“Breves fueran mis días entre vosotros
y aún
más breves las palabras que he dicho”
Khalil Gibran
David Figueroa
González
Desde temprana edad he sentido
cierta fascinación por el Medio Oriente, creo que ello es quizás el fruto de
las historias fascinantes que me deslumbraron en mi infancia, relatos provenientes
del libro Las mil y una noches,
esos cuentos eran el centro de mis
juegos, e incluso soñaba con algún día poder pisar esas tierras y bañarme de
sus milenarios saberes.
Ya adolecente, cuando disfrute el
libro El alquimista del escritor brasileño Pablo Coelho,
volví gracias a la magia del verbo a
esos parajes distantes, regresé a caminar en las dunas y a refrescarme en los
ojos de las misteriosas mujeres árabes, ojos-oasis para las almas, también
comprendí que el peregrinar del hombre por esas tierras lo compenetra con el
desierto y de esta manera el desierto cobra vida y se hace hombre.
Gracias a los encantos de la amistad y al poder de los medios
electrónicos, llegó a mis manos el poemario El Dios de las dunas de
la escritora Wafi Salih, en él
disfrutamos de un canto lírico, eco de un país que ha quedado
atrás y sin embargo aún se lleva en la memoria, como los nómadas que de sus
viajes guardan mil caminos. En las líneas del poema “Una raza gime en mi nacimiento” encontramos estos elementos que
despiertan añoranza:
“Una raza gime en mi nacimiento. Vocales
indefensas trazan el infortunio donde mi padre cansado de nacer, amuralla sobre
el rostro la monótona humildad de las tardes enfermas.
Nativa
de un país mío y desconocido, sostengo la noche en la sangre con piedras en la
frase más ida. Allí, el aire levanta para siempre una canción deshecha.”
El
lenguaje simbólico es el crisol que permite al poeta alcanzar el Alma del
Mundo, o como lo denominó Jung el
“inconsciente colectivo”, el cual le facilita al creador deconstruir y construir nuevos cosmos, más humanos y cargados de imágenes
almáticas-melancólicas, de tal manera,
en los párrafos de “La ausencia puebla las horas”
la autora nos hace sentir parte de su tradición:
“La ausencia
puebla las horas con piedras pardas, grises, melancólicas,
hasta dolerme. He nacido continuidad de la sombra viva, devuelta en
cualquier parte. Aspiro el matiz alucinante de las nubes ambarinas.
Textura de monóxido
en la piel de la rosa, sin cesar agita sus pétalos sobre la compleja, sólida y
cruel arquitectura. Esta ciudad crea brumas: bien pudiera llevar mi nombre.”
El Dios de las dunas nos sumerge en
un mundo cargado de sentimientos y pasiones, allí la escritora muestra la piel
de su alma, canto metafísico que dibuja un pueblo orgulloso
de su historia, paciente y guerrero, donde también logramos descubrir “claves
de la historia del Líbano” en tal sentido, en los versos de “Luz en
derrota la noche” observamos ese espíritu aguerrido:
“Luz
en derrota la noche,
vacía de mal su humana permanencia.
Anuda
a la frente del verdugo, al norte y al sur en oleadas de abismos, un canto
traslúcido de hondos designios.
El
aire abnegado de las mezquitas en el alma, con el suplicio heredado por los
hijos, en las cuencas rasgadas de plegarias.
Suspende
una cimitarra, al revés del Corán, donde la candidez solar de un Sufí, balancea
una lección de fe: “Los dientes del peine de un tejedor, son todos iguales, los
hombres blancos y negros, árabes y no árabes”…modula sobre la raya descendida
del cielo el peso deplorado de una misma muerte.”
Este poemario contiene en esencia un mundo milenario trazado con amor, en el gravita parte del origen árabe de
la artista, donde ella resalta en varios
poemas los ojos como imagen
poética, utilizándolos en varios
versos como símbolo de conocimiento y
percepción sobrenatural, en tal sentido Jean Chevalier manifiesta: “Los ojos simbolizan de hecho un órgano de la visión interior y por
tanto una exteriorización del ojo del corazón.” tal es el caso de “Regreso a ti”, donde los ojos rememoran soledad y reflexión:
“Regreso a ti en el círculo
estremecido del árbol melancólico de tu acento. Abona una salubre oración en su raíz de
astro, sucumbe al ajeno corazón de Dios.
La
noche descuelga tumbas de voces nómadas, épocas aún vivas, se extienden mas
allá de los huesos del día, en un país de soles devastados, sin más pájaros que
tus ojos remotos. Allí, apoya la casa
primigenia, sumisa y presente, sin límites hacia mí.
Miro, escucho, sólo a oscuras como el alma mística de
las piedras, nacidas lentamente en las tinieblas hondas de gastada intemperie.”
La figura de los pájaros según
algunas culturas encarnan el pensamiento,
la imaginación y la relación con
el espíritu, en este sentido, en el Diccionario de los símbolos de Hans Biedermann,
puntualizamos que también representan “la fuerza que ayuda al hombre a hablar reflexivamente y le induce a
meditar muchas cosas antes de que se conviertan
en un acto radiante”; por lo que en las líneas de “Tragedia de seres lastimados” reforzamos esta visión mística, espiritual e introspectiva:
“Tragedia de seres lastimados en
la sílaba fija en una lágrima, en el
victorioso desamparo.
Beirut
sin faz, largo tiempo en la memoria sofoca de soles secretos de llama helénica
la profética luz de los pájaros desterrados, una y otra vez, como una
maldición.”
Otra imagen recurrente en el
poemario es la luz, luminosidad que se relaciona con el verbo, con la
radiación espiritual que emana de un corazón que ha encontrado paz y a través
de este signo le rinde tributo a sus ancestros, vinculando luz-conocimiento,
luz-amor, en este sentido, el evangelio de Juan nos ofrece lo siguiente: “El Verbo era la luz
verdadera, que ilumina a todo hombre, que viene a este mundo.”En los estrofas de “Afandi.
Mientras el universo bebe”, vemos presentes esos rasgos:
“Afandi. Mientras el universo bebe las
formas irreverentes del dolor, en el cuerpo sin sitio de las palabras, tu
Arguili, sumerge en un himno de patria
taciturna el infinito.
Lleva en los espectros
serpentinos de la
llama letras
dictadas en el agua, por el signo de
una luz exacta.
Ciudades y olivos contemplo en imágenes de
osada inocencia, lágrima remota donde
todo hombre es un niño huérfano.”
La lingüista
argentina Ivonne Bordelois afirma en su obra La palabra amenazada: “La poesía es la criatura más excelsa del lenguaje… En ella
reside toda crítica”,
de tal manera, descubrimos en El Dios de las dunas una mujer-verbo que nos entrega su aliento bañado de metáforas
radiantes, regidas por el hechizo sugerente que procura el lenguaje;
Letra soy deslizada sobre el follaje íntimo del blanco. Busco mi sombra esquiva
en el ajeno paisaje de escribir, en la furia de un dolor generoso, fatigado.
El escritor
mexicano Octavio Paz sostiene que: “El poema, sin dejar de ser palabra e historia, trasciende la
historia”, razonamiento este que vemos
presente en las hojas de El Dios de las dunas, allí su autora nos presenta poemas-crónicas,
camellos que nos trasladan al encuentro familiar, mesa donde sirve sus poemas
alimento del espíritu, sal de la imaginación; en la composición “Un instante en la altura” meditamos con
este viaje anímico y emocional:
“Un instante en la altura
imperceptible del canto. Sabor a pan, aceitunas, poesía roja íntima geografía
de la granada. La casa de mi padre, órbita sin dimensión, antes que nunca fue
pasado, “Hashem es Dios”, “Alá es Dios”,
“Jesús es Dios”, siglo tras siglo, deseo sin cuerpo, en el letárgico zafiro del
cielo. La fe, esa maldición.”
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