lunes, 27 de enero de 2020







Ender Rodríguez
Escritor / creador visual multidisciplinario





WAFI SALIH: 
Entre el cósmico aleteo de las cigarras, los dioses y un ladrido de guerra.


“Yo Wafi Salih
un haikú con espinas
sobre el mundo”.


…¿Será cierto que existo?...

…¿Cuantas tumbas hay en el pecho de Dios?...

El texto a continuación trata de ser un aproximado espejo que se asoma a la multi-versa poética como indagación de la vida en Wafi Salih.  No pretende ser un estudio,  cronológico, en todo caso, sería más exacto decir que intenta apenas dejarse tocar profundamente por el aleteo de la lírica y el aullido prolongado de lo más vívido en su literatura. Y es que Wafi (Valera, 1966), es una escritora libano/venezolana complejamente inclasificable, no representa ella una limitada bandera dedicada solo al registro de versos sobre los dolores de una confrontación armada en el espectro árabe, ni es la pura belleza y absoluta del canto/ haikú, ni tampoco una única ensayista amante de la espiritualidad aborigen venezolana en María de La Onza, menos aún es solamente una pedagoga de la vida desde su larga carrera de “maestrías experienciales” o quien solo ha generado “guiones para teatro” montados en más de 300 oportunidades por el país; es decir, no es así, porque Wafi son todas las Wafi Salih que la naturaleza integradora del “Todo” le ha obsequiado ser desde la multiplicidad de su ser, de su “otredad vital” que comulga en ella y se interrelaciona en mediación con el mundo.


      “Nativa de un país mío y desconocido me nombro donde no estoy”



Lleva la poeta consigo el olor en su memoria del cedro, la flor del azahar, los dátiles, la voz genética al fondo de sus palabras; Parte de su infancia y y juventud, criada en la Costa Oriental del lago, en el Zulia, Venezuela y esa otra patria de sus parientes de sangre, evoca, también su escritura,  el arrullo de los balancines que con su seco chirrido, como un lamento, succiona el negro oro, que es el petróleo.

Lo vivido se ha convertido en sus obras literarias, ella es lo que escribe. Algunos haikús o poesía breve, como  prefiere llamarlos, tienen un dejo en su tono, de  pureza infantil. Etérea, en ese maravillarse ante los elementos, fluye en una cosmogonía de lo que existe y puede vivirse tanto hacia adentro como hacia afuera. Conocida  como la maestra del poema breve en el país, se borran las fronteras, los limites, de las realidades, en esos rayos de luz que son sus versos, siendo afuera, adentro, y viceversa. Pienso que estas poéticas tan sucintas, son una manera de sobrellevar el mundo,  huir de las puertas de la desolación.  Son un método para encenderse el alma desde el enchufe esencial: el  verbo.


“Mientras,
La Vía Láctea
en mi taza de té
cada mañana”

Ha publicado Wafi los poemarios Los cantos de la noche (1990), Las horas del aire (1991), Pájaro de raíces (2002), El Dios de las Dunas (2005), Huésped del alba (2006), Caligrafía del aire (2006) y Cielos descalzos  (2009),Con el índice de una lagrima. y una veintena de libros más, de diversos géneros, ensayo, cuento, poesía infantil, etc.

Destaco de su trabajo literario, “Hombre moreno viene en camino”. Una serie de monólogos, que no pierde relación con su estilo poético. Su reconocimiento literario trasciende  el país,  lo encontramos en periódicos y  revistas literarias por todo el mundo.  He contado más de diez antologías poéticas, que la incluyen, seguramente serán muchas más. Traducida al italiano, árabe, francés inglés y pronto al portugués. Numerosos investigadores de la literatura escriben sobre su literatura.  Espera un extenso trabajo de investigación literario-antropológico,   ser  publicado.

“…Atemporales los muertos, la brusca ternura de su presencia ida, golpea en el pecho, similar a  un Sultán cuando hinca en el lomo blanco de su corcel las espuelas.
Exceso de espesura sobrevive de ellos. Quietud ilimitada, copia el tormento en las ramas de sol. Ritual silencioso de la amargura.
1973. ¿Ha muerto quién dentro de mí?  El desierto tenía la tez húmeda de pólvora, comparable a la grandeza ostentosa de un Califato. Deshace esta tarde de esfinges traídas en el paisaje litúrgico del agua, el simple acto de vivir.  Allí dibuja la borra del café, serpientes de triunfo, en el semblante de ángeles sin reino.    
Himnos del país inmolado por las arañas del alba, espejo ausente del devenir, pudre la luz, y el ver una rara propiedad de las arterias, proyecta este otro país sustituido por sus sombras…”

El poema anterior  tomado del libro “El Dios de Las Dunas”  hace referencia a las heridas más hondas que producen las confrontaciones armadas. La guerra civil del Líbano que inició en 1973, y duró 18 años. País siempre convulso, se filtra  en la escritura de Wafi. Percibimos la tierra dolida en ella, la tierra misma, desierto que somos, al  indagar en lo invisible,  en la espiritualidad, de los abrazos, de los que nos amaron y se fueron a algún plano, levitan en silencio, o cantan en nosotros. En este texto el amor es el origen, la esencia animal/vegetal/mineral/humana de las vibraciones. En fin, es su obra un  salmo a la vida y su contra-vida, es un beso a la luz que engendra y una denuncia a lo macabro que arruina el alma y gime, cual demonios desatados sobre el mundo  y  hace pensar a muchos que Dios al parecer es otra bomba más que se avecina.

“…Una caravana de camellos salvajes asemeja la celeridad de las lágrimas. Racimo de oscuridades hincha  el vidrio de la honra. Noche con sol. .. Error, vagina, flor, sobra de Dios. En su apacible oasis, asoma  por los velos, su viva muerte…Cuerpo donde no vive nadie. Suena una puerta, tocada por el viento. Quiere entrar,  mueve la arena y la casa del cuerpo y el cuerpo de la casa. No alteran el orden incoherente del amor…”

Respiramos este fragmento de poema y viajamos a la aurora árabe que circunda verbos y arenas no movedizas, en el papel. Me confió Wafi en una carta donde le preguntaba las motivaciones de algunos de sus poemas, que una “bomba racimo” esparció el cuerpo de una de sus abuelas, por el patio de los jazmines, y más allá. En el ensangrentado Líbano del año.1983, cuando entró Estados Unidos. Escucho uno de sus cantos, son letanías, que acercan lo sagrado: “…Suspende una cimitarra, al revés del Corán, donde la candidez solar de un Sufi, balancea una lección de fe: “Los dientes del peine de un tejedor, son todos iguales, los hombres blancos y negros, árabes y no árabes…”  Yo como autor de este texto  he vivido de cerca la guerra, otras guerras, pero guerras al fin, agrias también al corazón y al tacto. Las guerras de mi infancia, la muerte de seres entrañables. Descubrimos formas igualmente crueles de hacer la guerra, de estar en guerra.  Puedo decir que mi infancia como la de Bukoswki, solía irse ciega a saltar como un delfín en el mar congelado. A mi hijo con un síndrome cerebral lo he visto casi morir 7 veces. La última en Julio/2019 cuando convulsionó y se dobló tembloroso derribado en el suelo como una lastimada oruga que no respiraba, su color morado era como el de una mariposa que se despedía. Logró vencer otra batalla, y nos libró del dolor. También se salvó mi padre de sus guerras del alma, cuando sus brotes psicóticos lo hacían estallar y yo jugaba con hojillas, retando la vida. Soy un varón, sin duda alguna, pero sentí que aullaba extrañamente algo en lo que se me asemejaba a un vientre dentro de mí, es que los dolores más profundos, están en esa parte, aunque no se tenga. Es un misterio todos nos parimos a nosotros mismos, cuando algo nos derrota.
 El suicidio me persiguió por un largo tiempo, caminaba junto a mi como queriendo ser mi derrotero. Era un humo como el de las ollas de mi madre, que la fuerza de mi familia, el ancla que son ellos, sopló, y lo alejó de mí. Espero que sin retorno. A mi abuela la mató la guerra, de la negligencia, un doctor que abusó de la anestesia, la derribó, para siempre.  

 La poeta vuelve sobre sus pasos, y me dice, al inquirir sobre su historia personal: “…Al Líbano viajé a los 7 años, en 1972,   y estalló la guerra en el año 1973.  Más de un bombardeo, me hizo temblar de terror, y esconderme junto a mi mamá y mi hermano debajo de la cama. Esa memoria de los estallidos sigue atormentándome en muchos de mis sueños. Mi padre nos fue a buscar, la guerra no cesaba, menos mal, porque dieciocho años si es que uno queda vivo, minan el espíritu… Mis abuelos se amaban profundamente, nunca se hablaron ni se vieron antes de casarse, y sin embargo, fueron felices como la más bella historia de amor, pero como toda bella historia, terminó en tragedia.  Repetidamente, decía, MI ABUELO, mirando al cielo, a Dios, que jamás, ella, le faltara, que no permitiera, se fuera antes, pero Dios a ese ser, lleno de piedad, no lo oyó, y se la llevo de su lado, de la peor forma.
La trae mi memoria, amasando el pan y haciéndolo bailar por los aires. Recoger las aceitunas, de todo tipo y tamaño, exprimirlas para sacar gota a gota el aceite, todo eso aprendí con ella, y a recitar de memoria los libros sagrados de los Drusos, mientras cebaba el mate. Era enérgica, fuerte, y olía como a tierra con almizcle.  Muchos aseveran ver su sombra tras de mí cuidando mis pasos.
Mi familia es de migrantes, de Palestina, que por el desierto llegaron al Líbano.  Una caravana, de sucesos, de viaje, mueve mis días. Del Líbano me traigo los sabores del cardamomo, los dátiles, las perras de agua,  los frutos secos, las especies, la ternura de las expresiones de afecto de los árabes,, y la voz de los desiertos surcándome”.

Yo Ender, me asombro con la dualidad de vida, que en una mano nos entrega belleza, y en la otra espinas. Amo el quehacer poético de Wafi, su vida llena de altibajos, una paradoja hecha mujer. Ama ENSEÑAR, por sus manos sé que han pasado muchos jóvenes, de todo el país, la consultan, para que ella amorosamente los oriente. Tiene muchos hijos del corazón como ella expresa. Pero del cuerpo, el cuerpo, eso que tanto placer da, no pudo sostener más que uno. Perdió los otros cuatro, en los meses de gestación. No hay sufrimiento más grande. Esas almas navegan, iluminándola, lo sé, aunque aún no la conozco en persona, en sus palabras veo esa luz que se desprende, en su rítmica poesia. Insisto ha marcado a muchos jóvenes escritores, en Táchira ya es una referencia. Estudiantes de letras y artes, asesorados por Wafi, hoy son excelentes escritores, una madre lírica que corrige sus metáforas con severa ternura. Por eso la vida nos remienda, y descose,  nos reconstruye y desconstruye… a pesar de los pesares.  















Wafi es de libar poco, pero cuando lo hace el cocuy y el miche tachirense son sus preferidos. El tabaco, es otra cosa, es para meditar, para reflexionar/poetizando, para sintonizar su espíritu descifrando las neblinas del humo. Al igual que este servidor, sus placeres son simples, costumbres de gente mansa. Sin prejuicios, sometidos a los rituales que impone el arte, y que cada uno interpreta como mejor puede. Yo viví  muchos años en la Amazonía venezolana, aprendí, que no todo lo inexplicable, nos era ajeno. Vi cosas y oí otras, que difícilmente me creerían. Por saber que otros mundos son posibles, tal vez por eso, me convertí en poeta, para caminar de mundo a mundo, sin impedimentos, de espacio, tiempo. Solo desde el ser único de la poesía.  Muchas cosas me conectan, e identifican con la poeta, pero especialmente el arriesgado goce por  vivir.
Desde lo ancestral que le acompaña, la imagino, rememorando amores, batallas perdidas y ganadas que la hacen lo que es. La poeta  luminosa como sus haikus, una María de La Onza, elevada en su tapir mágico. Wafi adelanta un trabajo sobre identidad, tesis doctoral, y experiencia de vida, MARIA LIONZA, es su objeto de estudio, y la ceremonia, del tabaco lo que la lleva a  ella.  
 Viví  rituales extraordinarias en la amazonía venezolana por los años 91 y 96, como en sueños, un shamán piaroa, envuelto en humo, lanzaba sus oraciones, quejidos, ruidos destemplados de animales, salían de su boca.  El extraía de mi pecho, espalda, brazos,  todo mi cuerpo y de mi ser más adentro, la malignidad de espíritus extraños, oscuros que según ellos, procuraban mi mal. Yo no los vi, aunque confieso, algo de tranquilidad, logré, no sé, si por sugestión, o porque realmente algo habitaba mi espíritu.  
Me explicaron en la cuenca del Suapure. Existen liturgias muy interesantes, cargadas de  símbolos  identitarios de sus pueblos, Se de una etnia africana, donde los hombres riegan con su semen la tierra para  fertilizarla. Las mujeres wayuú,  desentierran al cabo de algunos años a sus muertos, limpian sus huesos con esmero, respeto y devoción y los mudan de sitio, pero no sin antes pedirles que como ella los cuida, ellos la cuiden a ella. Emocionante viaje de los espíritus, de los vivos y los muertos, encontrándose, para el preservación mutua. Comparto con la poeta, la proximidad, a lo mítico, originaria, su relación con esta su otra identidad por adopción.
Salih y el mundo de los ancestros a través del culto de María de La Onza como “empoderada” mujer mítica. Comparto, como premisa mayor, eso de indagar en lo sagrado.

                       “Cuántas tumbas hay en el pecho de Dios”
                                                                                                  El Dios de las dunas
 Creo que escribir es entrar a un laberinto dentro de nosotros mismos buscando el infinito. Yo escribo, por necesidad, de escribir, no sé de donde viene esa necesidad, pero viene, y cumplo fiel, al llamado. Houellebecq: dijo: "El poeta es un parásito sagrado".  Es posible que nuestra misión sea aplastar el culo a la silla de las fábulas mentales para iluminarnos. "Deseo morirme pluma en mano como un caballero con su espada" nos deja escrito Ludovico Silva y luego declama que: “Un dragón no es un dragón hasta que un poeta no lo decide”. Rafael Cadenas cavila con nosotros en frente: "Qué se espera de la poesía sino que haga más vivo el vivir". Para algunos escribir es algo que no tienen del todo claro, una pregunta sin respuesta,  duda más que  pregunta. La poesía: “sirve para sacar la flor de las cenizas” (Sabines), “huye hacia la nada” (Kepa Murua), “es un arma cargada de futuro” (Gabriel Celaya), “es la verdadera alma del mundo” (Benedetti), “es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse” (García Lorca). El sapo/acerca la charca/ cuando croa. (Wafi Salih)  En fin, se escribe para todo y para nada. A veces, escribimos para levitar. Yo digo que “La eternidad podrá apalearme, eso es seguro, pero la nada no”.

Nos deja asentado Alejandra Pizarnik:

“Escribo para que no suceda lo que temo; para que lo que me hiere no sea; para alejar al Malo (cf. Kafka). Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En este sentido, el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es suturar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.
San Agustín refiriéndose al tiempo dijo: “Si no me preguntan qué es, lo sé. Si me preguntan qué es, no lo sé”. Borges dijo que pensaba igual que San Agustín sobre la poesía.
Yo creo que el poeta Pablo Mora acierta, sobre sentir y poetizar cuando escribe: "Hundirse, hurgarse, ser, serse".
                                 ¿Será eso el ser al escribir y más aún?

Le pregunté a Wafi que ¿por qué escribía? y ésta fue su respuesta:

“Yo escribo porque no sabría vivir sin hacerlo De niña escribía, hacía garabatos que imaginaba, cartas y las colocaba del lado afuera de la ventana esperando un cartero repentino que las haría llegar a alguien que viniera por mí, siempre les explicaba a mis padres, que no era mi casa, que pronto me buscaría mi verdadera familia. A estas alturas de mi vida,  el misterio se ha develado, mi verdadera familia, son mis libros, los que leo, los que escribo, y los que añoro, tener y crear.
Al llegar del Líbano, apenas escribía el árabe. Yo no sabía escribir,  recordaba el idioma a fuerza, de imponerme pensar en castellano. La maestra Gladys y un ex guerrillero el poeta Reimar Añez,  eran mis vecinos y su biblioteca empezó a ser parte de mis visitas con asesorías de ellos. Me dijo la maestra Gladys que debía leer mucho para nivelarme y ellos tenían libros. Entonces, me enamoré de la literatura, del decir, de esa droga que significaba, el viaje que me provocaba. Leía y leía incansablemente. Y para motivar en mí la escritura mi maestra, me sugirió,  que les escribiera cartas  la familia que había dejado al otro lado del Atlántico. Mis cartas eran tímidas, preguntas claras, como telegramas, la maestra Gladys me dijo, usa todas las palabras que te sabes, y escribe con belleza, me enseñó qué es una metáfora, y aprendí, le obedecí a esos ojos repletos de ternura “has bonitas tus cartas para que les lleguen al corazón”.
Hubo un concurso  regional de escuelas incluyendo las pertenecientes a las compañías petroleras y has de creer que quien se ganó el concurso fui yo, con un poema que se llamaba: “Había una vez el primer día de escuela. García Márquez, cuenta que él escribía para que sus amigos lo quisieran. Yo escribía primero como un proceso catártico. Había que comunicarse, decirlo todo, para no ser como mi madre un ser hermético, a quien casi nunca vi llorar, ni hablar de más, solo mirar por horas un punto fijo. Me enamoré del poder decir. Me enamoré del poder de crear. En palabras de Ruben Darío de torcerle el cuello al cisne, que es el lenguaje. Reinventarlo, hacer el amor con él, para desde sus cimientos, hacerlo estremecer”.     

Uno de los poemas breves de nuestra escritora: “…La casa es una palabra que regresa.  La deletreo en lo mejor de mí, flota, se extiende con un gesto de amor desconocido…”  Yo creo que Wafi al escribir recrea el mundo, sublimándolo. A mí, me seducen sus haikús o poemas breves, porque puedo redescubrir los elementos y los signos de vida, más menudos, lo  insignificante, lo hace trascendente.


De la antología del Haikú:

“Avispas enloquecidas
sacan de su labor
al jardinero

Rugido de lluvia
entre las sabanas
como un león

Amor lejano
el calor de otoño
en mi pie desnudo

Una lámpara
 un ratón, un hombre
 roen las horas

Desde el puente
 fatigan los amantes
 el agua quieta

Va y viene
la abeja
la rosa aguarda

Día de júbilo
 en el árbol seco
 el cristofué

Las hormigas
en fila una tras otra
destino de soldados

Fuera de casa
el quejido de la lluvia
suena hondo


Frescura en la aldea
arde la choza del mercader
de incienso

Se levanta
 el invierno más aprisa
 en otra parte

Retengo sin querer
el chillido desordenado
de las urracas…”


Suelo pensar que la poética de Wafi puede llegar a silenciar de algún modo, las ojivas y los aullidos de las metralletas que muerden el sexo de la tierra.
Leer sus  brevedades  es  abstraerse ante la génesis del “Todo”. Ese que incluye: Las moscas, las almas sobrevolando amaneceres suspendidos en el péndulo imaginario del “otro existir”, el estiércol de las mentes alienadas, y hasta las pulgas de los perros más urbanos y no tan desagradecidos. Yo creo que es en la espiritualidad de las cosas y los seres, en donde reencarna la emoción del sentirse vívido y verbalmente lúcido. Nos dice el poeta e investigador Alberto Hernández sobre los haikús del libro “Honor al fuego” de nuestra poeta: “Este libro de Salih es un remanso en el espacio poético venezolano…Se lee para levitar, para solventar una deuda con la tierra, para hacerle la contraparte a Anteo, quien tenía que pisar tierra para poder llenarse de energía…”

Unos de entre los dos haikús que más me agradan de los casi 1500 que ha  escrito en once libros publicados. Todos lúdicos e ingeniosos, pero de ellos, los preferidos son estos: “Ratón sin casa / en la iglesia del pueblo / duerme la siesta”. Y en especial éste donde la poeta pregunta al gran maestro de la palabra:

Maestro Issa 
este tachón con ira
¿será un haikú?”



En un tono más juguetón y visualizador, el artista Carlos Luís Sánchez Becerra ilustra uno de estos poemas breves:









De su libro de cuentos ganador del concurso de la editorial “Negro Sobre Blanco” en el 2015 “Discípula de Jung”, extraigo un relato que por irónico y profundo, me atrapa:


“POETA

Mi no tiempo, cuando me revuelvo en mi yo inflexivo, mi súper yo arruinado, mi ello improbable, muerdo a mi alter ego de viaje, y siento a mi pobre ego desdoblarse en la cruz de su calvario narcisista, ondulo como una cosa detrás de los alambres. Nada puede romper el hechizo de un ser triste, escrito con tinta.”

Como podemos observar, olfatear y hacernos deleitar, encontrarnos en Wafi Salih, suerte de reconstrucción de lo escritural íntimamente asumido como su propio decir. Saberse embebida por lo escatológicamente  existencial y por otra parte su lírica,  de particular finura, son opuestos, que se intercambian las vestimentas, cada tanto. Nuestra poeta nos lleva de la mano a conocer los   desiertos que cantan o se lamentan dramáticamente, en la garganta del Cheik, o el eco de las metrallas.  Por otro lado nos escarba hasta lo más telúrico, para  colocar la lámpara de Diógenes sobre nosotros, y sacar lo venezolanamente nuestro, donde somos y a veces no somos del Todo.  Como reza el título de su último libro de ensayos, “MAS ALLA DE LO QUE SOMOS” publicado por “Zócalo Editores”, también de su amada Táchira, en este caso de Rubio, y de la mano del maestro poeta, Segundo Adolfo Medina.
La poeta nos revela, revelándose supremos en su poesía nos trasmuta, ejemplo de lo que digo, es este fragmento de su poema en prosa. Del Dios de las dunas. “¿Quién puede en el rayo de la niñez distinguir dos cielos?”.
 En el texto “Carta a Adita” encontramos un pedagógico cantar a la misma poesía, una declaración hermosa de principios, UN ART poético, un credo,  para  el altar de la poesía. Como una declaración de amor al universo  un interlocutor que escucha a la manera de las Cartas a un joven poeta, de Rilke.



De su libro “Con el índice de una lágrima” dejamos como final y cierre temporal el poema “cansancio”:



“Quien soy
ya no está

El era y él vendrá
turba los almendros

Fiel ¿A qué?
Desierta
como un astro

Habito
la llama
inútil
de este día

El peso
de tanto cielo en la mirada

Ahoga como barcos de papel
la batalla
del vértigo
de esta noche
en ruinas”.


Hermoso texto que nos habla de las expectativas existenciales y del vacío así como del asombro  que nos rebasa, alegra u oprime. Mientras tanto el Líbano vive una especie de irregular guerra continuada; por otro lado, nuestro país asiste a la catástrofe humanitaria más terrible y la sangre galopa, derramándose, por doquier. A pesar de las carcajadas de la muerte y el hastío, la poesía nos devuelve una fe en lo trascendental. Querida Wafi Salih, eres un espacio ganado para el deshielo de las mortandades, para lo elevado del espíritu, el amor y la risa. Para la resiliencia más sagrada desde la lírica más sacra, y los huesos de la vida alineados. Sanos como ahora al fin, están los de mi espalda, tan maltratada, y sometidos a dos operaciones que fueron dos torturas,  por el peso, de tanta realidad, doliendo. 
 Y aunque Murua nos diga, que escribir no sirva para tomar el poder, ni para enseñarle nada a nadie; tomar el lápiz o la máquina de pedales en las manos, siempre será un desvelo lúdico, una aventura, una obsesión por contar lo incontable. Es como re-hacer un big bang con imágenes que se nos salen del tintero cerebral y hasta del alma, para el otro que nos leerá.
Ha sido un honor para mí escribir sobre la, querida poeta Líbano/venezolana y de este modo, me deje llevar por su voz: crines desahogadas del infinito, ardiendo amaneceres. Eso creo que también, es ella, Wafi.

“Yo, hecho un palabrero, he sido invitado a tanta poiesis”.














Referencias virtuales:








Ender Rodríguez
Escritor / creador visual multidisciplinario

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