domingo, 26 de julio de 2015

ENTIDAD VITAL: LA POESÍA DE WAFI SALIH



“Un poema es una entidad vital mucho más orgánica que un ser orgánico en la naturaleza. A un animal se le amputa un miembro y sigue viviendo. A un vegetal se le corta una rama y sigue viviendo. Pero si a un poema se le amputa un verso, una palabra, una letra, un signo ortográfico, muere” 

Cesar Vallejo
Aunque el objetivo sea el estímulo y Poe manifieste que “todas las excitaciones intensas son de poca duración”, dicha concisión, en poesía, no se trata únicamente sobre longitud —existen poemas cuya vasta extensión es necesaria— sino en la sobriedad de las imágenes. De esta manera, Wafi Salih (quien además es una de las principales cultivadoras, en Venezuela, del Haikú y el tanka5) logra el sabor a una nostalgia estoica evocada a través de un austero poema; no se le escapa nada del papel, como si mojara la pluma con la cantidad exacta de tinta de manera que con un solo plumazo deja todo dicho.
De origen Libanés, nacida en Valera y radicada en Barquisimeto, Wafí Salih no olvida sus raíces ni se aleja de la realidad. Luis Alberto Crespo en el prólogo de Con el Índice de una Lágrima dice respecto al libro que “es un testimonio amoroso por la patria de sus padres que es la misma suya en ese sentimiento (…) una denuncia y el doloroso reclamo lleno de sentido de la poesía frente a la cruel irracionalidad de nuestro tiempo y del combate de los pueblos frente a la opresión”. Wafi nos hace referencia también a ambientes sangrientos, al dolor de un pueblo, a abrazos entre escombros, a ruidos bélicos; en su sangre lleva las huellas mnémicas de quien muere por culpa de una bomba que cayó cerca mientras guindaba la ropa en el tendedero: Fuego /desgranado /deletrea /el Líbano /devuelto /en la sangre /de Dios /En las raíces /entre muros /de tierra /dolorida /En inaudible /abrazo/ Masacrado.6 Asimismo, Eva Guerrero, profesora de la Universidad de Salamanca, opina sobre otro de los libros de Salih, El Dios de las Dunas, que “hay elementos claves de la historia del Líbano, de sus desgarros, vividos en buena parte en la distancia, pero que estremecen al ser pronunciados”; de la misma manera que lo hiciera el profesor de la Universidad de Costa Rica, Ricardo Marín Guzmán, sobre la obra de Al Jahiz, en su trabajo titulado La Literatura Árabe como fuente para la historia social: el caso del ‘Kitab Al-bukhala’ de Al-Jahiz. En dicho trabajo Marín Guzmán expone que la prosa de Al-Jahiz —y gran parte de la literatura árabe, en general— expone pasajes del pensamiento islámico y la historia de sus pueblos.
Igualmente, nuestra mencionada poetisa, en sus versos, hace alusión al contexto musulmán; por ejemplo, nos invoca, en un perfume, al jeque musulmán (titulando el poema): Afandi; pero además, su prosa nos realza su posición mujeril en el cosmos. Su libro de ensayo, Las imágenes de la ausente, es un discurso con sutil retórica para la comprensión de la situación de las mujeres en la historia y un grito con puño apretado en fe de la reivindicación femenina; destaquemos lo que dice sobre él, en su prólogo, Magaly Acosta Oviedo: “La voz de Wafi Salih es una invitación a asomarse a nuevas formas de subjetividad para referirse al sujeto femenino. Una relectura acerca de los estudios de género, planteado desde lo sociológico y filosófico, pero también desde lo poético y lo mítico en y a través de la escritura de y sobre mujeres”.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, escritores japoneses, entre ellos Ippekiro Nakatsuka, buscaban romper con la “rigidez” tradicional del Haiku, rompiendo con la clásica métrica (tres versos: el primero y el último de 5 sílabas y el del medio de 7 sílabas) y con la tradición de palabras anticuadas que, por lo general, se referían a estaciones del año; estos poetas acuñaron el término de muki a los haiku que no hacían referencias a estaciones. Salih mantiene la métrica tradicional del Haiku (17 sílabas divididas en 3 versos), con la característica del muki al no hablar de estaciones del año; aunque sí existe el destello de un momento, un mundo comprimido (al cual, según Wafi, no deberíamos pasar por alto) que pasa por un prisma único que sólo ella posee; lo cual nos recuerda, precisamente, lo que disertaba Octavio Paz sobre el haiku: “A pesar de su aparente simplicidad, el haikú es un organismo poético muy complejo. Su misma brevedad obliga al poeta a significar mucho diciendo lo mínimo”. Escriben algo / las patas de esta mosca / llenas de tinta6. Al hablar de la brevedad, de instantes, del presente indicativo, nos referimos a un tiempo subjetivo que no se cuantifica, sino que es esa duración cualitativa de la que hablaba Bergson, durée que se trata de estímulos metafísicos, nada que ver con el espacio numérico; más bien nos recuerda lo que escribiría Borges sobre un lugar imaginario (Tlön, en su célebre cuento Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, el cual nos hace referencia, por cierto, al oriente islámico y a la filosofía de Averroes) donde una de sus escuelas niega el tiempo: “razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente”.
La lírica de nuestra poetisa ha encontrado su ritmo, nos muestra el desarraigo de una tierra lejana, una nostalgia andina, un rojizo atardecer y al mismo tiempo nos expone esencias y les da la vuelta, como una luz que nos impresiona en la oscuridad de un enigmático espacio; Sartre7 decía que el poeta, a través de las palabras, construye una nueva realidad, un nuevo mundo, más allá de la mímesis que podría lograr, por ejemplo, un narrador. Un mundo lleno de imágenes, sensaciones, sentimientos… sugeridos no solo a través de las palabras sino también de la sonoridad, del ritmo; sin embargo dicho mundo es incierto, jamás hay escenas explícitas, es un reflejo, un oasis, una ilusión que nos confunde, como diría Barthes sobre la función del escritor: “construye un mundo significante pero finalmente nunca significado”. 
Wafi se detiene para reflexionar con poder creador, como si el mundo siguiera y ella, congelada, lo observa: “Estoy cansada/ el río ha dejado/ suelta la luna8; su poesía es la contemplación de los detalles, de los instantes irrepetibles. El río es su pluma que fluye yéndose a paisajes ilusorios a los que nos cuesta adaptarnos, podríamos decir que sus poemas son “Formas/ sencillas/ de universo/ breve/ A ciegas/ en la tierra/ Descubierta”9
Lo anhelado podría causar una angustia precipitosa, una desesperación vacía que pudiera devenir en torpeza, pero el logos no admitirá tropiezos en relación con la poesía; en ella no debería sobrar, ni faltar, ni una sola palabra. “Sobre el poema/ una mancha de tinta/ ahora es perfecto”.1 En la concisión se encuentra el sentimiento requerido; sin mencionar, para no caer en obviedades, la estrecha relación entre proporción y belleza (incluso hay quienes considerarían -como Pitágoras2, Aristóteles3 o León Battista Albertti4- que son la misma cosa). 


Nuestra poetisa posee la precisión de una Haijin, una femineidad del cercano oriente cual Joumana Haddad y, a la vez, un compromiso con la realidad venezolana. En ella, coexisten la luna (el cuarto creciente, el calendario lunar) y un almanaque soleado. Ella ejerce principalmente el Haiku (además de la docencia; ha escrito otros tipos de poemas, ensayos y ha incursionado en la dramaturgia) como en su libro Vigilia de huesos, donde nos expone, en sus poemas de 17 sílabas, una imagen en presente indicativo digna de admirar: Florecen / sobre una bosta de vaca / dos azucenas. Como haijin venezolana no nos habla de estaciones ya que sus días son sólo nublados o soleados.

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