domingo, 9 de agosto de 2015

La efusiva mudez

                                                                              
               

                                                                                              Luis Alberto Crespo.
  


El silencio, en poesía, vive rodeado de peligros: de tanto contenerse y privarse del decir el poema cae en la insustancialidad y bordea la nada. Si la borradura es asimismo escritura (el blanco de la pagina también refiere, expresa, motiva ), muy a menudo el poema cercena tal vocablo, esa frase, aquel vocativo a riesgo de destruir el núcleo vital del poema, su brasa genésica.
Entonces, el resultado suele ser el desaliño, el apagado fulgor, la destruida armonía… entonces cuando alcanzamos a comunicar es azar hambriento: un mendrugo de delicia, una pizca de resonancia o el entusiasmo crispado. La extremada mutilación (el esmerado propósito de susurrar en lugar de alzar la voz cuando es menester) no consigue producir otro resultado en el poema que una caótica enumeración de imágenes desencontroladas, faltas de orden (esa lógica de la estructura poemática de que habla paz), por lo que el objeto –la idea fija de toda motivación poética * en vez de compactarse se desborona, castillo de arena.
La enorme dificultad de la poesía breve no radica solo en el malentendido de la pausa o del blanco: su concisión, su delgada apariencia y hasta su interrumpido enunciado, exigen un previo ejercicio de efusividad, una suerte de borrador interior que el poeta trabaja como escritura impalpable, viviéndola, practicándola. La socorrida figura del icebrg se nos hace aquí ineludible si queremos ilustrar tal concepto.
Poetas hay entre nosotros dueños de una aguda destreza en el arte de escribir poesía sucinta, la poesía hablada en blanco. Son pocos, pero son. No voy a nombrarlos. Los otros – los mas- suelen a menudo perderse en una desescritura del poema o en la desestima de una forma verbal próxima a su sensibilidad creadora a su empatía con determinada forma poemática.

Yo quiero privilegiar las virtudes de una poeta que destaca entre los seguidores de este estilo o conducta estética, la cual ha hecho  vida continua con la poesía callada, escrita alborde, en la línea del resplandor. Ella es Wafi salih. Desde siempre se ha tenido atenta a su escritura ( está entre los que son), en voz baja, averiguándose en y  atreves de ella, mirándose vivir como ese dialogo ontológico entre el espejo y nosotros frente a lo escrito. Es por eso que no hallamos en su obra (restringida, pero suficiente) falsia alguna, pues es resultado de un indeclinable fervor por mostrarse, por salir a confesarse en cada motivación cada imagen, disponiendo de lo que estima necesario para salvarse del no ser: una docena de cocablos, una escritura de punta, bastan para expresar el absoluto.
Wafi me ha confirmado su pájaro de raíces, un manuscrito de belleza indiscutible, oculto bajo una cubierta gris como las colinas aridas que miran la planice de Barquisimeto, donde ella mora y prodiga su saber literario entre satisfacciones y desencantos propios de la vida literaria ( ya sabemos, es selva en la que se dan la flor y la tierra).
Antes de frecuentar su lectura, me he vuelto a sus otros libros y confirmo cuanto fervor profesa su autora por el lenguaje delgadísimo: esa hebra, casi de abrojo, con la que nombra la vastedad que nos habita y habitamos: un trino, la membrana del pistilo, la gota de agua, el temblor en la hoja y en el suspiro, como si asi, privilegiando lo fragmentario o la manucia, se sintiera capaz de verbalizar el mundo y el yo, a los que entiende o presiente como desfigurada realidad - ¿o su abtraccion? – visualizada en escritura, luminosa, aun si la frase, si el enunciado, contenga significados oscuros o secretos.
Pienso en el poema frio; acerco mi oído para escuchar su respiración en medio del gran silencio que lo rodea: “ el animal/ pesado/ de lo hondo/ en lo que fuimos/ resta/ el aire/ lo hace limite/ en lo mas intimo de no estar”. Pienso, asimismo, en camino de montañas y miro, mas que leer, lo que susurra y tiene altura honda, adentramiento de lo elevado: “era/ la noche/ de palabras/ curvas/ suelta/ en el aire/ cercana/ a lo imposible/ hallada/ de si/ al otro lado/ de estar/ limpia/hasta la nada”.
De la vida, wafi salih retiene la fragilidad, lo efímero: lo que vive pierde presencia y su figuración reside en la palabra del poema, solo allí, devuelta a su nada. La visualización instantánea de lo viviente pareciera fijar limites a lo real, se vuelve palabra o pensamiento metafísico que asombra y atrapa.
Amo ese libro porque es imperfecto (“ la imperfección es la cima”, sostiene y ves bonnefoy); porque es un cuerpo vivo. Hallo en el poemas de una exactitud en la forma y en el objetivo que bastaría para exaltarlo, por lo que me place situarlo entre las experiencias esenciales de la poesía venezolana de estos tiempos.








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