Ingrid Chicote
Para iniciar este pequeño ensayo sobre "Las
imágenes de la ausente" debo comenzar con el comentario de la
contraportada del libro - publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana -
que expresa que "Wafi Salih se propone indagar, delimitar, interpretar la
historia, mitos y relatos: discursos de la cultura que invitan a asomarse a nuevas
formas de subjetividad para referirse a lo femenino", por lo cual, en este
libro se va navegando por un instrumento que permite tener referencias de lo
que somos las mujeres que escribimos.
Abriendo la ventana de esta "subjetividad
de lo femenino" nos dice la autora, quien nació en Valera, donde el
Líbano y la Siria de sus padres le dio vida, (Licenciada en Castellano y
Literatura y Magister de Literatura Latinoamericana egresada de la Universidad
de Los Andes, siendo además, una de las escritoras reconocidas que tiene en su
haber 14 libros publicados entre ensayo y poesía, docente universitaria,
también asistió a la Cátedra Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, España
y fue coordinadora de la Casa de la Poesía "Hugo Fernández Oviol" y
de la Casa Nacional de las Letras "Andrés Bello" capítulo Lara, donde
se dedicó a trabajar en el Taller de Literatura Infantil "Jugando con la
Poesía"), es incansable investigadora y ferviente cultivadora de lo humano
y de lo bello, que:
"Insistentemente se sitúa lo privado-doméstico
en el área de las ficciones articuladas para asegurar la persistencia del
establecimiento cultural, así, se fijan los arquetipos masculinos: ideales de
belleza, conductas legitimantes, que ayer estaban vedadas, pero que hoy el
patriarca licencia y califica, además conceptos de un para sí que aparecen como
conceptos de sí; todos y cada uno funcionando como "medios de inserción
del otro sexo". Juego sin lugar a dudas, que en el menor de los casos pasa
por el deber intangible de la mujer de comprobar que también "ella
puede", situación que viene cruzada de espejismos y bondades; otras veces
queda fijado en la evolución social simulando concesiones, enmascarando con la
razón y la "apertura democrática", el relato de la marginación. El
juego de las ficciones no está exento de la presión en tanto práctica ciudadana
para conquistar espacios".
Así pues desde este planteamiento podemos ver que
al profundizar en las diferencias, debemos entender que no podemos transformar
los modos de convivencia desde los parámetros del capitalismos instituido,
disfrazado en "apertura democrática" mientras que "el
juego de las ficciones" debe construir emancipación de la sinceridad.
En su libro "Las imágenes de la ausente"
podemos leer que "El entramado de las relaciones de poder desborda las
posibilidades del cambio social, eso lo sabe la mujer, que al leer los
indicativos desplegados en la cotidianidad política vivenciada, entiende la
continuidad establecida, no sólo en las manifestaciones más toscas: autoridad,
paternalismo, sino que además en las relaciones interpersonales, hasta en ella
misma, en tanto sujeto de recepción cultural", como que si no nos
fuera suficiente con el útero receptor que nos hace paridoras sino como si las
mujeres fuéramos una antena que recibe todas las concepciones del patriarcado
histórico que, socioculturalmente, ha construido modos de dominación que no es
de lo masculino sobre lo femenino, sino que es lucha de clases.
Esta idea la desarrolla Wafi en el capítulo "Las
márgenes del poder" en el cual aborda la concreción de lo histórico
patriarcal dominando lo femenino, pero que también resulta de una ruptura del
mismo con la emancipación de la mujer y de la igualdad de condiciones. Ya no
somos las mismas. Somos otras en medio de nuestra subjetividad y de nuestra
lucha por la autonomía en todos los aspectos de nuestra existencia.
"Las imágenes de la ausente", aborda,
capítulo por capítulo, el espacio de la desigualdad, la voz como recurso, los
signos de la exclusión, los márgenes del poder, los márgenes del hacer, la
ilusión de ser uno, memoria de otro retorno y memoria de la desesperanza. Es
decir: en el libro hay un orden que va enunciando al lector o la lectora el
desmontaje de los discursos de género para abordar el discurso del poder y sus
entramados que le han impuesto siglos de sometimiento a la mujer desde simples
sustantivos convertidos en complejos modos de lucha y supervivencia desde las
desigualdades, las marginaciones y el devenir de la desesperanza que incluye,
paradójicamente, la esperanza de la autonomía y la emancipación.
La autora expresa que "La trampa que
radicaliza la desventaja del intercambio sexual emana con mayor esplendor, del
ideario de "lo eterno femenino", pues las armas de la mujer: el
lenguaje del cuerpo, que busca seducir, el "arte de gustar" ejecutado
para mantener latente la danza del apareamiento, la simulación del erotismo en
el atuendo, en la voz, en la mirada, en el gesto más simple; las trampas de la
simulación tienen más allá de las estructuras lúdicas, implicaciones netamente
ideológicas".
Así pues el modo aprendido para someter al otro
desde el cuerpo femenino que se vende como mercancía; niñas buenas, mujeres
fatales, divas, amas de casa, la madre, la esposa fiel, la puta o la caperucita
roja emancipada que describe Sol Linares en Percusión y Tomates, es decir los
roles femeninos, son los signos de la exclusión: dice un viejo adagio popular
que las mujeres siempre terminamos acostadas como si el trasfondo de nuestra
sexualidad marca una desgracia y no una libertad de ser "sí mismas".
Es este sentido en el capítulo "Las
márgenes del poder" expresa Salih, ya entrando en lo que se refiere al
arte de escribir desde la mujer, que: "La "carga ideológica"
contenida en el concepto de literatura femenina es un reduccionismo
simplificador de la relación tensional que tiene lugar entre escritor, obra,
lector. La recepción está modelada de por sí en los canales estereotipados de
los valores propios con los que el discurso social estigmatiza al discurso
creativo producido desde la mujer-escritora, por consiguiente, los mecanismos
de legitimación sustraen el valor de lo creado, adicionando con fuerza
inusitada el valor de lo que representa".
Dice más adelante que "El sentido expreso
está lejos del reconocimiento del trabajo, de sus posibilidades
imaginativo-creativas, es más, se configura como un proceso de asimilación en
el cual todo movimiento se desplaza hacia lo ya consensuado
culturalmente, es decir, la dinámica del concepto masculino" (El
subrayado es mío).
Con esto Wafi salih va estableciendo las márgenes
del poder instituido del cual aprendimos a relacionarnos colonizadamente ya que
el juicio: el juicio masculino, impuso su ideario "VERDADERO" con
toda su carga y visión de dominio patriarcal sobre nosotras. Así pues el discurso
de la lucha de clases intenta desmontarse desde lo literario en este libro con
claridad y consciencia de lo que hacemos las mujeres que escribimos, ya no
desde el discurso instituido sino desde el discurso-verdad instituyente de la
literatura como totalidad, cuerpo total, emancipándonos, no desde lo académico,
sino desde la vida con su cotidianidad y su creatividad.
Espero pues que todas y todos tengamos el valor de
leer "Las imágenes de la ausente" escrito en un lenguaje sencillo,
sin retóricas rebuscadas, ausente de pretensiones académicas y altamente
humano. En fin con estas imágenes la autoría sólo pretende encontrarnos en
igualdad de condiciones de quienes ejercemos el oficio de escribir.
MUJERES QUE ESCRIBEN: UNAS LINEAS, POSIBLEMTENTE, TRANSGRESORAS.
Del libro Artesanal Letra (2007):
No escribo para –o por– ser bella,
dulce e inteligente.
Escribo porque soy cínica
desagradablemente franca;
para guarida de polvo y telarañas.
No sé escribir bonito.
Escribo hiel miel con gusanera;
pero con cada frase,
rompo un barrote.
Del libro Artesanal Letra (2007)De Xiomara Ortega
En Las imágenes de la ausente, Wafi Salih
hace una serie de cuestionamientos, de preguntas que reproduzco textualmente:
1.- “¿Al abordar la literatura escrita por mujeres,
al mirar sus personajes y establecer cómo se configuran éstos, no desde la
perspectiva del arquetipo viril-masculino, sino desde la percepción de la
experiencia vital, no nos arrojamos inmediatamente en las fisuras de las
grandes interrogantes?
2.- ¿Hay una sensibilidad especial que marca la
construcción del personaje femenino cuando éste es hechura del hombre?
3.- ¿En qué se diferencia, si este ser-personaje es
producto de la experiencia cultural, de la práctica cotidiana del sujeto
femenino que se escribe, que se describe y se muestra ante el texto?”
Creo que para abordar algunas respuestas a estas
preguntas faltará tiempo pero antes de esto quiero iniciar esta ponencia con
algunas reflexiones sobre la literatura escrita por mujeres.
Muchos conocimientos ancestrales fueron trasmitidos
por nosotras. Tal es el caso de Hipatia en el siglo II de la era cristiana.
Según Sócrates Escolástico “Había una mujer en Alejandría que se llamaba
Hipatia, hija del filósofo Teón, que logró tales conocimientos en literatura y
ciencia que sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su propio tiempo.
Habiendo sucedido a la escuela de Platón y Plotino, explicaba los principios de
la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían de lejos para recibir
su instrucción” ¿Y cuál fue el destino de Hipatia? Morir en un asesinato del
que aún se desconoce el móvil.
Cada cultura en el mundo ha tenido sus escalas de
valoración, sus subversiones y sus modos de ver la existencia. Por ejemplo, las
mujeres druidas escribían las recetas medicinales y luego fueron catalogadas
como brujas y quemadas por la Santa Inquisición de la iglesia católica. Pero
sus recopilaciones fueron utilizadas para formar el vademécum médico de la
cátedra de Medicina de las Universidades de la Edad Media, lugares donde sólo
los hombres tenían acceso. Y tomo estos ejemplos de la cultura ancestral
europea como reflexión sobre el tema que nos convoca hoy: Mujeres que escriben.
Para aportar más sobre el tema en cuestión es
necesario abordar qué hacen las mujeres diferentes al hombre. ¡Claro! hay que
reconocer que somos perfectas pero que durante siglos han querido que estemos
calladitas porque calladitas nos vemos más bonitas. Obedientes porque si no,
somos capaces de perderlo todo, como el caso de Flora Tristán, por ejemplo. Pero
sabemos que jamás seremos dóciles y por eso las mujeres escribimos. Y ¿sobre
qué cosa escribimos las mujeres?
Primeramente escribimos porque tenemos una visión
de mundo, somos curiosas y tenemos a nuestro favor la palabra creadora que, de
paso no tiene género, pero sí tiene motivaciones de poder. La mujer que escribe
tiene poder en sus manos que es el que le aporta la creatividad, el
conocimiento y la formación. Sin embargo, podemos saber que hemos sido
ninguneadas, sometidas, esclavizadas y silenciadas, porque quien maneja el
conocimiento tiene poder y el patriarcado instituido no permitió durante siglos
que fuera posible que tuviéramos un lugar dentro de la intelectualidad. Sin
embargo, en nuestra constancia hemos obtenido grandes logros a través de la
historia.
En nuestro país, en la época de la Independencia,
por allá por 1810, la sociedad estaba dividida y eran los hombres
pertenecientes a la clase dominante de entonces, quienes tenían acceso al
conocimiento, a la universidad. Mientras tanto, las mujeres blancas eran las
que podían ser instruidas dentro de sus casas, hasta que Simón Rodríguez habló
de la educación popular. Y es que era necesario que aprendiéramos a leer, a
escribir, pero sobre todo, a pensar, independientemente de la lucha de clases
establecida, para poder asumir mayores libertades.
Durante siglos hemos sido domesticadas a través de
la Institución FAMILIA. La mujer estaba hecha para el hogar. Las esclavas no
tenían acceso al aprendizaje. Juan Germán Roscio enseñó a sus esclavas a escribir
para que pudiera existir el papel moneda. Eran las esclavas quienes, a través
del aprendizaje de la caligrafía, las responsables de hacer los billetes. Sólo
para mantener el poder y la riqueza se instruyó a las mujeres en la caligrafía,
mas no así en la escritura, aunque las más audaces pudieron aprender a leer y a
escribir, fuera del trabajo asignado. (Alcibiades. Mirla, 2010).
Muchas mujeres se convirtieron en personajes de
grandes novelas, vistas desde el ideal de lo masculino, pero cuando comenzaron
a escribirse, desde su propia feminidad, desde el no estar de acuerdo en morir
de amor, como ocurre en María de Jorge Isaacs, o en Ana Karenina de León
Tolstoi, quisieron contar su propia historia y allí podemos ver a las pioneras
de nuestro país empuñando la pluma con el espíritu rebelde: Teresa de la Parra,
Pálmenes Yarza, Enriqueta Arvelo Larriva, Matilde Mármol, Lydda Franco farías,
Ida Gramcko, Miyó Vestrini, María Calcaño y Olga Luzardo, entre muchísimas
otras.
El cuerpo de las mujeres tomó parte en la escena.
Ese cuerpo dócil, hecho para llevar el trabajo de la casa, para parir los
hijos, provisto de una capacidad para soportar todas las jornadas de trabajo en
sus diversos roles, pero que ahora también se manifiesta a través de la palabra
diciéndole a la humanidad: ya no soy cuerpo obediente, soy presencia pensante y
escribiente. La pasión, el dolor, el aniquilamiento, la rabia, la impotencia,
el amor, el compromiso social y muchos otros sentimientos que se encuentran y
desencuentran, da lugar a una literatura distinta a la escrita por los varones
y que no puede seguir siendo violentada por el silencio. Entonces es válido
responder a la primera pregunta de Wafi Salih:
“¿Al abordar la literatura escrita por mujeres, al
mirar sus personajes y establecer cómo se configuran éstos, no desde la
perspectiva del arquetipo viril-masculino, sino desde la percepción de la
experiencia vital, no nos arrojamos inmediatamente en las fisuras de las
grandes interrogantes?”
Yo diría que nos arrojamos en una fisura donde la
belleza cobra vida y acceso ante el mundo de los lectores que se va
configurando a partir de esa perspectiva de la escritora y su lenguaje que es
un mundo. La mujer entonces se expande como un caos dentro de la creación que
asume y ya no es sólo la que está en el hogar, la que se desarrolla a partir de
la obtención del conocimiento, la peligrosa mujer que es capaz de mirarse y de
mirar a las otras mujeres y escribir para la humanidad sus pormenorizadas
inquietudes sino que cobra espacio vital en las bibliotecas y en las librerías
porque el verbo de las mujeres tiene un poder en la mente de los lectores: un
poder subversivo que alerta a quienes detentaban el título de escritores, o sea
de los varones que se dedicaban escribir, surgiendo de esta manera, una
violencia soterrada, oculta, delicada ante quienes asumen un papel en la
sociedad y se rebelan contra el patriarcado existente, es decir las escritoras.
Esa violencia es muy dinámica y, aunque no parece
hostil, es dolorosamente abordada desde la indiferencia porque ante la
literatura hecha por mujeres surge el fenómeno que somos muchas y que ya no
somos poetizas, como nos llamaron en el siglo XIX, sino que ahora somos
escritoras: de poesía, narrativa, filosofía, crónica, ciencia, psicología y un
incontable número de vertientes escriturales que nos hacen tener presencia en
la literatura y en otras ramas del saber.
Una vez que surgen nuevos enfoques de lo femenino,
a través de la lucha por la paridad, es cuando las mujeres comenzamos a cobrar
vida con nuestra propia voz dentro de los campos del conocimiento y uno de
ellos es la literatura, y es en este momento, en nuestro país, que somos
tratadas con respeto, aunque muchas no seamos parte del currículo de las
universidades, que sería otro tema extenso a tratar.
Es por ello, que convocadas en esa realización de
la búsqueda de horizonte de sentido para lo que hacemos, seguiremos
subvirtiendo el orden de lo instituido, porque en las universidades, por
ejemplo, si bien hubo apertura para el estudio de lo que escriben las mujeres,
éstas siguen siendo las mismas y hay que abrir paso a las nuevas voces que se
han ido erigiendo con su trabajo de perseverancia a través de la palabra
escrita y visibilizar a todas esas mujeres que existen en nuestro país
dedicadas a la experiencia de la palabra.
En cuanto a la construcción de los personajes, hace
mucho tiempo que tuve ente mis manos el Manual de Antiliteratura, que a su vez
era la que llegaba a las grandes masas convertida en fotonovelas y novelas
rosas escritas por Corín Tellado en las revistas como Buenhogar (qué nombre par
una revista de mujeres: siempre las amas de casa y las buenitas) y las
telenovelas escritas por Delia Fiallo y algunas otras que surgían como Jazmin,
en las cuales la construcción de personajes femeninos prevalecía la
idealización de situaciones, conflictos, amenazas que siempre iba a estar
concluida por el final maravilloso: la casita feliz, el perro, el jardín, los
hijos, el marido.
Esta anti-literatura produjo en nuestra sociedad
una manera de ver a la mujer que escribe y entonces se comenzó la
diferenciación con obras como las de Laura Antillano con personajes como la
hija que narra La luna no es pan de horno o la Ciudad Abandonada donde
podemos ver a una ciudad como Caracas con sus miseria, encuentros,
desencuentros, pero ciudad femenina que se mira desde el orden y el caos,
siendo la ciudad un personaje que también se convierte en un mito. Una ciudad
donde un profesor universitario como Diógenes es dueño de una librería
conjuntamente con su mujer y su discurso es la búsqueda del sí mismo, busca el
sentido de su profesión como profesor universitario pero ese discurso no le da
respuestas para la vida.
“Quiere estar solo, necesita estarlo, la proximidad
de Minerva no le permitirá establecer ese espacio del vacío sin ansiedad.
Entonces trataría de buscar respuestas para ella, siempre se ha sabido
explicando el mundo para otros, ahora quiere sus dudas, su propio vacio de
respuestas”
Encontramos entonces esas dualidad de
compañía/soledad donde el varón, visto desde la perspectiva de la mujer es un
ser que se busca a sí mismo pero sin encontrarse. Sin duda alguna, el personaje
masculino visto desde la perspectiva femenina, no encuentra asidero en la
realidad que es imposible sostener entre tantos libros, teorías y análisis que
no le sirven en la vida práctica. No es el caso de la mujer que es capaz de
adaptarse a todos sus roles por costumbre del aprendizaje ancestral y su
capacidad innata de hacer muchas cosas al mismo tiempo, dando la respuesta
adecuada en la circunstancia precisa.
Con esto queremos decir que la anti-literatura
escrita por mujeres para las mujeres es un submundo donde lo femenino juega el
papel de las idealizaciones, lo irreal, la domesticación ante un sueño común:
el príncipe azul, mientras que en la Literatura de nuestras escritoras, por
ejemplo, como Laura Antillano, hay un encuentro con el ser humano que somos
todos, pero que también tiene implicaciones sociales, psicológicas,
filosóficas, políticas generando un avance en la construcción textual pero
también de la construcción de la emancipación escritural que puntea avances
sobre la sociedad en la que estamos contenidas.
Lo femenino se sacudió el mito de Orfeo: He allí la
experiencia vital de las mujeres, que sin duda alguna ya no estamos sujetas al
poder del macho, y que al soltarnos, liberarnos, emanciparnos, el macho nos
mira, asombrado. El poder del hombre es la mujer sujeta a su lado para
dominarla, para que la mujer sólo lo escuche como cosa receptiva. Ya no somos
cosas. Ahora decimos.
En el discurso audaz de Sol Linares en todos sus
libros, especialmente en La Circuncisa, podemos ver, más que un lenguaje
revelador, las circunstancias de sujeción de la hembra que se emancipa de
manera imprevista. Rehace a Olivia, la de Popeye, quien era ese personaje
flaco, famélico, flexible y sincero, para terminar casándola con Brutus, pero
nunca se desliga de Popeye, con quien llevó de por vida una relación epistolar,
siendo la carta que escribe en el cuento “Popeye me casé con Brutus” un
acercamiento a la sinceridad de una mujer que buscaba emociones más allá de ser
salvada.
Dice Olivia en su carta dirigida a Popeye:
“… No me malentienda, pero usted siempre fue lo que
aparentó ser, un hombre bueno. Verá, ser bueno no es suficiente, al menos no
para mí. La virilidad de un hombre bueno fácilmente se sublima con actos de
preclaro altruismo, al que yo no me opongo per se. Pero no quieres a un hombre
bueno porque sea bueno; lo bueno sólo puede beneficiarte. En cambio, no tardé
en encontrar en Brutus sus propios opuestos, de los que me enamoré
enceguecidamente. Ahora lo sé. Lo veo claramente. A la bondad hay que agregarle
ingenio, la tozudez, la malicia, el desparpajo, la valentía y la ternura… Ahora
comprendo que fue entonces una metáfora de la reconstrucción de esta Olivia que
hoy escribe. He descubierto, después de todos estos años, que Brutus tiene la
medida exacta de mi pasión y mi temor por la vida.
En cambio, el amor suyo por mí no era sino una
proyección de justicia, acaso ilusoria y errática. Mi vida habría sido
consumida por un ideal del mundo que en el fondo usted no estaba dispuesto a
traspasar, de manera que la aventura habría acabado en el justo momento en que
Olivia fuera suya.”
He aquí ejemplos de mujeres que van escribiendo
otra historia diferente a las que nos contaron para que la sumisión se
instaurara en nosotras y soñáramos con nuestros héroes y príncipes que jamás
encontraríamos en la realidad.
Es por eso que me parece pertinente traer a
colación la segunda pregunta que inicia el libro de Wafi Salih:
“¿Hay una sensibilidad especial que marca la
construcción del personaje femenino cuando éste es hechura del hombre?”
Por supuesto que hay una sensibilidad especial en
la construcción de la visión de lo femenino desde el varón, que en un momento
es la creación de las mujeres a la medida de ellos. Por ejemplo, Dante
Alighieri, nos presenta a una Beatriz que es la mujer ideal y que quizás
representa, en un sentido simbólico, la utopía de perfección de la humanidad.
Una humanidad que orienta al hombre pero que es una humanidad en femenino.
Otra mujer ideal viene siendo Penélope, que tejió y
destejió una manta conservándose para su amado Odiseo y lo esperó durante los
doce años en que estuvo lejos del hogar, siendo casta a pesar de los
pretendientes que se reunían para que ella eligiera nuevo marido. (Cosa que
sucede cuando las mujeres están solas por decisiones propias. El arquetipo está
internalizado en la sociedad). Helena de Troya se dejó llevar por la pasión y
el enamoramiento pero produjo una batalla que terminó con una ciudad perfecta y
en armonía, enfureciendo a los semidioses, dioses y en su mayoría a todos los
varones que nunca preguntaron por qué Helena de Troya dejó a su viejo, violento
y perverso marido, quien es el que inicia la guerra por el trofeo que era la
belleza de Helena.
En la Biblia apreciamos que Moisés tenía una esposa
joven, hermosa y alegre. Subió a buscar las tablas de la Ley y cuando bajó uno
de los mandamientos que le entregó Yahvé dice (lo transcribo como lo aprendí en
catequesis) “No desearás a la mujer de tu prójimo” o sea: la mujer del prójimo
es propiedad privada, mujer sin prójimo es libre, pero a nosotras no nos dicen
que no deseemos al hombre de nuestra prójima y tampoco le prohíben al hombre
con prójima establecer relaciones con otras si éstas están solteras. ¡Cosas de
la ciencia religiosa!
Vemos cómo Salomón desposa a la Sulamita, virgen en
espera de su noche de boda quien soñaba a su varón con su mirada de gacela y
sus manos que estaban tan ardorosas y que eran capaces de derretir las llaves
en la puerta como se derretía la mirra ¿Qué varón no quiere tener a su
Sulamita?
Otra mujer arquetípica es Betzabé cuya belleza hizo
pecar al rey David quien la miraba bañarse desde su balcón. Vouyerista David
¿Quién lo diría? mandó al esposo de Betzabé a la batalla para que fuera
asesinado pero el pecado fue pagado por ella con la muerte de sus primeros
hijos. Dios varón reprende a David, pero castiga a Betzabé. Y así van a
apareciendo mujeres perfectas durante todos los relatos de la Biblia
concluyendo con María, la madre de Jesús, quien lo parió virgen.
No es hasta que José Saramago se le ocurrió
escribir el Evangelio según Jesucristo que comenzaron las dudas a ser parte de
los mitos internalizados en la sociedad impuestos por las religiones
judeo-cristianas, haciéndole un favor a la sinceridad, provocando una justicia
humana sobre María y Magdalena.
En esta construcción del personaje femenino está la
idealización de una mujer que no existe, por tanto, las mujeres que sí existen
ni son santas, ni diosas, ni putas. Son simplemente mujeres. A través de los
relatos arquetípicos se castiga a la mujer que sale de la regla impuesta por el
hombre, Dios en el caso de Eva, porque siempre ha tenido que guardarse sus
rebeldías para las guerras pero no para la comprensión de su humanidad. Y en
las guerras pasadas y quizás en las presentes, no tienen nombre las heroínas,
salvo contadas excepciones.
Es por eso, o sobre eso, que las mujeres comienzan
a drenar su propia visión de mundo, sus propuestas de lo que es una mujer y sus
aires de libertad, la lucha contra el olvido, la lucha contra el propio
secuestro de su palabra creadora y la lucha contra la violencia del macho que
usa el lenguaje como medio de in-comunicación ante la escritura realizada por
mujeres.
Vinicius de Moraes, en su versión de Orfeo pone en
la boca de Eurídice “Si pudieras escucharme en lugar de verme”. Si
pudieran escucharnos en lugar de vernos… Y es que nos han hecho del tamaño de
la mirada, no de la lectura, no de la escucha, no de la totalidad de lo
humanamente compartido que llevamos en el mundo. Dice Ivonne Bourdelois
respecto al tema de Eurídice y Orfeo en la obra brasileña:
“El regreso al infierno se cierne como amenaza para
la pareja ante la imposibilidad de que el varón escuche a la mujer, que es para
él ante todo presencia visible, física o sexual, antes que palabra portadora de
sentido. Orfeo, mitad dios, mitad hombre, es el creador de la música. El
supremamente escuchable. Nunca el escuchante. La condición impuesta a Orfeo, en
realidad, consiste en superar esta situación de ensordecimiento, y así
responder al deseo más profundo de Eurídice: la de ser oída. Una Eurídice
invisible, que sólo puede ser escuchada, representa para Orfeo el infierno,
porque trastorna todos sus poderes”.
¿No es acaso esto lo que sucede con la literatura?
¿No somos acaso las mujeres que escribimos unas Eurídice? ¿No hemos vulnerado
el espacio de Orfeo al atrevernos a aprender a decirnos, “con la palabra
portadora de sentido” unas trastornadoras de los regímenes de verdad del
patriarcado literario? Una pregunta que intento responder se convierte en otras
preguntas para ser respondidas buscando eso que dicen llamar “horizonte de
sentido”.
Las mujeres co-estamos en una sociedad dominada por
la idea del patriarcado que nos define porque siempre han sido ellos los que
nos piensan. Nos define el varón y al realizar esto quedamos-somos como sujetos
de un sinnúmero de relaciones vitales que nos pormenorizan la existencia. Lo
expresaré mejor con las palabras de Octavia, la que nunca envejece o rejuvenece
y siempre tiene la misma edad, según su padre. Este es el personaje construido,
entre muchos personajes que lleva el hilo conductor de Percusión y Tomates de
Sol Linares:
“Sí, bueno, uno debe hacer algo con lo vivido,
aunque eso vivido no valga mucho la pena de ser contado y lo escrito en ese
papel de carne que es la piel salga igual de sucio cuando entras a la playa.
Hoy amanecí… como decirlo, frágil, como papel de arroz. Se me ha metido en la
cabeza escribir mi autobiografía. Naturalmente. A mi edad los seres humanos
comenzamos a pensar qué hacer con el recuerdo y esas cosas. Nos ponemos
sensibles y autobiográficos. Ah, quien dijo que mi vida era publicable, o peor,
quién dijo que mi vida era legible”
He allí nuestra Octavia que es Eurídice. Dice
Margaret Fuller que "la literatura no consiste en una colección de
libros magníficos, sino en un ensayo de interpretación mutua.” (Bordelaois,
2007).
Entonces vayamos convenciéndonos que la literatura
escrita por mujeres no es un monotema: es un asunto de recursos e
interpretaciones de la multivocidad existente tanto escritoras existen. Orfeos:
escúchennos, mejor, léannos.
La tercera pregunta que hace Wafi al inicio de su
libro es la siguiente:
“¿En qué se diferencia, si este ser-personaje es
producto de la experiencia cultural, de la práctica cotidiana del sujeto
femenino que se escribe, que se describe y se muestra ante el texto?”
Se diferencia en que primeramente somos todas unas
Eurídice abriéndonos caminos en el infierno, queriendo ser salvadas por Orfeo,
que no quiere escucharnos y que al mirarnos nos quedamos sumergidas en el
Hades. No queremos permanecer allí.
O somos Olivia, o Penélope o Helena. O Eva, esa
infeliz que trajo el pecado al mundo y a quien hay que redimir porque ella
ofreció la manzana pero la decisión fue de Adán. Pudo haber dicho que no… Y es
infeliz porque ha sido, por siglos, la mujer de las culpas en lugar de la mujer
emancipada que tomó decisiones por su propia cuenta. Todas, en el fondo, somos
un poco la Eva castigada y excluida del Paraíso.
Entonces las mujeres que escriben, que construyen
sus personajes y sus develaciones poéticas siempre serán como la X que es la
incógnita de todos los problemas matemáticos. Siempre se busca resolver la
ecuación (la ecuación es femenina), pero a veces no se puede develar la
incógnita porque siempre una solución a un problema revela que hay un problema
superior y así siempre habrá una X que revelar en el discurso de los femenino
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