martes, 22 de noviembre de 2016

La Discípula del Jung Vivo


   José Miguel Navas

        Wafi Salih es una escritora dispuesta al todo, cercana siempre al riesgo que implica dedicar la vida a la literatura, nació en Valera por allá en mil novecientos sesenta y seis, justo cuando el Boom Latinoamericano hacia de las suyas, y mi escritora favorita ya había publicado su gran novela “la pasión según G.H” por supuesto hablo de Clarice Lispector. El llanto de la recién nacida Wafi era el llanto del Líbano sus antepasados estaban en ella al momento del parto, sin saberlo Salih comenzaba su tránsito por el lenguaje. El lenguaje de llanto.
     Inquietada por el lenguaje después de su llegada del Libano, marcada del desamor por la Patria en guerra y el redescubrir del idioma olvidado, hizo que Wafi escribiera cartas a los nueve años para sus familiares en Beirut, “quería escribir cartas pero el Español me costaba” dice Salih, es entonces el lenguaje la mayor inquietud del hombre pregunto…
        Era 1986 y el mundo estaba consternado por el mayor desastre nuclear de la historia sucedido en Chernóbil Ucrania mientras acá en Venezuela Wafi Salih publica su primer poemario y reproduzco un poema del libro  Adagio “tome la cruz del Cádiz y encontré a Dios en el New York Times”.  Situada en la poesía con una trayectoria impecable 14 libros publicados traducida al Ingles y al Árabe, toma al Haiku como forma de vida y la brevedad como estilo, marcada por lo crepuscular y la memoria.   Esto me hace pensar en Luis Alberto Crespo que habla del ejercicio del borrador en la poesía breve, y es así como Wafi busca la verdadera sustancia  del lenguaje poético, buscando el núcleo hacia lo absoluto.
     En el 2016 Wafi nos sorprende con un libro de Narrativa llamado “Discípula de Jung” un conjunto de 48 relatos, concebidos desde lo poético llegando a lo narrativo, una indagación profunda del YO y la búsqueda de un DIOS tangible. pretendiendo ser un homenaje al Jung de los vivos, es la celebración de los arquetipos, lo consiente y lo inconsciente, la alquimia y las practicas de la fe por lo material. ¿Qué fue real en aquel instante? Se preguntaba Jung, al igual que Salih se hace esa misma pregunta en su cuento  [Alter ego] acá ella nos narra el ideal amoroso, el fracaso de no encontrarse en otro, el padecer del amante en el cuerpo de uno mismo, cito “no me atrevía a confesarle que todos los días su figura caminaba por mis ojos, abiertos para ella, como dos escaleras infinitas” hay melancolía en saber que el otro no existe es difícil comprender al sujeto ese alter ego que nos mancha de culpas e ideales que jamás serán otro, porque sencillamente es nuestra historia, queda entonces Wafi acaso es la Medea Posmoderna. En todo el libro encontraremos rastros de comedia y es el caso de ENTRE MUJERES “La amiga de una amiga mía, contaba: Mi marido me abandonó por una mujer joven y fuerte, él, de mal carácter y achacoso, no era un mal hombre, por eso siempre la bendigo, yo no podría con tanto”. Wafi expone en varios de sus cuentos una crítica ontológica al feminismo enfrentándose ella a los movimientos marcados de los años años 60 y setenta, ella apunta a la burla de su condición de mujer, y afirmándose un ella ante el todo, pues a través de esa carcajada de su persona, adquiere el poder de lo verdaderamente femenino el poderío de saber que la frágil condición de hembra la hace mucho más fuerte que el sexo opuesto, pues entiende que mas allá de un genital en ella había la esencia del ser, que no conoce de sexo sino de lenguajes humanos, es decir en ese mismo cuerpo habitan mujeres y hombres vulnerables a ellos mismos. En el relato “FE-MEMOR Wafi nos narra ese gran encuentro con  lo Femenino, la sinceridad del lenguaje nutre el espíritu con lo superior. Lo interesante de todo esto radica en que Salih no complace ni al discurso feminista ni al machista ella es el discurso de una trascendencia del genero mediante lo escrito. La incomodidad por el discurso es el logro de su aceptación, no es la primera vez que Wafi hace una propuesta de género ya hizo lo propio en su libro de ensayos “Las imágenes de la ausente” publicado en 2012 por Monte Avila Editores.
     Finalizando la lectura de  los cuentos  descubrimos que hay imperfección ella no busca ser perfecta, ella rodea al lector con preguntas, en cuestionarse su lugar en el mundo, no es esa la mayor ambición de la literatura el cuestionar el todo.
     El libro logra un paréntesis entre los generos literarios cuentos como  “Metáfora del vuelo”  y “Augusto” narran el camino de lo poético hacia lo narrativo y viceversa, no hay egoísmo entre ellos sino unificación. Mientras tanto recomiendo la atención en un relato llamado “Eridu” donde encontramos la conciencia de la muerte estando vivos, en donde lo moral queda expuesto y es desmontado, al mismo tiempo un Enfermo de SIDA nos narra su mirada al más allá, y el quiebre de la vida del sano ante la negación de la muerte, todos somos unos cobardes cuando  miramos la muerte por nuestros ojos, quedamos en silencio.
    Dejando atrás todos los paradigmas impuestos por la literatura, la cultura y la política, les invito a leer este maravilloso libro “Discípula de Jung” de Wafi Salih seamos participes de un experimento mas con el lenguaje, reconciliémonos con nuestro idioma e indaguemos nuestro lugar en el planeta.




“DISCÍPULA DE JUNG”, DE WAFI SALIH





                                                                                                          Tomás Martínez Sancho
Llegó con tres heridas:
La del amor, / la de la muerte, / la de la vida.
Con tres heridas viene:
La de la vida, / la del amor, / la de la muerte.
Con tres heridas yo:
La de la vida, / la de la muerte, / la del amor.
Miguel Hernández (Cancionero y romancero de ausencias)
                              
                               Hacer la presentación de la novedosa obra de relatos de Wafi Salih. Que el azar de las redes sociales me llevó a su amistad y su amistad me trajo a su literatura. El caso es que en esta oportunidad hablare de su libro de cuentos. El texto de Wafi se inscribirá, no lo dudo, entre los destacados relatos breves de mujeres venezolanas, tales como los de Laura Antillano o Sol Linares.
Reconocida por todos ustedes por su trayectoria como amante de la cultura, profesora universitaria, y poeta venezolana, –atrevida como es- Wafi incursiona en la narrativa con su “Discípula de Jung”, que hoy nos convoca.
El título da unas claves que no desaprovechamos en esta presentación. En primer lugar, evoca el discipulado de una mujer que sólo recientemente fue sacada de su invisibilización. Sobre su temprana relación con Jung se han realizado un documental y dos películas (Te doy mi alma, del italiano Roberto Faenza, de 2002, es tal vez la más valorada desde claves psicológicas). Me refiero a Sabina Spielrein, rusa y judía, psicoanalista y educadora infantil, con una vida dramática, reprimida por el stalinismo y asesinada a manos de las SS nazis. A esta discípula, a Sabina, remite el título. Con lo que introduce dos pistas, el ser mujer y la psicología, como ejes semánticos presentes en gran parte de los relatos que nos ofrece Wafi.
Voy con el ser mujer. La propia Wafi presta su nombre –y más que el nombre- a la protagonista de un par de cuentos que, con el recurso de la inclusión, abren y cierran la obra. En Alter ego, Wafi es presidenta de la “Sociedad de mujeres por la equidad de género”; en Dicotomía del discurso se ha vuelto Wafi unos párpados llenos de ojos crucificados… Otras mujeres atraviesan el texto: la escritora Minerva Santos (en El lenguaje de los pájaros), la doctora que dicta una conferencia: “La mujer ante el poder” (en Fe menor), la poeta entrevistada para la prensa, la que dice ser la Reina de Saba, Beatriz Cañizales, condenada por el tribunal de la inquisición (en Hereje), la juez Mijares (en La cabeza de la mapanare), la compañera del guerrillero Argimiro… No son apariciones ingenuas. Su ser mujeres contraviene en muchos casos el discurso patriarcal y moralizante, abriendo horizontes de una discursividad compleja en conflicto con los clichés extendidos. Feministas pueden decirse, con certeza, muchos de estos relatos. De un feminismo –por otra parte- sin ingenuidades, vivido en la tensión interior de discurso y vida concreta, entre ejercicio público y praxis amorosa… Y así, la presidenta de la Sociedad de mujeres se distrae pensando en su vestido azul cobalto para la fiesta de fin de año en el decanato, o en su lavaplatos dañado… Y en Fe menor: la conferencista de “La mujer ante el poder” anticipa cómo “en esos cuarenta minutos, esconde(rá) debajo del escritorio, los gritos, golpes, indiferencia y nostalgia, (que) No entrarán (así) en el ciclo de preguntas, y respuestas normadas, sesudas disquisiciones sobre el papel”.
La vida interior de los personajes, su psicología, es el otro eje a que me he referido. La técnica narrativa (con frecuencia relatos en primera persona) permite abundar en ello. Se pone de manifiesto especialmente en los monólogos, casi siempre interiores, de los que sólo cito algunos ejemplos sobresalientes: La novia corrupta de León Yépez (en Reescritura), el sujeto de Luna, luna, oscuro personaje en un grupo de teatro, el travesti sobrino de ex -guerrillero y ayudante de utilería de Entretelones, el narrador perseguido de Carta a mi madre, el pintor abandonado por la pareja y rechazado por la madre en Apostolado, la tesista maría-lioncera de Post-Graduado, la paciente psiquiátrica de Arquetipo (nueva referencia a Sabina y Jung)….
El humor -al que se refiere De Nóbrega en su prólogo-, casi siempre finamente irónico, está presente desde el mismo título. La discípula de Jung, Sabina, se hizo amante y luego maestra. Se sabe que tanto Jung como Freud se enriquecieron, sin reconocerlo explícitamente, de los trabajos de Sabina. Ambos le deben una parte de sus conclusiones, el uno sobre el ánima, y el otro sobre la pulsión de muerte. El discipulado no es, por tanto, en minoridad. Ese tal discipulado desbarata los esquemas reproductivos de unas relaciones verticales. Ahí está el humor con trazos de ironía en el mismo título. La ignota discípula se ha revelado maestra.
Pero el título es sólo un referente. Relato a relato, surgen nuevas brechas –resquicios- para la lectura placentera y atenta de la obra de Wafi. Y aquí viene bien traer el poema de Hernández, con el que abrí esta presentación. Las tres heridas que los rondan: vida, amor y muerte.
Amor y muerte que recogen, vuelvo a lo anterior, los planteamientos de la pulsión de muerte de Sabina-Freud. En la película Te doy mi alma, ante un cuadro sensual de Yudit con la cabeza de Holofernes, inspirado en un texto de las escrituras judeo-cristianas, Sabina pregunta a Jung: ¿por qué lo mata? Para cumplir la voluntad de Dios, dice Jung. Sabina lo niega, y agrega: lo mata porque lo ama.
Amor y muerte se confunden en una misma pasión en varios de los textos que hoy presentamos. Dice la poeta, personaje principal del relato La entrevista: “Quiero a mi muerte viva, cruda, llena de gozos y epítetos, llena de verbos, toda sustantiva y voluptuosa, toda mía, tan íntima que ni siquiera a usted, a usted tan inocente, se le pueda desnudar”. Y añade: “En el amor sucede como en la muerte”. El curioso personaje, escritor de obituarios, en Todo para ti, entrega para su adorada Sonia “el escrito perfecto, la gran palabra, la frase absoluta, original, ella que vivió en cada uno de sus latidos, ahora era la dueña de su muerte”. Y el sujeto de Apostolado termina pintando los lienzos, memorial de su amada, con su propia sangre.
Amor y muerte aquí apuntados, en verso de Miguel Hernández –poeta de la guerra civil española- (y también en la tragedia personal de Sabina), se abren a un horizonte que explosiona la interioridad reducida de cierto psicologismo de élite. Horizonte social, horizonte de conflicto, evidenciado en varios textos de Wafi, en los que se trae a cuento los años de la lucha guerrillera venezolana, señalando nombres e historias: Argimiro (por Gabaldón), Fabricio Trujillo (por Ojeda), y otros guerrilleros anónimos presos por sus acciones revolucionarias.
Referencia a este horizonte y a los años sucesivos de “pacificación”, referencia –digo- no exenta de denuncia –siempre actual-, desenmascaramiento de una sociedad forjada en complicidades. Ex –guerrilleros, que –como se leerá en La cabeza de la mapanare- “cada cual se incorporó a la sociedad, hoy son jueces, profesores de gran reputación, escritores que trillan y trillan el tema de la guerrilla, en sus publicaciones, por marketing”. Y el mismo tema se hallará en Entretelones: “Nicolás, guerrillero, comandante y preso político, se graduó de abogado y ahora es juez…. El juez dijo que estaba bien el despido, se impone la ley sobre la justicia, y asunto resuelto”.
Un nuevo vínculo de lo sociopolítico con la interioridad se descubrirá en el relato, lleno de referencias intratextuales y homónimo del título de la obra, sobre un exguerrillero, paciente psiquiátrico enamorado de su doctora.
En fin; la vida, amor y muerte se cruzan con otro tópico repetido en estos relatos: es el de lo religioso; y lo hacen polemizando, con un fuerte ingrediente de crítica a las instituciones y a los discursos de muerte.
En Hereje se relata la utilización del poder por parte del Cardenal Briceño, para pasar por la hoguera a la mujer que lo inquieta. En La Entrevista se desmonta por hipócrita el discurso religioso del occidente guerrerista que afirma: “Esta bomba va dirigida contra los fanáticos, rebeldes, extremistas, etc. Esta bomba es por la vida, la paz, en nombre de Dios”.
Una religión de rutina, determinismo y muerte, es la que se muestra en Puntos suspensivos, relato en el que se recorren los rituales devaluados de misa y enterramiento, bajo un sol inclemente de cuatro de la tarde; o en Rey de Bastos, en un ritual privado, de viudez, recordatorio de un dolor interminable, que prevé en el quinto aniversario el moldeado de un colibrí con un Cristo pintado en su cuello.
Religión, por contrapartida, trastocada en amor. Así, el amado guerrillero Argimiro es elevado al altar de los santos: “en la pared ahumada, al costado derecho de San Antonio, debajo del ánima sola, tu fotografía iluminando mi cuarto”. O la tesista de Post graduado se deshace de velas, tabacos, y estampitas de San Marcos de León y María Francia, prendada por el recuerdo de su mentor. Y se dirá del obituarista de Todo para ti: Su pecho convertido de por vida en un altar para ella, su único santo.
Termino. Wafi es, en estos relatos y en su pasión por la escritura, una narradora que no deja el poema, ni sus raíces de médano. La intra-textualidad es un recurso para ello. Claramente identificable respecto al poema Beduino (de Los cantos de la noche):
Pájaro / que ha perdido / El canto
En los desiertos / helados / del alma.
Poema al que se remite expresamente en el relato La entrevista, y sobre cuyo sentido se pregunta a la poeta: “La presencia del amor se percibe con sabor a desdicha, a abandono, ¿Es eso el amor, un sujeto quebradizo?”.
Intratextual es la mención a los pájaros en al menos nueve relatos, en obvia referencia a su poemario Pájaro de Raíces, del que extraigo estos versos:
Amo, al pájaro de raíces descifrado en la cruz. Silencio lleno en la senda de piedras en el aire infame.
Pongo las palabras en mi noche, luz vencida de inmóviles alas. Un mundo se inclina sobre el viento en ásperos contornos. Punzante pájaro de piedra en la página indescifrable del vuelo.
Pájaro raíz, pájaro cruz-sufrimiento y pájaro-lágrima o muerte. Así lo recogen los distintos relatos:
“La esencia del pájaro se adquiere en el vientre, igual la esencia del poeta, porque un poeta es como un pájaro” –dirá el personaje principal de Metáfora del vuelo.
“Salí casi corriendo al baño, y un pájaro de agua que anidaba en algún lugar del corazón, subió a los ojos” –se lee en Sor Juana.
“Figuras de piedra talladas, colocadas en orden cronológico sobre el estante, pájaros recordándolo, uno por cada año que lleva ausente” –pájaros de la muerte, en Rey de bastos.
Pero también Pájaro-salvación, extraña salvación, es verdad, en El lenguaje de los pájaros:
“¡Busque en el arte!, que es un lugar salvaje, pero el único lugar posible de salvación de la especie, el único origen. El lenguaje de los pájaros son los jeroglíficos que dibujan con sus alas en el aire”.
Otra posibilidad, parece ser, el hallazgo del pájaro azul de la leyenda oriental -la Wafi de Alter ego- que sólo a los nobles corazones se muestra.
¡Que disfruten el libro, tanto como yo!
           


lunes, 5 de septiembre de 2016

EL DISCIPULADO LÚDICO DE WAFI SALIH



EL DISCIPULADO LÚDICO DE WAFI SALIH

José Carlos De Nóbrega
Puesto el cebo de las primeras palabras dulces, poco hubiera costado después que nos enlazáramos y nos uniéramos en la mano de Dios. Niko Kazantzakis: Zorba, el griego.
     Wafi Salih (Valera, 1966) es una escritora y amiga muy querida por este propagandista compulsivo. Su trabajo poético revela una voz poderosa y enternecedora de múltiples instancias: Desde el cultivo personal, místico y terrenal del haiku en títulos como “Huésped del alba. Poesía reunida” (2006) y “Vigilia de Huesos” (2010); hasta esa paisajística y cartografía del Dolor en la contristación solidaria con el Otro que es “El Dios de las Dunas” (2005), memorial del cordero abatido en El Líbano equiparable a películas como “El Ocaso de un Pueblo” (Volker Slöendorff, 1981) y “Vals con Bashir” (Ari Folman, 2008). En este caso, el Decir Poético se mueve con fidelidad tanto en la celebración de la belleza reposada y cotidiana, como en la inmediatez implacable de la denuncia profética. El Grupo Editorial Negro sobre Blanco nos presenta hoy su primer volumen de cuentos “Discípula de Jung”, materia propicia de esta conversación entusiasta en procura de lectores amigos.
     Este conjunto de cuarenta y ocho relatos, si bien de una riqueza introspectiva, no pretende ser un ejercicio terapéutico ni anti-psiquiátrico. Se nos antoja una exploración de la propia voz escritural que colinda el auto-análisis referido a la edificación del Ars Poética muy suya: Sin desvincular la poesía de la narrativa breve, Wafi desarrolla temas y registros discursivos diferentes respecto a sus poemarios. Encontramos un tratamiento humorístico de tenor irónico y paródico que propone un diálogo cómplice con el lector: No se trata de escribir historias perfectas, sino forjar atmósferas emotivas, líricas y contingentes en el trabajo mismo del habla. El inicio y el cierre del libro no sólo simula una serpiente mordiéndose la cola, sino un acto de autoestima que le tiende una trampa al egotismo de autor: Ella misma es un personaje acosado por un pretendiente torpe, inocuo y obseso: “no me atrevía a confesarle que todos los días su figura caminaba por mis ojos, abiertos para ella, como dos escaleras infinitas” [Alter ego]. ¿Hay una intención solapada por educar sentimentalmente al macho? Quién sabe, sólo que el feminismo auténtico no tiene asidero sin complementarse ni dialogar con el Otro, como ella misma bien lo pondera. Incluso, no evade la contundencia del chiste cruel entre mujeres como indagación en la oralidad que manifiesta un alma escindida víctima de sí: “La amiga de una amiga mía, contaba: Mi marido me abandonó por una mujer joven y fuerte, él, de mal carácter y achacoso, no era un mal hombre, por eso siempre la bendigo, yo no podría con tanto”. En “Arquetipo” se descuelga un humor amargo, si se quiere compasivo, que triza la dependencia desesperada de la paciente con respecto a su alienista o escrutador de almas: La transferencia no halla contraprestación profesional ni afectiva. “Carta a mi madre”, para consternación de los que nos hacemos llamar sobrios, reivindica al perseguido –indigente y paciente psiquiátrico- que hostigado como el niño del pelo verde del film de Losey, logra evadirse de sí mismo y de su prójimo malsano en el mero enclaustramiento a través de la burla más cruel.
     La transparencia expresiva, en tanto vía crucis que conjuga dolor y goce juguetón, decanta la complejidad del discurso en los giros y balbuceos de la perspectiva narrativa, la fusión de géneros literarios y, especialmente, la configuración del clima emocional que chicotea y acaricia al punto el cogote del lector agradecido. “Todo para ti”, no en balde el narrador omnisciente, es una sacudida conducente al amor filial que se exculpa y disculpa en la escritura por encargo de obituarios: el poeta Mariano Díaz Castro se reencuentra en un diálogo conmovedor y humano de ultratumba con Sonia Mercedes. Esto nos retrotrae, valga nuestro terco cariño, la estupenda red de araña que es la novela “La canción de la aguja” de Sol Linares, otro homenaje a la Madre enclavado en lo asombroso y lo paradójico del Amor Loco. Heredera pero no copista de Ramos Sucre, en la inclinación por la Prosa Poética susceptible de confundirse con el cuento, Wafi Salih nos ofrece cuerpos vitalísimos como “El lenguaje de los pájaros” y “Metáfora del vuelo”: En el primero, la poeta Minerva Santos desmonta el discurso mediático y sus hablillas con el lirismo libertario rematado en el aforismo final, “El lenguaje de los pájaros son los jeroglíficos que dibujan con sus alas en el aire”; mientras que en el segundo, el poema en prosa excede el formato escrito para crear una puesta en escena que raya la magia objetual que revisita al padre descocado de Bruno Schulz o la lengua amarillista del Barón Münchhausen. Qué les parece entonces este texto confesional que mixtura la poesía, el habla loca y la historia clínica: “Mi no tiempo, cuando me revuelvo en mi yo inflexivo, mi súper yo arruinado, mi ello improbable, muerdo a mi alter ego de viaje, y siento a mi pobre ego desdoblarse en la cruz de su calvario narcisista, ondulo como una cosa detrás de los alambres. Nada puede romper el hechizo de un ser triste, escrito con tinta”. El ejercicio, además de su musicalidad vecina al be bop de Charlie Parker [por supuesto, el gato de Cortázar mediante], connota un ars poético en prosa que nos remite a los Ejercicios Espirituales de Loyola o el Libro de Job según Jung.
     Otros cuentos apuntan a la inconformidad con el despliegue impune de los poderes fácticos, sin rehuir la alusión política punzante ni la solidaridad militante con los marginados. “La cabeza de la mapanare” es un documento crítico que si bien desdice la enfermedad infantil de la izquierda, pone contra la pared a los conversos y traidores movidos por hilos inquisitoriales y mercachifles, así como también a los torturadores inclementes. Nos insta a releer con pasión rebelde al mexicano José Revueltas. “Eridu” constituye un relato magistral que derriba la moralidad pequeñoburguesa, eso sí, por medio de la recreación condolida y amatoria de la Piedad como género plástico y lírico que se obsequia a un paciente de SIDA. “Hereje” cuenta como requisitoria que embiste al Patriarcado castrador de las mujeres, más allá del contexto medieval e inquisitorial: La intolerancia, la subestimación y el asesinato de ellas sigue mancillando el mundo hoy.
     Estimado lector, te invito a conocer a una de las nuestras, en el convencimiento de que estos cuentos marcarán tu piel y te conducirán a una experiencia estética gratificante. Este llamado es a bailar por la vida con Wafi y Zorba a orillas del Mar Egeo.

     En Valencia de San Simeón el estilita, martes 16 de agosto de 2016.

CONSONANTES DE AGUA.

La inmensidad de lo íntimo

CONSONANTES DE AGUA

Soledad Vasquez Armella. 
Traductora y Poeta

La construcción de una obra editorial implica adentrarse en el universo profundo del autor, génesis del ánimo secreto que motivó su creación. Editar es impulsar el ritmo secreto del libro. Seleccionar a pinza los elementos justos para mover la ola que danza bajo las palabras y lograr que resuenen al tono perfecto, como un eco de ese ánimo secreto, revelado en cada imagen, cada símbolo presentado al lector.
La edición de “Consonantes de agua” de Wafi Salih me implicó indagar en ese ánimo secreto presto de una singular poesía donde se transforma el pequeño espacio íntimo en una inmensidad. Desde dos aguas, la traducción al inglés y la edición del contenido para el libro, tuve la grata experiencia de indagar en sus breves textos que surgen desde resquicios de la memoria de la autora, que mira hacia dentro cuando posa la mirada en el afuera; en la plaza donde juegan los niños, en la sombra de un gato triste, en las grietas de la casa, en la dulce umbra de la luna, llena, como una almohada sola.
Cónsona al espíritu vital del haiku, su obra indaga en la casa-alma de la autora, que ve en lo sencillo, la plenitud de su mundo íntimo. Su casa, como un portal que conecta entre el adentro del hogar; manifiesto en los recuerdos desperdigados en el quehacer cotidiano, y que desde allí viaja hacia lo íntimo vital reflejado en las imágenes del afuera de la casa; la noche, la lluvia y el agua como una constante, el silencio de las tumbas, la ciudad desolada y los seres apenumbrados que la habitan.
Entre ese adentro y afuera, habita en ella una dulce nostalgia del ser y la nada, entre la serena certeza y la tristeza brumosa, entre la mujer amante y la solitaria intimidad de la madre. No es en el tiempo, sino en los espacios, en las esquinas recónditas de su vida cotidiana donde la autora guarda su alegría, el amor, la muerte y el dolor.
Notas sobre la edición
¿Dónde empieza el alma de Wafi Salih, sino a la sombra de un imponente cedro del Líbano?. No hay un símbolo más propicio que este, para enmarcar la niñez y la presente ausencia, tan punzante, que la tierra de las dunas ejerce en la poesía y más allá, en el ánimo secreto de la autora. Por ello al realizar la edición del libro, seleccioné este símbolo como imagen que abre y cierra las páginas de consonantes de agua.
Desde esta primera imagen se hilvanan 18 ilustraciones como 18 fases o temáticas de la poesía de la autora jugando a la pausa larga de una imagen entre cada grupo de 7 poemas:
Desde el cedro como símbolo, en los dos primeros grupos resalta la poesía que aborda temas sobre la nostalgia y la muerte. El niño ante la tumba, la casa lejana del padre ausente, pero latente en la memoria como un cedro derribado en el corazón. Desde allí, para el tercer y cuarto grupo de poemas decidí tomar voces sobre el agua, la luna y la naturaleza como símbolos de una esperanza repentina:
Un relámpago
golpea el estanque
la luna tiembla
El grupo quinto y sexto de poemas, abren y cierran con cósmicas imágenes que ilustran aún la naturaleza, pero desde la contemplación en el encuentro infantil con el mundo; un niño que juega con la luna llena, las ranas que cantan melodías antiguas y un caminito de hormigas. La vida desnuda y despeinada: una vía láctea que habita como Piedritas en un bambú.
Luego el ánimo secreto de la poesía de Salih da un vuelco y en los siguientes tres grupos de poemas, me senté a dialogar con la Wafi Salih mujer amada y mujer amante. En esta particular selección destaca la belleza de la intimidad en los pequeños detalles de la casa, en sutil intimidad entre la imagen onírica como metáfora del amor, por ejemplo en este particular texto:
Descifra
el alfabeto de los pájaros
mi oído en tu pecho
Desde allí, el noveno grupo de poemas inicia con la ilustración emblema y portada del libro, a mi parecer una de las imágenes de mayor fuerza simbólica y profundidad interpretativa de Maldonado, ilustrador del libro, en la imagen se denota una mujer con la luna en el útero, (así me gusta llamarla). Imagen de técnica puntillista que juega entre la mujer duna y la mujer agua.
La selección de haiku para este fragmento versa sobre la mujer intima. La mujer en tránsito del hogar, en reflexión y limpieza con la casa, de la vida y los ánimos pasados,  la esposa y la madre en el silencio ruidoso de la casa.
El décimo grupo sigue dialogando con la mujer, pero en este la vejez, la rosa, la flor, la muerte de la primavera emergen como símbolos centrales que la concilian también con su propia madre. Un grupo particularmente nostálgico de poemas donde la autora se pregunta inquieta sobre el porvenir:
¿quién canta
en las páginas del aire,
el destino de la rosa?

Los últimos seis grupos abordan la poética del adentro y del afuera de la casa- alma de la autora, un cruzar y volver al portal. Las ilustraciones muestran puertas y ventanas como símbolos de un cosmos de lo oculto y lo entreabierto y con ello el juego lúdico de la contemplación. El espíritu vital de la autora danzando entre la conexión adentro; consigo y en sí misma, en la página en blanco, en el fondo quieto de la taza de café y afuera; en el encuentro fugaz con los otros, como una infinidad de sombras de la memoria. Una contraposición entre la vida de los seres que habitan la ciudad desolada, la penumbra del hambre y la espera que resuena cruda en la ventana, detenida ante al silencio sereno del zen en la congoja de café. Finalmente en este viaje hacia dentro del ánimo secreto de Wafi Salih, decidí cerrar la selección con el camino hacia el sentido de conciliación consigo misma y con la figura masculina, en el rostro del hijo y en el encuentro feliz con el padre, en el río, pero fijo solemne en su memoria, como un cedro del Líbano.
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Soledad Vásquez Armella (estado Yaracuy, Venezuela, 1987). Escritora, investigadora, traductora y artista conceptual egresada en Diseño Integral en la UNEY, con destacada labor en el campo de investigación en mitología, religiones venezolanas, arqueología del paisaje y paisaje sonoro, con amplio trabajo individual y colectivo en poesía, arte sonoro y audiovisual. Directora de Fundación Madrelionza, fundadora e impulsora de estudios de paisaje sonoro con colectivo Ecous.


martes, 30 de agosto de 2016


La inmensa nitidez que procura la noche

Por José Miguel Méndez
Reflejaré un espacio poético muy íntimo con la absoluta conciencia de saber que la poesía es indomable. Tan libre, como otear el cielo abriéndose más con sus infinitos mosaicos. Aún sabiendo de lo inefable de la poesía, el ser humano es capaz de hacer hermenéutica de la belleza que navega en el pensamiento y nos aproximamos a su creación, interpretamos el mundo con la literatura y nos nutrimos de su presencia entre amantes.
Wafi Salih recobra a través de sus palabras una intensidad y una consonancia en su haikú, aparece en su discurso poético el elemento de la noche, entre una amplia gama expresiva y no aparece como una palabra que tiende a descifrar un tiempo frente a nuestros ojos, no aparece de forma fortuita, ni azarosa, aunque exista cierta ingenuidad en su frescura al nombrarla; una fuerza minimalista va más allá de la contextura,  forma un inmenso implorar, bifurca los gestos, nos contagia en paisajes que enarbola en sí misma la complejidad del pensamiento existencial. Este lenguaje nos sacude a una angustiada manera de palpar el universo escritural, clama la sublimidad de vivir desde su propia brevedad contemplativa. 
Los griegos de la antigüedad se atrevieron a visionar que dicho elemento de la noche significaba lo ilimitado e indefinido, se percibía  una visión entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Para referirse al estudio del infinito, vale citar lo siguiente:
“…los pitagóricos incluían “lo finito” en la serie de la “tabla de oposiciones” en la cual se hallan la luz, lo masculino, etc. Y “lo infinito” en la serie de dicha tabla donde se hayan la oscuridad, lo femenino, etc… …pero debe tenerse en cuenta, que “lo infinito” es en los pitagóricos –o mejor dicho, los pitagóricos “presocráticos“- más bien “lo indefinido” lo que carece de forma, figura, proporción orden.” 1
La noche vendría a corresponder a la oscuridad, al infinito, es femenina, intensa, sin límite aparente, prescinde de líneas fijas, se dinamiza espacialmente en mosaicos de Van Gogh, induce a perderse por la ausencia de la luz y tener un encuentro con el extrañamiento. Al existir por un atributo propio nos deja hasta sus misterios. Lezama Lima se refirió a la noche como “maestra de pausa” 2, la serenidad donde curva esa geometría del rocío. La ciencia sería insuficiente para precisar la noche, porque el lado humano y sensible también se enriquece cuando acudimos a la fuente del imaginario, que sería lo que recobra en los pensamientos más indescifrable de los seres y nuestro alrededor.
Gastón Bachelard en su refinada visión poética y filosófica manifestaba que la noche vendría siendo un elemento del universo que es posterior a la casa, primero sería el yo, el refugio del hogar donde mora y “alberga el ensueño”3, “el principio unificador y además se “multiplica el consejo de continuidad”5, el espacio íntimo donde expresa ”el primer mundo de los seres humanos” 6, dicha lógica se atribuye en la razonable explicación que partiría de que el ser humano, al tener contacto con la ventana, sería el contacto con el universo, espacio donde emanaría la dialéctica en sí misma, la ensoñación propia de la imaginería.
Discernir el espectro del lenguaje de Wafi Salih sería en sí, un acto de captar su ahondamiento con el maravillarse ante las cosas, un afán de volver al lugar en su máxima territorialidad, donde se extiende más la realidad recreada, pernocta en un arropar toda la intensidad poseída en ella, pareciera sentir en ella que vive como escribe, leer el discurso ante la noche es respirar el primer acontecimiento con su entorno ante su escritura. Es ella.
TERNURA
Desde el umbral
de una espera sin nombre,
la noche en tus ojos
amanece
ajena al frio de mi casa.

Su poesía despoja una diversidad geográfica captada sobre la nocturnidad, manifestándose en cada perspectiva que existe. En ella, ese relieve poético muestra pictóricamente un sueño germinando la noche con la precisión de fotografiar fluidamente, en una voz donde al iniciar la llegada de la amparada del oscurecimiento, en el instante mismo del centelleo de la luz lunar, las estrellas contornan el movimiento.

Cerrando
           los ojos se juntan
           todas las noches

Ella plasma la absoluta irradiabilidad, reposa el razonamiento de una estrella en las palabras, conmueve en el lenguaje a la habitación en calma y así:

La noche.
mira la noche
en el estanque
La huida brevísima es retratada, arropa en pocos trazos esa sensación de la noche reflejándose en el agua que ondula en el estanque, su lenguaje es asombro, descubrimiento, sensación de un beso robado, es un catálogo de arte flotando en el río y perdiéndose en un caudaloso sonido de las aguas.
MIRANDO DESDE LA COLINA
Un pueblo
en el alto silencio,
escribe la luz
en su desamparo.
La imagen de la noche
 disuelta en el agua
Y a la vez la misma imagen es naturaleza vivificada, lo que está arriba desaparece en mayor precisión visual –adquiere textura plástica-. El efecto de la noche también se logra evidenciar en las pequeñas estancias donde pocos se atreven a descifrar el sigilo.
Brilla, brilla
como un lirio mi ciudad
entre nubes

                                                                             Mientras duermo
                                                                             deletrea la noche
                                                                             el aguacero

Para el amante
unos ojos pueden iluminar
la noche entera

                                                                            Medianoche
                                                                            esta tormenta
                                                                            trae tu voz

La noche puede demostrar en poco espacio escritural, un permanente contagio ante el amor o ante aquellas cosas inefables de la pasión pascaliana. Su poder centrífugo logra novelarse, plantea el sentimiento, la reminiscencia y la poesía es sujeto, porque dentro de su lenguaje el pensamiento del ser aparece creando una atmósfera  de sensual parsimonia, la sublimidad está presente en su haikú, donde una vez leída su poesía, nos suscita a la absorta meditación y a la reflexión.
Amado ingrato
la luna de esta noche
me pertenece

                                                                             Amor de ayer
                                                                             a los pies de la noche
                                                                             una  fragancia

Me refleja
en el agua de tus ojos
la noche

                                                                              Besa la noche
                                                                             los labios del amante
                                                                             abandonado                                                                              

 Un relámpago
 tus ojos en el papel
 describen noche

                                                                               Cuando estoy sola
                                                                              dice tanto la noche
                                                                              sobre el tejado

 Un vidente
 quien ve las estrellas
 y ellas le hablan
La poesía es capaz de alternar el volumen de lo sucedido, despierta su agudo cinetismo debido a que crea un efecto desde una escenografía verbal y el plano desplaza la textura imaginaria del lector, acudiendo a ciertas variantes percibidas dejando una fantasía auténtica. Es dinámica.
Llueve y llueve
la luna en pedazos
sobre el río
Una mujer al estar frente a un puente, es la plena comunión con la poesía y si el alma está quebrantada debe volver a la virginal cuenca donde puebla. En la antigüedad, las mujeres utilizaban una canastilla de madera para adivinar el anunciamiento de la llegada de la primavera que despide la estación nocturna y al recoger hojas secas y almendras, debían colocar el bagaje vivido en una página escrita, plasmando el umbral del sentimiento donde nacería el estupor para revolotear la existencia y la permanencia. Wafi Salih tiene la carretilla de madera y ya proclama su sendero literario que llega a múltiples rincones del mundo.
Una vez en una tienda de persianas, un señor con barba blanca contaba una historia en que en un antiguo establo se reunían mujeres con guirnaldas, los hombres tendían girasoles y caracoles sobre sus pies y debían tocar panderetas para que los años no fueran un letargo. Ellas se soltaban el cabello y con nácar y miel, se bañaban  danzando al ritmo de las panderetas. En ese afán relatado, la siento en ella: la literatura femenina venezolana tendrá sus imágenes en la memoria de los amantes de la literatura, Wafi Salih es imagen y esencia trascendida en su voz frente al misterio, repercutirá más allá en el balcón en donde se traducirán la quietud, las persianas se abrirán y mientras un secreto arrulla en el quiebre del río, ella seguirá viviendo en esa inmensa nitidez que procura la noche.
Cuando yo muera,
todas las estrellas
estarán encendidas



REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Bachelard, G. (1958) La Poética del Espacio. Fondo de Cultura Económica. 
Ferrater, J. (1999) Diccionario de Filosofía. Editorial. Sudamericana, Buenos Aires.
Lima,  J. (2006) El Reino de la Imagen. Editorial. Biblioteca Ayacucho, Venezuela.
Salih, W. (1990) Los cantos de la noche. Universidad de los Andes.
Salih, W. (2006) Huésped del Alba. Monte Ávila Editores Latinoamericana.

CITAS TEXTUALES
1. Ferrater, J. (1999) Diccionario de Filosofía. Editorial. Sudamericana, Buenos aires.
2. Lima, J. (2006) El Reino de la Imagen. Editorial. Biblioteca Ayacucho, Venezuela. P. 473.         
3. 4 Bachelard, G. (1958) La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica. P  29.

5. Bachelard, G. (1958) La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica. P  30.


La Mujer Camaleón. (Camaleonwoman)
                                                                                                                             Carlos Pérez Mujica

I
De niño tuve la fortuna de vivir parte de mi infancia en el patio de la casa de mis abuelos. Era un espacio amplio, lleno de árboles frutales, de naranjos, mandarinos, guanábanos, con un aguacate que producía los frutos más cremosos, los más gustosos que he comido, en un recodo, un pequeño cambural de donde eclosionaban por temporadas decenas de morrocoyitos. Jaulas con pájaros en donde turpiales, gonzalitos, azulejos, arrendajos y paraulatas, pico e’ platas, chirulíes, loros y algunas guacamayas competían por deslumbrar con sus colores, con sus cantos y sus acrobacias. Un corral con gallinas, gallos, pollitos, pavos, patos, torcaces, codornices y otro en donde hubo conejos, acures y hasta alguna vez un cerdito manchado que era realmente hermoso. Al fondo del gran patio, recostado de una de sus paredes, el abuelo tenía un galpón, un pequeño depósito en donde guardaba gran cantidad de materiales de construcción, pues fue maestro de obra hasta que el polvillo del cemento y el glaucoma acabaron con su vista. Puntales de madera, tablas de encofrar, gruesas tuberías de cemento, carretillas, palas, picos, espátulas, cucharas, niveles, martillos y cabillas, de todo se apiñaba allí conservando cierto orden y equilibrio cósmico. Ese espacio que recuerdo era rico en escondrijos por decir lo menos, fue donde mis primos y yo pasamos las tardes de la infancia jugando trompo, perinola, metras o imaginando que éramos los “Agentes Fantasma” o alguno de los miembros de la Liga de la Justicia.
Apenas bajábamos del trasporte que nos traía del colegio corríamos zaguán adentro, ¡bendición Yeyita!, ¡bendición Yeyito! (que era como le decíamos a los abuelos), nos tragábamos la distancia del largo pasillo, lanzábamos el bulto con los libros y los deberes sobre una silla y seguíamos, pasando de largo por la cocina hasta llegar al solar de los juegos. Cada tarde, cada uno de nosotros -los primos y yo-, tomábamos el nombre de algún superhéroe y comenzábamos a imaginar. Lo malo del asunto era que, quien iba llegando se apropiaba del mejor personaje, del que tuviera mejores cualidades, del más apuesto, del que contara con mayores superpoderes. No había referencias autóctonas en nuestros juegos, no había personajes vernáculos; Superman, el Capitán América, Hulk, Thör el Dios del Rayo, Batman, iban siendo asumidos por cada uno de los chicos que el azar iba dejando en casa de los abue. Éramos tantos los primos que quien llegaba de último debía conformarse con ser Aquaman o tal vez con un poco de suerte Linterna Verde. Imagínense tamaña decepción para un niño, saquen cuenta de la minusvalía de un superhéroe que, en medio del patio de la nona, rodeado por las estribaciones de la cordillera de la costa, encerrado  en el “Valle de las Damas”, a cientos de kilómetros de la costa ¡comenzara a llamar a las ballenas o a sus delfines amigos!
Para contrarrestar mis retardos vespertinos ideé un truco. Yo, era el mayor de todos los críos de una numerosa estirpe, y creo firmemente que fui el primer control remoto de la historia, ¡sí!. En un tiempo de antenas de bigotes papá me ordenaba -independientemente de la hora, del día o del clima- que saliera de la casa a darle vueltas al mástil hasta orientar el espinazo de aluminio hacia el punto donde se obtuviera mayor recepción, mejor imagen. Tiempos aquellos de apenas unos cuantos canales y entonces… iluminado, en algunas de esas salidas técnicas, me inventé un personaje que se veía en un canal sólo recibido en el televisor de mi casa, que era más poderoso que todos los ordinarios: ¡El Hombre Camaleón!, sí, ¡The incredible Camaleonman!, un héroe que adquiría y es más, mejoraba, los poderes que pudieran ostentar otros personajes a los cuales se enfrentaba, fueran estos buenos o malos. No había manera de que los primos me ganaran con ese ardid, ¡Yo, el bien, siempre triunfaba, así el señor Mauricio -chofer del autobús de mi colegio-, hiciera un alto en la panadería a comprar las cosas que para la cena hacían falta en su casa!.
II
Toda esta remembranza me inunda la memoria al analizar la obra de una poetiza trujillana, Wafi Salih, muy ligada a mis afectos. Esta dama constructora de ilusiones, tiene en el don de la escritura el superpoder de mimetizarse, de transmutarse, de adoptar todas las cualidades del personaje, de la faceta de sí misma en la cual se encuentra inmersa, ella es la Mujer Camaleón, ¡The incredible Camaleonwoman! que, de haber estado con nosotros en aquel universo antaño, hubiese no sólo asumido la morfología de cualquier heroína de las historietas o de la vida real, sino que adquiriría sus habilidades y las hubiese potenciado.
Es así, como en perspectiva larga de su obra, olfateamos mezclándose entre las nieblas serranas, la picardía de típico acento montañés presente en la literatura de Wafi: Tomé la hostia/ bebí del cáliz/ porté la cruz/ leí la biblia// Y encontré a Dios/ en el “New York Times”. (Adagio. Publicaciones del Pedagógico de Barquisimeto. Barquisimeto. N° de edición. 1986); uno la observa de soslayo y alcanza a ver como adquiere conciencia de sus raíces, como se insufla inhalando el aliento ultramarino de su abuelo sufí, trasplantada por sus padres en los ya un tanto distantes seis años de edad y asciende con el viento beduino para regresar a nuestra tierra -su tierra-, con el recuerdo libanés, que deja plasmado en sus primeros trazos publicados: En tu piel/ el sol/ lleva el paso/ a ningún lugar// Caminante/ en el futuro/ de una página// Pájaro/ que ha perdido/ el canto// En los desiertos/ helados/ del alma. (Beduino. Los Cantos de la Noche. Universidad de Los Andes. Mérida. N° de edición. 1990). Esta mítica Mujer Camaleón que asume su femineidad a cada paso, bien deja su impronta en el texto: Sacio mi sed/ en la sombra/ de tus bordes/ como una pantera… (Llamas. Los Cantos de la Noche. Universidad de Los Andes. Mérida. N° de edición. 1990) o se confiesa exploradora del placer: Como beduina/ he recorrido/ los desiertos/ de tu cuerpo/ en la noche (Afandi. Los Cantos de la Noche. Universidad de Los Andes. Mérida. N° de edición. 1990), pero al igual juega como una niña en Cielos Descalzos: Juegan los niños/ piedritas por soldados/ les da el camino (Cielos descalzos. Editorial. Ciudad. N° de edición. Año). La patriota irreverente, cansada del absurdo conflicto entre el pueblo de sus orígenes y el sionismo desatado, alza su voz y grita: Recoge Israel, sobre las líneas de mi mano, el cuerpo del Líbano en tus muertos. (He negado mi destino. El Dios de las Dunas. Editorial. N° de edición. Año).
III
A Wafi Salih le calzan los epigramas: En el río los amantes desbordan la inmensidad (www.estampas.com/2011/03/20/la-vida-en-tres-lineas.), y con imágenes que provienen de la hondonada lejana de los recuerdos nos cautiva: Un paraje/ sembrado/ de gladiolos/ en el espejismo/ de la mirada/ inmóvil (Levedad. Las Horas del Aire. Politécnico de Barquisimeto) a la vez que nos hace reflexionar: Este día sin alma detrás de cada puerta/ deja huella de fantasmas (Ángel del Domingo. Con el Índice de una Lágrima. Año. Editorial). Se descubre como arqueóloga escarbando en los secretos de la literatura precolombina, leyendo en la cosmogonía zapoteca rescatada por Galeano (Galeano E. Memorias del Fuego. Siglo XXI Editores, México. 1991), reinventando el mito de la tortuga quien después de suplicarle al zopilote -nuestro fúnebre grácil zamuro- que la sacara del fango que quedó después de pasado el diluvio universal, es elevada por éste a las alturas del cielo, pero que ante sus reiteradas quejas por el mal olor del avechucho, el sepulcral emplumado la deja caer desgranándose en pedacitos al dar estrepitosamente contra el piso. Perdonada de su impertinencia por los dioses, estos deciden reconstruirla y es por esto que vemos ese mosaico de geométricos trazos remendados en su caparazón: Una piedra/ tallada/ de secretos// Lanzada/ lentamente/ al infinito// Frágil/ y resguardada/ como un pedazo/ de Dios/ caído. (Pájaro de Raíces. Editorial. Ciudad. N° de edición. 2002). El manejo fulgurante del idioma que despliega Wafi en sus textos, nos recuerda de inmediato a Giuseppe Ungaretti “conciso e impresionista por excelencia” como los señala Antonio Colinas en el prólogo de El Dolor, refiriéndose a la escritura del alejandrino (El Dolor. Giuseppe Ungaretti. Ediciones IGITUR. Tarragona. Primera edición. 2000), y que es visible en Soledad: Pero mis gritos/ hieren/ como rayos/ la campana frágil/ del cielo// Se hunden/ aterrados o en la parquedad de Mañana: Me ilumino/ de inmensidad (La Alegría. Giuseppe Ungaretti. Cuadernos del Museo. Museo Jacobo Borges. Instituto Municipal de Publicaciones. Caracas. Primera edición. 1996).
Abordar entonces “Ese corsé silábico, tan severo que nos deja sólo tres líneas -en versos libres y sin sobrepasar las diecisiete sílabas-, para confeccionar una historia, describir un paisaje, dibujar un estado de ánimo o incluso para ir un paso más allá dentro de nuestras mentes y manifestar un sentimiento” (Pérez M. C. Haiku Tropical. Editorial APULA. Mérida. Primera edición. 2005) y lanzarse a la exploración del haiku, ha sido una suerte natural para Wafi Salih a quien le cuadra como otro de los hermosos anillos con que engalana la ternura de sus manos.
IV
Cuando se disecciona la escritura de Wafi Salih tras las huellas del haiku desde sus orígenes, tal vez de manera inconsciente pero palpable, se encuentra encriptado entre los versos del poema Extranjero este Senrŷu: No encuentro/ espacio para mi alma/ enmohecida... (Extranjero. Los Cantos de la Noche. Universidad de Los Andes. Mérida. N° de edición. 1990). La naturaleza como tema y protagonista aparece a cada paso por su bestiario personal en Pájaro de Raíces: El sapo/ acerca la charca/ cuando croa. (Vida. Pájaro de Raíces. Editorial. Ciudad. N° de edición. 2002). Le he leído decir a Wafi en una entrevista, respondiendo a una interrogante lanzada por Fabián Soto Rueda donde inquiría “¿Crees que el haiku ofrece una forma de mirar el mundo?”: “Más que mirar, es ver. Tratar de ver con otros ojos, como dicen algunas religiones orientales: ver con el tercer ojo, la voz de la conciencia. El haiku permite ver más allá de lo evidente, un poco como decía el principito: lo esencial es lo invisible a los ojos, lo que en verdad te hace feliz no tiene que estar en grandes cantidades, ni a la mano”.  (Soto R. F. (20 de marzo de 2011). La vida en tres líneas. www. Estampas.com/2011/03/20/la-vida-en-tres-lineas).
Los versos de Wafi Salih se envuelven de un aire pictórico que recuerda vívidamente la poesía de Tanaguchi Buson, mejor conocido como Yosa Buson, nombre que asumió a los 27 años (Buson Y. Selección de Jaikus. Ediciones Hiperión, S. L. Madrid. Primera edición. 1991) y quien como Matsuo Bashö fue un poeta polifacético, y ambos a criterio de Reginald Horace Blyth son “los dos pilares del haiku” (Blyth. R. H. Haiku. Vol. I. Hokuseido. Tokio. 16ª edición. 1968). Buson, quien además de bardo era pintor, le imprimió a sus versos una exquisitez de sensibilidad, una delicadeza de observación una agudeza y pulcritud en la mirada que sólo un pintor podía proporcionar y con eso revolucionó el género. Esa misma elegancia, ese refinamiento, esa atención al detalle típica del artista plástico está presente en la mirada de Wafi Salih, en la manera casi fotográfica de dejar constancia del trozo de naturaleza que le toca inmortalizar: el gato esparció/ del libro de poemas/ unas camelias (Consonantes de Agua. Editorial. Ciudad. N° de edición. Año).
Comenta Ryukichi Terao: “Los Poetas de Haiku se vacían a sí mismos, no en el sentido del nihilismo europeo sino en el sentido budista de Zen, para fundirse en la naturaleza, y de ese estado espiritual corta un pequeño pedazo de la naturaleza en forma de una imagen poética” (Literaturas al Margen. Ediciones Mucuglifo. Mérida. Primera Edición. 2003) y esa precisamente es la actitud que observamos en la literatura de Wafi Salih, una entrega mística casi, cuando escribe: Todo muere/ sin embargo la aurora/ regresa siempre, o cuando apunta: Cerrando/ los ojos se juntan/ todas las noches (Huésped del Alba. Monte Ávila Editores. Ciudad. N° de edición. 2006). Ese encuadre lúdico con que Wafi aborda la observación de la naturaleza y sus fenómenos aparecen una y otra vez en los textos de su reverenciado Huésped del Alba: Las hormigas/ en fila una tras otra/ destino de soldado o Esta mosca/ sobre mi página blanca/ ¿Qué escribe? (Huésped del Alba. Monte Ávila Editores. Ciudad. N° de edición. 2006) y aflora también en los versos de Vigilia de Huesos: Gato travieso/ al borde de mi cama/ ronroneas, o Noche infinita/ detrás de la puerta/ guarda el viento (Vigilia de Huesos. Ediciones Parada Creativa C. A. Barquisimeto. Primera edición. 2010).
Con la inocencia de una niña la pequeña Wafi se asoma por entre los textos y juguetea con las palabras: La plantita/ pisoteada por los caballos/ hoy dio una flor, (Consonantes de Agua. Editorial. Ciudad. N° de edición. Año), En el cielo/ esa nube sigilosa/ sigue mis pasos (Huésped del Alba. Monte Ávila Editores. Ciudad. N° de edición. 2006). Con la misma sutileza, con el mismo clima afectivo con el que Chiyo Ni -la gran poetiza japonesa- desparrama sugerencias en el “Jisei No Ku” que le escribe a su pequeño hijo fallecido: El Cazador de libélulas/ ¿hasta qué región/ se me habrá ido hoy…? (Rodríguez-Izquierdo F. El Haiku Japonés. Ediciones Hiperión, S. L. Madrid. Cuarta edición. 2001), Wafi Salih nos pica la curiosidad tal vez aguijoneando el morbo cuando dice: ¿Quién ha soplado?/ sobre mi viejo camisón/ pétalos de rosa (Consonantes de Agua. Editorial. Ciudad. Año).
V
La política aislacionista del imperio japonés Shogun-Tokugawa (1868-1910) culminó durante el período de la Restauración Meiji (Molina M. N. Historia de las relaciones diplomáticas Venezuela-Japón (1938-2008). Universidad de Los Andes. Ediciones de la Secretaría. Mérida. 2012) y enseguida al abrirse las compuertas del archipiélago nipón hacia el resto del mundo, se aceleró la difusión de la cultura japonesa por todo el orbe. Los “animistas” ingleses y franceses adoptaron el haiku tempranamente como modelo poético pues encontraron en él, gracias a su concisión verbal y a la utilización fulgurante que hacía de las imágenes, la fórmula magistral largamente anhelada, la piedra filosofal de la “Poiesis” griega. Entre nosotros los hispanoparlantes, fue José Juan Tablada el encargado de trasplantar este género literario a tierras americanas. El primer poemario de este mexicano en el que aparece lo que él denominó “poemas sintéticos”: Un día… fue publicado en 1919 en Caracas por la Imprenta Bolívar (Pérez M. C. Haiku Tropical. Editorial APULA. Mérida. Primera edición. 2005). Desde ese momento, el encuentro de las letras hispanoamericanas con el género literario japonés de mayor difusión, ha ido incrementándose de manera acelerada. Poetas de gran renombre en la literatura americana, tanto del norte -de principios del siglo pasado como Erza Pound, F. S. Flint o R. Aldinton o posteriores a la Segunda Guerra Mundial como los representantes de la “Beat Generation” Jack Kerouak, Allen Ginsberg y Lawrence Ferlinghetti- como del sur -entre los que descollan Octavio Paz, Jorge Luís Borges, Rubén Darío, José Watanabe, Mario Benedetti-, o de las letras hispanas -Federico García Lorca, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez-, han sucumbido ante el influjo del haiku.
La disposición a la contemplación que ha de tener el “haijin” -poeta que compone haiku-, se acerca enormemente a la filosofía del Zen. Esa absorción contemplativa del momento y de la naturaleza que rodea al escritor, ha servido como camino para alcanzar el “satori”, es decir la iluminación que busca el practicante del budismo Zen, por lo que el haiku tanto en su creación como en su lectura, se ha convertido en un ejercicio místico, espiritual.  El encanto oculto del haiku se encuentra en el “toriawase”, método mediante el cual se combinan dos temas, dos escenas separadas por una palabra cortante o “kireji” que hace las veces de gozne para articular los dos hemistiquios resultantes y que, se convierten en dos polos con cargas eléctricas opuestas de donde salta ese chispazo que le otorga vida propia a la composición, el “aware” o alma del poema japonés. Por esto al haiku se le define desde siempre como la poesía de la sensación, del “aquí y ahora” que buscaba reflejar Matsuo Bashö. El haiku cabalga entre la poesía y la espiritualidad.
Dentro del haiku tradicional, dedicado a la contemplación de la naturaleza, existe una palabra que hace referencia a la estación del año en la cual se ubica el poema, esta se denomina “kigo” y obviamente a los escritores de la zona tórrida les resulta difícil de encontrar. El trópico subyuga, confunde, todo el año es una eterna primavera, todo es florecimiento, todo frutos en sazón, algunas veces más seca, otras un tanto más húmeda y esa embriaguez que envuelve los sentidos de quien escribe produce creaciones alucinantes, como en los cuadros cargadas de luz de Armando Reverón o como en los lienzos iridiscentes y vibrantes de Paul Gauguin.
El haiku proviene de la independización del “hooku”(verso de arriba), primera estrofa de un “renga” (“canción encadenada”, en donde dos o más poetas contrapunteaban lanzando el primero una pregunta en un verso de 5-7-5 moras y respondiendo el otro con una estrofa de 7-7 moras, en una estela que podía prolongarse indefinidamente), que a su vez proviene del “tanka” (“canción corta” que consta de dos porciones de 5-7-5 y 7-7 moras) que a su vez deriva del “katauta” forma poética cuya estructura se basa en tripletas de 5-7-7- o 5-7-5 moras, elementos similares a las sílabas nuestras que prefiguró la estructura tradicional de la escritura japonesa. A los haiku que no cumplen con el número y la distribución de las sílabas (5-7-5) se les denomina “ziamari”, tal vez por ello Gustavo Pereira nombró a sus poemas cercanos a la iluminación Zen, “somaris”, aunque el poeta José Pérez aclara: “El somari responde a una idea del poema concebido por su brevedad para estimular el intelecto del otro: lector, escucha, destinatario, receptor, pueblo. Éste justifica el empleo de una técnica formal tradicional de buena parte de la literatura clásica universal: china, japonesa… surge de una vibración interior del poeta como consecuencia de su intelección con el mundo, por lo que entrevé motivaciones diversas como el humor, lo amoroso, lo sugestivo, lo ontológico y lo filosófico, entre otros, producto de su experiencia en el acto creador”. (Pérez J. La cosmovisión del Somari. Fundación Editorial El Perro y La Rana. Caracas. 2013).
Desde sus inicios los poetas japoneses dados a la combinación de géneros, llamaron a sus diarios de viajes “haibun” y en ellos dejaron en sus estrofas pasajes hermosísimos que servían de marco a preciosos haiku como en el renombrado Sendas de Oku de Matsuo Bashö traducido en mancomunidad por Octavio Paz y Eikichi Hayashita: “Parto solo hacia las montañas Yoshino, selva verdaderamente impenetrable. Sobre las cimas se adensan blancas nubes y el valle se sepulta bajo la niebla de la lluvia. Aquí y allá se divisan casitas serranas; hacia poniente se oyen los hachazos de los leñadores y el sonido de las campanas hace eco en el ánimo. Desde tiempos remotos, quienes se aventuraban entre estas montañas para apartarse del mundo a menudo se refugiaban y se escondían en la poesía” (Paz O., Hayashiya E. Sendas de Oku. Barral Editores. Barcelona. 1970).
Cuando un haiku se acompaña de alguna imagen, generalmente dibujos sencillos realizados por el poeta-pintor se llaman “haiga” y en la actualidad es frecuente que estos versos sean escoltados por fotografías que ambientan la concisión de un texto que no permite digresiones, que no da pié al pensamiento discursivo, que no transmite conceptos ni expresa deducciones. El haiku es “una intuición que recoge sensaciones inmediatas”. Como léxico emplea fundamentalmente sustantivos, aunque en nuestro continente se ha permitido ciertas licencias. Escribe Natasha Tiniacos en su breve declaración de guerra contra el haiku: “Matsuo Basho separó el hokku del renga, sus composiciones seguían la forma del hokku. Basho confundía los términos hokku y haiku, pero Masaoka Shiki los delineó. El hokku conserva la tonalidad mientras que el haiku es espiritual”… “Mi historia con el haiku es más bien una postura porque obviamente el haiku no está interesado en nosotros, impone sus diecisiete sílabas. A él no le importa nuestra amistad, viene con su medida le guste a quien le guste. Es odioso, el haiku, no tiene título ni alma. Es cerrado, autoritario y obstruido. El haiku es la puerta que no te elige. El haiku no es como un camión cuyos diecisiete cauchos están justificados, el haiku tiene diecisiete sílabas por antojo. El haiku celebra la tradición del antojo y el límite”. (Tiniacos N. La marcha de los sustantivos: haiku. https://natashatiniacos.wordpress.com/2009/03/31/la-marcha-de-los-sustantivos-haiku/). Y aunque no comparto con Tiniacos su claustrofobia literaria, ni su resquemor a las reglas, tomo su discurso porque resulta ilustrativo para entender -casi que por reducción al absurdo-, una serie de elementos puntuales dentro de este género literario. Si bien es cierto que el haiku no tiene título y que trata de ser objetivo en sus descripciones, de conservarse apegado a la realidad sin verter emociones que contaminen el texto, desde el mismísimo Bashö -quien fue monje mendicante y que escribió sus mejores obras en una eterna errancia- con un depurado estilo Zen, permitió que entre líneas -encriptadas-, se asomaran sus creencias. Su más famoso verso: “Furike ya kawazu tobikomu mizu no oto”, El viejo estanque/ salta una rana/ ruido de agua, ni tiene 17 moras, ni es tan inocente como parece. La imagen sirve de coartada para hablar del ciclo de la vida al contraponer el antiguo embalse con la explosión de vida en el más allá después de sumergirse el batracio en el tránsito de la muerte, para renacer de nuevo en las gotas que dan frescura y vida. Sus diecisiete sílabas responden al ritmo interno del hablar japonés, al “yambo” del que hablaban los griegos y por el cual se nos dan tan felices encuentros a los latinos entre sílabas acentuadas y no. Los nipones tan dados a la categorización y a la preservación de sus tradiciones denominaron a los haiku en donde el haijin refleja sus emociones “senryu”, permitiendo que se dote de sentimientos un texto.
“No es el poeta el que escribe el haiku. Es el mundo el que lo escribe”… “un haijin no es un experto en el uso de las palabras sino un individuo particularmente sensible al mundo”. (Haya V. El espacio interior del haiku. Shiden Ediciones AIXA. Primera edición. España. 2004). No se escoge el haiku como género discursivo, él se acerca a ti y permite que juguetees con sus 17 bloques como el niño con su Lego, pero termina por transformar tu mente, por volverla inocente, llenándola de admiración por todo lo que encuentra a cada paso por el mundo. El haiku te deja en modo ingenuo y andas por la escritura con un eterno “¡Mira, mira eso!”, señalando infantilmente los eventos que ocurren a tu lado.
Cuando el renga degeneró, derivó en divertimento cortesano, en una forma de demostrar el dominio del idioma, de las palabras. Matsuo Basoo desmembró su primer verso el hooku, en búsqueda de la partícula poética pulcra, libre de enrevesamientos que, con el tiempo depura los sentidos, expande el alma y la prepara para la contemplación de la naturaleza y sus fenómenos hasta alcanzar la iluminación, el satori, esa paz que lleva a los lectores a ahondar más allá de los versos en busca de esa puerta que nos enseñaron los antiguos y que hoy se encuentra entreabierta insinuándonos que detrás de ella hay un mundo, un universo por explorar, algo más que buscar.
VI
Desde hace mucho sostengo que, gracias al auge con el que ha florecido el haiku en Latinoamérica desde que fuera plantado en nuestras tierras por José Juan Tablada, el trabajo de los “haijines” hispanohablantes le ha dado nuevas fuerzas al género. Entre sus cultores destacan las voces femeninas que han experimentado con él y le han dado el impulso necesario para que nuestro continente se convirtiera en un crisol, de donde surgen múltiples variantes que reavivan este género nipón. El trabajo de las mujeres poetas, con la total independencia de la que ellas gozan en nuestros tiempos, hace vibrar las letras y en particular el haiku. Escritoras venezolanas como Jean Aristiguieta u Oceanía Oraa, Luz Marina Pereira, Raiza Andrade o nuestra admirada poetiza Wafi Salih, han incursionado con éxito en éste género hasta descollar con sus letras en el universo del haiku.
Sirvan estas cuartillas para celebrar a Wafi Salih, quien ha demostrado a fuerza de creatividad y constancia la vitalidad de este género, la versatilidad del haiku y reafirma en cada uno de sus trazos por qué el título bien merecido de ser La Mujer Camaleón.

Carlos Pérez Mujica
Mérida, 21 de febrero de 2016.