Luis Alberto Crespo.
El silencio, en poesía, vive rodeado de peligros: de tanto
contenerse y privarse del decir el poema cae en la insustancialidad y bordea la
nada. Si la borradura es asimismo escritura (el blanco de la pagina también
refiere, expresa, motiva ), muy a menudo el poema cercena tal vocablo, esa
frase, aquel vocativo a riesgo de destruir el núcleo vital del poema, su brasa
genésica.
Entonces, el resultado suele ser el desaliño, el apagado
fulgor, la destruida armonía… entonces cuando alcanzamos a comunicar es azar
hambriento: un mendrugo de delicia, una pizca de resonancia o el entusiasmo
crispado. La extremada mutilación (el esmerado propósito de susurrar en lugar
de alzar la voz cuando es menester) no consigue producir otro resultado en el
poema que una caótica enumeración de imágenes desencontroladas, faltas de orden
(esa lógica de la estructura poemática de que habla paz), por lo que el objeto
–la idea fija de toda motivación poética * en vez de compactarse se desborona,
castillo de arena.
La enorme dificultad de la poesía breve no radica solo en el
malentendido de la pausa o del blanco: su concisión, su delgada apariencia y
hasta su interrumpido enunciado, exigen un previo ejercicio de efusividad, una
suerte de borrador interior que el poeta trabaja como escritura impalpable,
viviéndola, practicándola. La socorrida figura del icebrg se nos hace aquí
ineludible si queremos ilustrar tal concepto.
Poetas hay entre nosotros dueños de una aguda destreza en el
arte de escribir poesía sucinta, la poesía hablada en blanco. Son pocos, pero
son. No voy a nombrarlos. Los otros – los mas- suelen a menudo perderse en una
desescritura del poema o en la desestima de una forma verbal próxima a su
sensibilidad creadora a su empatía con determinada forma poemática.
Yo quiero privilegiar las virtudes de una poeta que destaca
entre los seguidores de este estilo o conducta estética, la cual ha hecho vida continua con la poesía callada, escrita
alborde, en la línea del resplandor. Ella es Wafi salih. Desde siempre se ha
tenido atenta a su escritura ( está entre los que son), en voz baja,
averiguándose en y atreves de ella,
mirándose vivir como ese dialogo ontológico entre el espejo y nosotros frente a
lo escrito. Es por eso que no hallamos en su obra (restringida, pero
suficiente) falsia alguna, pues es resultado de un indeclinable fervor por
mostrarse, por salir a confesarse en cada motivación cada imagen, disponiendo
de lo que estima necesario para salvarse del no ser: una docena de cocablos,
una escritura de punta, bastan para expresar el absoluto.
Wafi me ha confirmado su pájaro de raíces, un manuscrito de
belleza indiscutible, oculto bajo una cubierta gris como las colinas aridas que
miran la planice de Barquisimeto, donde ella mora y prodiga su saber literario
entre satisfacciones y desencantos propios de la vida literaria ( ya sabemos,
es selva en la que se dan la flor y la tierra).
Antes de frecuentar su lectura, me he vuelto a sus otros
libros y confirmo cuanto fervor profesa su autora por el lenguaje delgadísimo:
esa hebra, casi de abrojo, con la que nombra la vastedad que nos habita y
habitamos: un trino, la membrana del pistilo, la gota de agua, el temblor en la
hoja y en el suspiro, como si asi, privilegiando lo fragmentario o la manucia,
se sintiera capaz de verbalizar el mundo y el yo, a los que entiende o
presiente como desfigurada realidad - ¿o su abtraccion? – visualizada en
escritura, luminosa, aun si la frase, si el enunciado, contenga significados
oscuros o secretos.
Pienso en el poema frio; acerco mi oído para escuchar su
respiración en medio del gran silencio que lo rodea: “ el animal/ pesado/ de lo
hondo/ en lo que fuimos/ resta/ el aire/ lo hace limite/ en lo mas intimo de no
estar”. Pienso, asimismo, en camino de montañas y miro, mas que leer, lo que
susurra y tiene altura honda, adentramiento de lo elevado: “era/ la noche/ de
palabras/ curvas/ suelta/ en el aire/ cercana/ a lo imposible/ hallada/ de si/
al otro lado/ de estar/ limpia/hasta la nada”.
De la vida, wafi salih retiene la fragilidad, lo efímero: lo
que vive pierde presencia y su figuración reside en la palabra del poema, solo
allí, devuelta a su nada. La visualización instantánea de lo viviente pareciera
fijar limites a lo real, se vuelve palabra o pensamiento metafísico que asombra
y atrapa.
Amo ese libro porque es imperfecto (“ la imperfección es la
cima”, sostiene y ves bonnefoy); porque es un cuerpo vivo. Hallo en el poemas
de una exactitud en la forma y en el objetivo que bastaría para exaltarlo, por
lo que me place situarlo entre las experiencias esenciales de la poesía
venezolana de estos tiempos.
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