos, su viva muerte…Cuerpo donde no
vive nadie. Suena una puerta, tocada por el viento. Quiere entrar, mueve la arena y la casa del cuerpo y el
cuerpo de la casa. No alteran el orden incoherente del amor…”
Respiramos este fragmento de poema y viajamos a la
aurora árabe que circunda verbos y arenas no movedizas, en el papel. Me confió
Wafi en una carta donde le preguntaba las motivaciones de algunos de sus
poemas, que una “bomba racimo” esparció el cuerpo de una de sus abuelas, por el
patio de los jazmines, y más allá. En el ensangrentado Líbano del año.1983,
cuando entró Estados Unidos. Escucho uno de sus cantos, son letanías, que acercan
lo sagrado: “…Suspende una cimitarra, al
revés del Corán, donde la candidez solar de un Sufi, balancea una lección de
fe: “Los dientes del peine de un tejedor, son todos iguales, los hombres
blancos y negros, árabes y no árabes…” Yo
como autor de este texto he vivido de
cerca la guerra, otras guerras, pero guerras al fin, agrias también al corazón
y al tacto. Las guerras de mi infancia, la muerte de seres entrañables.
Descubrimos formas igualmente crueles de hacer la guerra, de estar en guerra. Puedo decir que mi infancia como la de
Bukoswki, solía irse ciega a saltar como un delfín en el mar congelado. A mi
hijo con un síndrome cerebral lo he visto casi morir 7 veces. La última en
Julio/2019 cuando convulsionó y se dobló tembloroso derribado en el suelo como
una lastimada oruga que no respiraba, su color morado era como el de una
mariposa que se despedía. Logró vencer otra batalla, y nos libró del dolor. También
se salvó mi padre de sus guerras del alma, cuando sus brotes psicóticos lo
hacían estallar y yo jugaba con hojillas, retando la vida. Soy un varón, sin
duda alguna, pero sentí que aullaba extrañamente algo en lo que se me asemejaba
a un vientre dentro de mí, es que los dolores más profundos, están en esa
parte, aunque no se tenga. Es un misterio todos nos parimos a nosotros mismos,
cuando algo nos derrota.
El suicidio me
persiguió por un largo tiempo, caminaba junto a mi como queriendo ser mi
derrotero. Era un humo como el de las ollas de mi madre, que la fuerza de mi
familia, el ancla que son ellos, sopló, y lo alejó de mí. Espero que sin
retorno. A mi abuela la mató la guerra, de la negligencia, un doctor que abusó
de la anestesia, la derribó, para siempre.
La poeta vuelve
sobre sus pasos, y me dice, al inquirir sobre su historia personal: “…Al Líbano viajé a los 7 años, en 1972, y estalló
la guerra en el año 1973. Más de un
bombardeo, me hizo temblar de terror, y esconderme junto a mi mamá y mi hermano
debajo de la cama. Esa memoria de los estallidos sigue atormentándome en muchos
de mis sueños. Mi padre nos fue a buscar, la guerra no cesaba, menos mal,
porque dieciocho años si es que uno queda vivo, minan el espíritu… Mis abuelos se
amaban profundamente, nunca se hablaron ni se vieron antes de casarse, y sin
embargo, fueron felices como la más bella historia de amor, pero como toda
bella historia, terminó en tragedia. Repetidamente,
decía, MI ABUELO, mirando al cielo, a Dios, que jamás, ella, le faltara, que no
permitiera, se fuera antes, pero Dios a ese ser, lleno de piedad, no lo oyó, y
se la llevo de su lado, de la peor forma.
La
trae mi memoria, amasando el pan y haciéndolo bailar por los aires. Recoger las
aceitunas, de todo tipo y tamaño, exprimirlas para sacar gota a gota el aceite,
todo eso aprendí con ella, y a recitar de memoria los libros sagrados de los
Drusos, mientras cebaba el mate. Era enérgica, fuerte, y olía como a tierra con
almizcle. Muchos aseveran ver su sombra
tras de mí cuidando mis pasos.
Mi
familia es de migrantes, de Palestina, que por el desierto llegaron al Líbano. Una caravana, de sucesos, de viaje, mueve mis
días. Del Líbano me traigo los sabores del cardamomo, los dátiles, las perras
de agua, los frutos secos, las especies,
la ternura de las expresiones de afecto de los árabes,, y la voz de los
desiertos surcándome”.
Yo Ender, me asombro con la dualidad de vida, que en
una mano nos entrega belleza, y en la otra espinas. Amo el quehacer poético de
Wafi, su vida llena de altibajos, una paradoja hecha mujer. Ama ENSEÑAR, por
sus manos sé que han pasado muchos jóvenes, de todo el país, la consultan, para
que ella amorosamente los oriente. Tiene muchos hijos del corazón como ella
expresa. Pero del cuerpo, el cuerpo, eso que tanto placer da, no pudo sostener
más que uno. Perdió los otros cuatro, en los meses de gestación. No hay sufrimiento
más grande. Esas almas navegan, iluminándola, lo sé, aunque aún no la conozco
en persona, en sus palabras veo esa luz que se desprende, en su rítmica poesia.
Insisto ha marcado a muchos jóvenes escritores, en Táchira ya es una referencia.
Estudiantes de letras y artes, asesorados por Wafi, hoy son excelentes
escritores, una madre lírica que corrige sus metáforas con severa ternura. Por
eso la vida nos remienda, y descose, nos
reconstruye y desconstruye… a pesar de los pesares.
Wafi es de libar poco, pero cuando lo hace el cocuy y el
miche tachirense son sus preferidos. El tabaco, es otra cosa, es para meditar, para
reflexionar/poetizando, para sintonizar su espíritu descifrando las neblinas
del humo. Al igual que este servidor, sus placeres son simples, costumbres de
gente mansa. Sin prejuicios, sometidos a los rituales que impone el arte, y que
cada uno interpreta como mejor puede. Yo viví
muchos años en la Amazonía venezolana, aprendí, que no todo lo
inexplicable, nos era ajeno. Vi cosas y oí otras, que difícilmente me creerían.
Por saber que otros mundos son posibles, tal vez por eso, me convertí en poeta,
para caminar de mundo a mundo, sin impedimentos, de espacio, tiempo. Solo desde
el ser único de la poesía. Muchas cosas
me conectan, e identifican con la poeta, pero especialmente el arriesgado goce
por vivir.
Desde lo ancestral que le acompaña, la imagino,
rememorando amores, batallas perdidas y ganadas que la hacen lo que es. La
poeta luminosa como sus haikus, una María
de La Onza, elevada en su tapir mágico. Wafi adelanta un trabajo sobre
identidad, tesis doctoral, y experiencia de vida, MARIA LIONZA, es su objeto de
estudio, y la ceremonia, del tabaco lo que la lleva a ella.
Viví rituales extraordinarias en la amazonía
venezolana por los años 91 y 96, como en sueños, un shamán piaroa, envuelto en humo, lanzaba sus oraciones, quejidos, ruidos
destemplados de animales, salían de su boca. El extraía de mi pecho, espalda, brazos, todo mi cuerpo y de mi ser más adentro, la
malignidad de espíritus extraños, oscuros que según ellos, procuraban mi mal.
Yo no los vi, aunque confieso, algo de tranquilidad, logré, no sé, si por
sugestión, o porque realmente algo habitaba mi espíritu.
Me explicaron en la cuenca del Suapure. Existen liturgias
muy interesantes, cargadas de
símbolos identitarios de sus
pueblos, Se de una etnia africana, donde los hombres riegan con su semen la
tierra para fertilizarla. Las mujeres wayuú, desentierran al cabo de algunos años a sus
muertos, limpian sus huesos con esmero, respeto y devoción y los mudan de
sitio, pero no sin antes pedirles que como ella los cuida, ellos la cuiden a
ella. Emocionante viaje de los espíritus, de los vivos y los muertos,
encontrándose, para el preservación mutua. Comparto con la poeta, la
proximidad, a lo mítico, originaria, su relación con esta su otra identidad por
adopción.
Salih y el mundo de los ancestros a través del culto
de María de La Onza como “empoderada” mujer mítica. Comparto, como premisa
mayor, eso de indagar en lo sagrado.
“Cuántas tumbas hay en el pecho de
Dios”
El Dios de las dunas
Creo que escribir
es entrar a un laberinto dentro de nosotros mismos buscando el infinito. Yo escribo,
por necesidad, de escribir, no sé de donde viene esa necesidad, pero viene, y
cumplo fiel, al llamado. Houellebecq: dijo: "El
poeta es un parásito sagrado". Es
posible que nuestra misión sea aplastar el culo a la silla de las fábulas
mentales para iluminarnos. "Deseo
morirme pluma en mano como un caballero con su espada" nos deja
escrito Ludovico Silva y luego declama que: “Un
dragón no es un dragón hasta que un poeta no lo decide”. Rafael Cadenas cavila
con nosotros en frente: "Qué se
espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir". Para algunos
escribir es algo que no tienen del todo claro, una pregunta sin respuesta, duda más que pregunta. La poesía: “sirve para sacar la flor
de las cenizas” (Sabines), “huye hacia la nada” (Kepa Murua), “es un arma
cargada de futuro” (Gabriel Celaya), “es la verdadera alma del mundo”
(Benedetti), “es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran
juntarse” (García Lorca). El sapo/acerca la charca/ cuando croa. (Wafi Salih) En fin, se escribe para todo y para nada. A
veces, escribimos para levitar. Yo digo que “La
eternidad podrá apalearme, eso es seguro, pero la nada no”.
Nos deja asentado Alejandra Pizarnik:
“Escribo
para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al
Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este
sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar.
Escribir un poema es suturar la herida fundamental, la desgarradura. Porque
todos estamos heridos”.
San Agustín refiriéndose al tiempo dijo: “Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me
preguntan qué es, no lo sé”. Borges dijo que pensaba igual que San Agustín
sobre la poesía.
Yo creo que el poeta Pablo Mora acierta, sobre sentir
y poetizar cuando escribe: "Hundirse,
hurgarse, ser, serse".
¿Será eso el ser
al escribir y más aún?
Le pregunté a Wafi que ¿por qué escribía? y ésta fue
su respuesta:
“Yo
escribo porque no sabría vivir sin hacerlo De niña escribía, hacía garabatos
que imaginaba, cartas y las colocaba del lado afuera de la ventana esperando un
cartero repentino que las haría llegar a alguien que viniera por mí, siempre
les explicaba a mis padres, que no era mi casa, que pronto me buscaría mi
verdadera familia. A estas alturas de mi vida,
el misterio se ha develado, mi verdadera familia, son mis libros, los
que leo, los que escribo, y los que añoro, tener y crear.
Al
llegar del Líbano, apenas escribía el árabe. Yo no sabía escribir, recordaba el idioma a fuerza, de imponerme
pensar en castellano. La maestra Gladys y un ex guerrillero el poeta Reimar
Añez, eran mis vecinos y su biblioteca
empezó a ser parte de mis visitas con asesorías de ellos. Me dijo la maestra
Gladys que debía leer mucho para nivelarme y ellos tenían libros. Entonces, me
enamoré de la literatura, del decir, de esa droga que significaba, el viaje que
me provocaba. Leía y leía incansablemente. Y para motivar en mí la escritura mi
maestra, me sugirió, que les escribiera cartas la familia que había dejado al otro lado del
Atlántico. Mis cartas eran tímidas, preguntas claras, como telegramas, la
maestra Gladys me dijo, usa todas las palabras que te sabes, y escribe con
belleza, me enseñó qué es una metáfora, y aprendí, le obedecí a esos ojos
repletos de ternura “has bonitas tus cartas para que les lleguen al corazón”.
Hubo
un concurso regional de escuelas
incluyendo las pertenecientes a las compañías petroleras y has de creer que
quien se ganó el concurso fui yo, con un poema que se llamaba: “Había una vez el
primer día de escuela. García Márquez, cuenta que él escribía para que sus
amigos lo quisieran. Yo escribía primero como un proceso catártico. Había que
comunicarse, decirlo todo, para no ser como mi madre un ser hermético, a quien
casi nunca vi llorar, ni hablar de más, solo mirar por horas un punto fijo. Me
enamoré del poder decir. Me enamoré del poder de crear. En palabras de Ruben
Darío de torcerle el cuello al cisne, que es el lenguaje. Reinventarlo, hacer
el amor con él, para desde sus cimientos, hacerlo estremecer”.
Uno de los poemas breves de nuestra escritora: “…La casa es una palabra que regresa. La deletreo en lo mejor de mí, flota, se
extiende con un gesto de amor desconocido…”
Yo creo que Wafi al escribir recrea el mundo, sublimándolo. A mí, me
seducen sus haikús o poemas breves,
porque puedo redescubrir los elementos y los signos de vida, más menudos, lo insignificante, lo hace trascendente.
De la antología del Haikú:
“Avispas
enloquecidas
sacan de su
labor
al jardinero
Rugido de
lluvia
entre las
sabanas
como un león
Amor lejano
el calor de
otoño
en mi pie
desnudo
Una lámpara
un ratón, un hombre
roen las horas
Desde el
puente
fatigan los amantes
el agua quieta
Va y viene
la abeja
la rosa
aguarda
Día de júbilo
en el árbol seco
el cristofué
Las hormigas
en fila una
tras otra
destino de
soldados
Fuera de casa
el quejido de
la lluvia
suena hondo
Frescura en la
aldea
arde la choza
del mercader
de incienso
Se levanta
el invierno más aprisa
en otra parte
Retengo sin
querer
el chillido
desordenado
de las urracas…”
Suelo pensar que la poética de Wafi puede llegar a
silenciar de algún modo, las ojivas y los aullidos de las metralletas que
muerden el sexo de la tierra.
Leer sus
brevedades es abstraerse ante la génesis del “Todo”. Ese que
incluye: Las moscas, las almas sobrevolando amaneceres suspendidos en el
péndulo imaginario del “otro existir”, el estiércol de las mentes alienadas, y
hasta las pulgas de los perros más urbanos y no tan desagradecidos. Yo creo que
es en la espiritualidad de las cosas y los seres, en donde reencarna la emoción
del sentirse vívido y verbalmente lúcido. Nos dice el poeta e investigador
Alberto Hernández sobre los haikús del
libro “Honor al fuego” de nuestra poeta: “Este
libro de Salih es un remanso en el espacio poético venezolano…Se lee para
levitar, para solventar una deuda con la tierra, para hacerle la contraparte a
Anteo, quien tenía que pisar tierra para poder llenarse de energía…”
Unos de entre los dos haikús que más me agradan de los casi 1500 que ha escrito en once libros publicados. Todos
lúdicos e ingeniosos, pero de ellos, los preferidos son estos: “Ratón sin casa / en la iglesia del pueblo /
duerme la siesta”. Y en especial éste donde la poeta pregunta al gran maestro
de la palabra:
“Maestro
Issa
este tachón
con ira
¿será un
haikú?”
En un tono más juguetón y visualizador, el artista Carlos
Luís Sánchez Becerra ilustra uno de estos poemas breves:
De su libro de cuentos ganador del concurso de la
editorial “Negro Sobre Blanco” en el 2015 “Discípula de Jung”, extraigo un
relato que por irónico y profundo, me atrapa:
“POETA
Mi no tiempo, cuando me revuelvo en mi yo inflexivo,
mi súper yo arruinado, mi ello improbable, muerdo a mi alter ego de viaje, y
siento a mi pobre ego desdoblarse en la cruz de su calvario narcisista, ondulo
como una cosa detrás de los alambres. Nada puede romper el hechizo de un ser
triste, escrito con tinta.”
Como podemos observar, olfatear y hacernos deleitar,
encontrarnos en Wafi Salih, suerte de reconstrucción de lo escritural
íntimamente asumido como su propio decir. Saberse embebida por lo
escatológicamente existencial y por otra
parte su lírica, de particular finura,
son opuestos, que se intercambian las vestimentas, cada tanto. Nuestra poeta
nos lleva de la mano a conocer los desiertos que cantan o se lamentan dramáticamente,
en la garganta del Cheik, o el eco de las metrallas. Por otro lado nos escarba hasta lo más
telúrico, para colocar la lámpara de
Diógenes sobre nosotros, y sacar lo venezolanamente nuestro, donde somos y a
veces no somos del Todo. Como reza el título
de su último libro de ensayos, “MAS ALLA DE LO QUE SOMOS” publicado por “Zócalo
Editores”, también de su amada Táchira, en este caso de Rubio, y de la mano del
maestro poeta, Segundo Adolfo Medina.
La poeta nos revela, revelándose supremos en su poesía
nos trasmuta, ejemplo de lo que digo, es este fragmento de su poema en prosa. Del
Dios de las dunas. “¿Quién puede en el
rayo de la niñez distinguir dos cielos?”.
En
el texto “Carta a Adita” encontramos
un pedagógico cantar a la misma poesía, una declaración hermosa de principios,
UN ART poético, un credo, para el altar de la poesía. Como una declaración de
amor al universo un interlocutor que
escucha a la manera de las Cartas a un joven poeta, de Rilke.
De su libro “Con el índice de una lágrima” dejamos
como final y cierre temporal el poema “cansancio”:
“Quien soy
ya no está
El era y él
vendrá
turba los
almendros
Fiel ¿A qué?
Desierta
como un astro
Habito
la llama
inútil
de este día
El peso
de tanto cielo
en la mirada
Ahoga como
barcos de papel
la batalla
del vértigo
de esta noche
en ruinas”.
Hermoso texto que nos habla de las expectativas
existenciales y del vacío así como del asombro que nos rebasa, alegra u oprime. Mientras
tanto el Líbano vive una especie de irregular guerra continuada; por otro lado,
nuestro país asiste a la catástrofe humanitaria más terrible y la sangre galopa,
derramándose, por doquier. A pesar de las carcajadas de la muerte y el hastío,
la poesía nos devuelve una fe en lo trascendental. Querida Wafi Salih, eres un
espacio ganado para el deshielo de las mortandades, para lo elevado del
espíritu, el amor y la risa. Para la resiliencia más sagrada desde la lírica más
sacra, y los huesos de la vida alineados. Sanos como ahora al fin, están los de
mi espalda, tan maltratada, y sometidos a dos operaciones que fueron dos
torturas, por el peso, de tanta
realidad, doliendo.
Y aunque Murua
nos diga, que escribir no sirva para tomar el poder, ni para enseñarle nada a
nadie; tomar el lápiz o la máquina de pedales en las manos, siempre será un
desvelo lúdico, una aventura, una obsesión por contar lo incontable. Es como re-hacer
un big bang con imágenes que se nos
salen del tintero cerebral y hasta del alma, para el otro que nos leerá.
Ha sido un honor para mí escribir sobre la, querida
poeta Líbano/venezolana y de este modo, me deje llevar por su voz: crines
desahogadas del infinito, ardiendo amaneceres. Eso creo que también, es ella,
Wafi.
“Yo, hecho un
palabrero, he sido invitado a tanta poiesis”.
Referencias virtuales:
Ender Rodríguez
Escritor / creador visual multidisciplinario