Abdul Saudan
Entre
el haiku (jaiku) japonés y el poema relámpago árabe (su claro ejemplo, la <jarcha>
andalusí), un hilo fino inexplicable.
Nada
en común por supuesto (por lo menos en la estructura estrofal). Pero los dos
poemas son infinitamente profundos, breves y no ven en el árbol más que su
raíz, o exactamente, aquel grado de la tierra.
Este ágil ejercicio de respirar hondamente por un instante. Estos
relámpagos-haikus, escritos directamente en castellano preferían descansar en
las mentes para encontrarles <el nombre exacto>, como decía alguna vez
algún poeta.
Los
haikus de Wafi Salih son evidencia de esa otra lirica, deudora de la mejor
tradición oriental, que puede vivir y crecer a despecho de las modas literarias.
Pero al mismo tiempo, recrean su mundo particular a manera de ser obra
original, en su tema como en el trato de construirlos profundamente, ajenos a
la imagen anticipada.
Estos
versos pueden haber surgido en la mente de un ser superior, agitando sus alas.
Pero, es Wafi, ha sabido dejar sobre el papel con una purificación extrema la
idea y sus juguetones colores. Los versos no han sido obligados por la carga a
dejar su vuelo inconcluso sino que continúan en la red de las palabras,
permitiendo que nos ilusionemos con la gentileza de sus cimas y la excitación
de sus refinados remos.
Estos
haikus, son indicios del fenómeno innombrable de una poesía que es, ante todo,
vida. Y como una hija del mestizaje en que traza el viento su voz intensa de
inclemencias, es esta poesía. No busquen en ella, solamente, el esplendor de la
inteligencia, son la transparencia de un arroyo anidado en lo oculto, donde las
diminutas criaturas sueñan con el universo.
Basta recordar que lo femenino
abraza lo sensual en unos haikus para fomentar el elegante lenguaje de atrapar
la voz inmensa del susurro domínate de las diferentes caligrafiase del aire.
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