miércoles, 8 de febrero de 2017

SAMÁN ENTRE LA ARENA.





Gabriel Mantilla Chaparro
(carta a Wafi Salih)

Esa febrilidad literaria, expresada en una obra variada en géneros y títulos, en esa incesante manera de mostrarse en espacios y tiempos diferentes, contagiando el goce del quehacer poético entre tantas gentes; la conciencia de que nadie que sea un gran lector, podría “salir ileso” del acto y proceso de la lectura; la manera como la actividad literaria espanta el duende de “la soledad”, de la incomprensión crítica, de una obra realizada, escrita con mucho trabajo para ser leída también con mucho trabajo, una obra que seduce a ser leída con el afecto que ella merece (según el postulado Rilkeano) son cosas, efectos potenciales y nada desestimables, cuando se evidencia que ha nacido de la pasión, la reflexión, la sensibilidad y el oficio. Es más la visión de Orfeo que la de Narciso.
No es lo mismo decir “Abismo de ángeles” que “Ángeles del abismo”; cada quien coloca su cáliz y engulle su hostia a su manera; los símbolos están allí desde lo más ancestral, diciéndonos lo que tenían que decirnos; lo que cambia son las maneras de entender eso que nos dicen y ello no escapa a que sean trastocados por los prestidigitadores de mensajes, por lo que entienden más el caos que la serenidad y sacan provecho de ese desorden abisal en sus espíritus. 
II
Esa eternidad del instante ante lo que se ama, que es a su vez fugacidad y permanencia, que revisa los caminos, los destinos de los seres amados; que los extraña, los invoca y los envuelve en la nostalgia “en cada rincón del mundo” donde hace nido la soledad, la ausencia, y tiñe de cierta desesperanza: “no encuentro espacio para mi alma enmohecida” (Extranjero). No es más que un universal del dolor y un punto más en la saga infinita del ganar y del perder humano.
III
Imposible que el corazón de un Poeta carezca de raíces. A veces estas son tan profundas que el mismo tallo, el mismo árbol las olvida, pero ellas no dejan de existir, sino que fundan su savia en lo más insondable del alma y del corazón del Poeta, en la más espesa sombra donde ninguna luz es suficiente; y es quizá allí donde está Dios, descansando de esa pesada carga que es el hombre; donde Dios se esconde y sólo el alma noble de la Poesía le ve, en silencio.
Entonces, la “diáspora” se torna en ágora, y el pájaro que el Poeta es, vuelve a ejercer su trino de buen aliento, en la mañana clara y fresca y en el crepúsculo hermoso en el que el sol rinde su faena del día. No importan ya el dolor, ni “los desiertos helados del alma” , ni “el llanto lejano”, ni “el dolor que no cesa”, sino que la Vida es como un tren donde a veces es hermoso el lugar que atisbamos pero no lo apreciamos porque no nos atrevemos a limpiar nuestra ventanilla; y es allí, donde en medio de la última desesperación surge la última fuerza; emerge esa “lumbre anegada en el alma” y vuelven aquellos recuerdos gratos, el “recorrido” por “los desiertos” del cuerpo amado en la noche, en el día, en una hora cualquiera; en el perfume que, como un efluvio, emanaba de él, en la manera de viajar y deleitarse en el zumo del Eros.

IV
Sólo amando combate el hombre la muerte; ante el amor no prevalece la “intemperie” y ese es el verdadero y más fuerte “Samán entre la arena”. Desde su copa puedes contemplar la inmensidad de tus silencios, verás pasar el cortejo de tus dudas y extendiendo tu mano hacia el horizonte, podrás entibiar las manos de todos tus caídos, de todos los ausentes y moverla como un péndulo que va desde el horizonte al centro de tu corazón, hasta “encontrar la llave perdida” y salvar las palabras de aquello que llamabas “naufragio”. Acaso vuelvan a ser navegados “los altos ríos de la dicha” y se yerga el alma con la salud de una bella alga, que ha resistido la arremetida de las más grandes olas, en los más embravecidos y misteriosos mares y ningún espejo se quebrará cuando en él, tus ojos de Poeta se miren.

GABRIEL MANTILLA CHAPARRO.
Valle de Santa Rosa, La Guarida del Unicornio
Mérida, 11 de diciembre de 2016.

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