martes, 28 de febrero de 2017

SOBRE “LAS IMAGENES DE LA AUSENTE” DE WAFI SALIH


Ingrid Chicote
Para iniciar este pequeño ensayo sobre "Las imágenes de la ausente" debo comenzar con el comentario de la contraportada del libro - publicado por Monte Ávila Editores Latinoamericana - que expresa que "Wafi Salih se propone indagar, delimitar, interpretar la historia, mitos y relatos: discursos de la cultura que invitan a asomarse a nuevas formas de subjetividad para referirse a lo femenino", por lo cual, en este libro se va navegando por un instrumento que permite tener referencias de lo que somos las mujeres que escribimos.
Abriendo la ventana de esta "subjetividad de lo femenino" nos dice la autora, quien nació en Valera, donde el Líbano y la Siria de sus padres le dio vida, (Licenciada en Castellano y Literatura y Magister de Literatura Latinoamericana egresada de la Universidad de Los Andes, siendo además, una de las escritoras reconocidas que tiene en su haber 14 libros publicados entre ensayo y poesía, docente universitaria, también asistió a la Cátedra Ramos Sucre de la Universidad de Salamanca, España y fue coordinadora de la Casa de la Poesía "Hugo Fernández Oviol" y de la Casa Nacional de las Letras "Andrés Bello" capítulo Lara, donde se dedicó a trabajar en el Taller de Literatura Infantil "Jugando con la Poesía"), es incansable investigadora y ferviente cultivadora de lo humano y de lo bello, que:
"Insistentemente se sitúa lo privado-doméstico en el área de las ficciones articuladas para asegurar la persistencia del establecimiento cultural, así, se fijan los arquetipos masculinos: ideales de belleza, conductas legitimantes, que ayer estaban vedadas, pero que hoy el patriarca licencia y califica, además conceptos de un para sí que aparecen como conceptos de sí; todos y cada uno funcionando como "medios de inserción del otro sexo". Juego sin lugar a dudas, que en el menor de los casos pasa por el deber intangible de la mujer de comprobar que también "ella puede", situación que viene cruzada de espejismos y bondades; otras veces queda fijado en la evolución social simulando concesiones, enmascarando con la razón y la "apertura democrática", el relato de la marginación. El juego de las ficciones no está exento de la presión en tanto práctica ciudadana para conquistar espacios".
Así pues desde este planteamiento podemos ver que al profundizar en las diferencias, debemos entender que no podemos transformar los modos de convivencia desde los parámetros del capitalismos instituido, disfrazado en "apertura democrática" mientras que "el juego de las ficciones" debe construir emancipación de la sinceridad.
En su libro "Las imágenes de la ausente" podemos leer que "El entramado de las relaciones de poder desborda las posibilidades del cambio social, eso lo sabe la mujer, que al leer los indicativos desplegados en la cotidianidad política vivenciada, entiende la continuidad establecida, no sólo en las manifestaciones más toscas: autoridad, paternalismo, sino que además en las relaciones interpersonales, hasta en ella misma, en tanto sujeto de recepción cultural", como que si no nos fuera suficiente con el útero receptor que nos hace paridoras sino como si las mujeres fuéramos una antena que recibe todas las concepciones del patriarcado histórico que, socioculturalmente, ha construido modos de dominación que no es de lo masculino sobre lo femenino, sino que es lucha de clases.
Esta idea la desarrolla Wafi en el capítulo "Las márgenes del poder" en el cual aborda la concreción de lo histórico patriarcal dominando lo femenino, pero que también resulta de una ruptura del mismo con la emancipación de la mujer y de la igualdad de condiciones. Ya no somos las mismas. Somos otras en medio de nuestra subjetividad y de nuestra lucha por la autonomía en todos los aspectos de nuestra existencia.
"Las imágenes de la ausente", aborda, capítulo por capítulo, el espacio de la desigualdad, la voz como recurso, los signos de la exclusión, los márgenes del poder, los márgenes del hacer, la ilusión de ser uno, memoria de otro retorno y memoria de la desesperanza. Es decir: en el libro hay un orden que va enunciando al lector o la lectora el desmontaje de los discursos de género para abordar el discurso del poder y sus entramados que le han impuesto siglos de sometimiento a la mujer desde simples sustantivos convertidos en complejos modos de lucha y supervivencia desde las desigualdades, las marginaciones y el devenir de la desesperanza que incluye, paradójicamente, la esperanza de la autonomía y la emancipación.
La autora expresa que "La trampa que radicaliza la desventaja del intercambio sexual emana con mayor esplendor, del ideario de "lo eterno femenino", pues las armas de la mujer: el lenguaje del cuerpo, que busca seducir, el "arte de gustar" ejecutado para mantener latente la danza del apareamiento, la simulación del erotismo en el atuendo, en la voz, en la mirada, en el gesto más simple; las trampas de la simulación tienen más allá de las estructuras lúdicas, implicaciones netamente ideológicas".
Así pues el modo aprendido para someter al otro desde el cuerpo femenino que se vende como mercancía; niñas buenas, mujeres fatales, divas, amas de casa, la madre, la esposa fiel, la puta o la caperucita roja emancipada que describe Sol Linares en Percusión y Tomates, es decir los roles femeninos, son los signos de la exclusión: dice un viejo adagio popular que las mujeres siempre terminamos acostadas como si el trasfondo de nuestra sexualidad marca una desgracia y no una libertad de ser "sí mismas".
Es este sentido en el capítulo "Las márgenes del poder" expresa Salih, ya entrando en lo que se refiere al arte de escribir desde la mujer, que: "La "carga ideológica" contenida en el concepto de literatura femenina es un reduccionismo simplificador de la relación tensional que tiene lugar entre escritor, obra, lector. La recepción está modelada de por sí en los canales estereotipados de los valores propios con los que el discurso social estigmatiza al discurso creativo producido desde la mujer-escritora, por consiguiente, los mecanismos de legitimación sustraen el valor de lo creado, adicionando con fuerza inusitada el valor de lo que representa".
Dice más adelante que "El sentido expreso está lejos del reconocimiento del trabajo, de sus posibilidades imaginativo-creativas, es más, se configura como un proceso de asimilación en el cual todo movimiento se desplaza hacia lo ya consensuado culturalmente, es decir, la dinámica del concepto masculino" (El subrayado es mío).
Con esto Wafi salih va estableciendo las márgenes del poder instituido del cual aprendimos a relacionarnos colonizadamente ya que el juicio: el juicio masculino, impuso su ideario "VERDADERO" con toda su carga y visión de dominio patriarcal sobre nosotras. Así pues el discurso de la lucha de clases intenta desmontarse desde lo literario en este libro con claridad y consciencia de lo que hacemos las mujeres que escribimos, ya no desde el discurso instituido sino desde el discurso-verdad instituyente de la literatura como totalidad, cuerpo total, emancipándonos, no desde lo académico, sino desde la vida con su cotidianidad y su creatividad.
Espero pues que todas y todos tengamos el valor de leer "Las imágenes de la ausente" escrito en un lenguaje sencillo, sin retóricas rebuscadas, ausente de pretensiones académicas y altamente humano. En fin con estas imágenes la autoría sólo pretende encontrarnos en igualdad de condiciones de quienes ejercemos el oficio de escribir.
MUJERES QUE ESCRIBEN: UNAS LINEAS, POSIBLEMTENTE, TRANSGRESORAS.
Del libro Artesanal Letra (2007):
No escribo para –o por– ser bella,
dulce e inteligente.
Escribo porque soy cínica
desagradablemente franca;
para guarida de polvo y telarañas.
No sé escribir bonito.
Escribo hiel miel con gusanera;
pero con cada frase,
rompo un barrote.
Del libro Artesanal Letra (2007)De Xiomara Ortega
En Las imágenes de la ausente, Wafi Salih hace una serie de cuestionamientos, de preguntas que reproduzco textualmente:
1.- “¿Al abordar la literatura escrita por mujeres, al mirar sus personajes y establecer cómo se configuran éstos, no desde la perspectiva del arquetipo viril-masculino, sino desde la percepción de la experiencia vital, no nos arrojamos inmediatamente en las fisuras de las grandes interrogantes?
2.- ¿Hay una sensibilidad especial que marca la construcción del personaje femenino cuando éste es hechura del hombre?
3.- ¿En qué se diferencia, si este ser-personaje es producto de la experiencia cultural, de la práctica cotidiana del sujeto femenino que se escribe, que se describe y se muestra ante el texto?”
Creo que para abordar algunas respuestas a estas preguntas faltará tiempo pero antes de esto quiero iniciar esta ponencia con algunas reflexiones sobre la literatura escrita por mujeres.
Muchos conocimientos ancestrales fueron trasmitidos por nosotras. Tal es el caso de Hipatia en el siglo II de la era cristiana. Según Sócrates Escolástico “Había una mujer en Alejandría que se llamaba Hipatia, hija del filósofo Teón, que logró tales conocimientos en literatura y ciencia que sobrepasó en mucho a todos los filósofos de su propio tiempo. Habiendo sucedido a la escuela de Platón y Plotino, explicaba los principios de la filosofía a sus oyentes, muchos de los cuales venían de lejos para recibir su instrucción” ¿Y cuál fue el destino de Hipatia? Morir en un asesinato del que aún se desconoce el móvil.
Cada cultura en el mundo ha tenido sus escalas de valoración, sus subversiones y sus modos de ver la existencia. Por ejemplo, las mujeres druidas escribían las recetas medicinales y luego fueron catalogadas como brujas y quemadas por la Santa Inquisición de la iglesia católica. Pero sus recopilaciones fueron utilizadas para formar el vademécum médico de la cátedra de Medicina de las Universidades de la Edad Media, lugares donde sólo los hombres tenían acceso. Y tomo estos ejemplos de la cultura ancestral europea como reflexión sobre el tema que nos convoca hoy: Mujeres que escriben.
Para aportar más sobre el tema en cuestión es necesario abordar qué hacen las mujeres diferentes al hombre. ¡Claro! hay que reconocer que somos perfectas pero que durante siglos han querido que estemos calladitas porque calladitas nos vemos más bonitas. Obedientes porque si no, somos capaces de perderlo todo, como el caso de Flora Tristán, por ejemplo. Pero sabemos que jamás seremos dóciles y por eso las mujeres escribimos. Y ¿sobre qué cosa escribimos las mujeres?
Primeramente escribimos porque tenemos una visión de mundo, somos curiosas y tenemos a nuestro favor la palabra creadora que, de paso no tiene género, pero sí tiene motivaciones de poder. La mujer que escribe tiene poder en sus manos que es el que le aporta la creatividad, el conocimiento y la formación. Sin embargo, podemos saber que hemos sido ninguneadas, sometidas, esclavizadas y silenciadas, porque quien maneja el conocimiento tiene poder y el patriarcado instituido no permitió durante siglos que fuera posible que tuviéramos un lugar dentro de la intelectualidad. Sin embargo, en nuestra constancia hemos obtenido grandes logros a través de la historia.
En nuestro país, en la época de la Independencia, por allá por 1810, la sociedad estaba dividida y eran los hombres pertenecientes a la clase dominante de entonces, quienes tenían acceso al conocimiento, a la universidad. Mientras tanto, las mujeres blancas eran las que podían ser instruidas dentro de sus casas, hasta que Simón Rodríguez habló de la educación popular. Y es que era necesario que aprendiéramos a leer, a escribir, pero sobre todo, a pensar, independientemente de la lucha de clases establecida, para poder asumir mayores libertades.
Durante siglos hemos sido domesticadas a través de la Institución FAMILIA. La mujer estaba hecha para el hogar. Las esclavas no tenían acceso al aprendizaje. Juan Germán Roscio enseñó a sus esclavas a escribir para que pudiera existir el papel moneda. Eran las esclavas quienes, a través del aprendizaje de la caligrafía, las responsables de hacer los billetes. Sólo para mantener el poder y la riqueza se instruyó a las mujeres en la caligrafía, mas no así en la escritura, aunque las más audaces pudieron aprender a leer y a escribir, fuera del trabajo asignado. (Alcibiades. Mirla, 2010).
Muchas mujeres se convirtieron en personajes de grandes novelas, vistas desde el ideal de lo masculino, pero cuando comenzaron a escribirse, desde su propia feminidad, desde el no estar de acuerdo en morir de amor, como ocurre en María de Jorge Isaacs, o en Ana Karenina de León Tolstoi, quisieron contar su propia historia y allí podemos ver a las pioneras de nuestro país empuñando la pluma con el espíritu rebelde: Teresa de la Parra, Pálmenes Yarza, Enriqueta Arvelo Larriva, Matilde Mármol, Lydda Franco farías, Ida Gramcko, Miyó Vestrini, María Calcaño y Olga Luzardo, entre muchísimas otras.
El cuerpo de las mujeres tomó parte en la escena. Ese cuerpo dócil, hecho para llevar el trabajo de la casa, para parir los hijos, provisto de una capacidad para soportar todas las jornadas de trabajo en sus diversos roles, pero que ahora también se manifiesta a través de la palabra diciéndole a la humanidad: ya no soy cuerpo obediente, soy presencia pensante y escribiente. La pasión, el dolor, el aniquilamiento, la rabia, la impotencia, el amor, el compromiso social y muchos otros sentimientos que se encuentran y desencuentran, da lugar a una literatura distinta a la escrita por los varones y que no puede seguir siendo violentada por el silencio. Entonces es válido responder a la primera pregunta de Wafi Salih:
“¿Al abordar la literatura escrita por mujeres, al mirar sus personajes y establecer cómo se configuran éstos, no desde la perspectiva del arquetipo viril-masculino, sino desde la percepción de la experiencia vital, no nos arrojamos inmediatamente en las fisuras de las grandes interrogantes?”
Yo diría que nos arrojamos en una fisura donde la belleza cobra vida y acceso ante el mundo de los lectores que se va configurando a partir de esa perspectiva de la escritora y su lenguaje que es un mundo. La mujer entonces se expande como un caos dentro de la creación que asume y ya no es sólo la que está en el hogar, la que se desarrolla a partir de la obtención del conocimiento, la peligrosa mujer que es capaz de mirarse y de mirar a las otras mujeres y escribir para la humanidad sus pormenorizadas inquietudes sino que cobra espacio vital en las bibliotecas y en las librerías porque el verbo de las mujeres tiene un poder en la mente de los lectores: un poder subversivo que alerta a quienes detentaban el título de escritores, o sea de los varones que se dedicaban escribir, surgiendo de esta manera, una violencia soterrada, oculta, delicada ante quienes asumen un papel en la sociedad y se rebelan contra el patriarcado existente, es decir las escritoras.
Esa violencia es muy dinámica y, aunque no parece hostil, es dolorosamente abordada desde la indiferencia porque ante la literatura hecha por mujeres surge el fenómeno que somos muchas y que ya no somos poetizas, como nos llamaron en el siglo XIX, sino que ahora somos escritoras: de poesía, narrativa, filosofía, crónica, ciencia, psicología y un incontable número de vertientes escriturales que nos hacen tener presencia en la literatura y en otras ramas del saber.
Una vez que surgen nuevos enfoques de lo femenino, a través de la lucha por la paridad, es cuando las mujeres comenzamos a cobrar vida con nuestra propia voz dentro de los campos del conocimiento y uno de ellos es la literatura, y es en este momento, en nuestro país, que somos tratadas con respeto, aunque muchas no seamos parte del currículo de las universidades, que sería otro tema extenso a tratar.
Es por ello, que convocadas en esa realización de la búsqueda de horizonte de sentido para lo que hacemos, seguiremos subvirtiendo el orden de lo instituido, porque en las universidades, por ejemplo, si bien hubo apertura para el estudio de lo que escriben las mujeres, éstas siguen siendo las mismas y hay que abrir paso a las nuevas voces que se han ido erigiendo con su trabajo de perseverancia a través de la palabra escrita y visibilizar a todas esas mujeres que existen en nuestro país dedicadas a la experiencia de la palabra.
En cuanto a la construcción de los personajes, hace mucho tiempo que tuve ente mis manos el Manual de Antiliteratura, que a su vez era la que llegaba a las grandes masas convertida en fotonovelas y novelas rosas escritas por Corín Tellado en las revistas como Buenhogar (qué nombre par una revista de mujeres: siempre las amas de casa y las buenitas) y las telenovelas escritas por Delia Fiallo y algunas otras que surgían como Jazmin, en las cuales la construcción de personajes femeninos prevalecía la idealización de situaciones, conflictos, amenazas que siempre iba a estar concluida por el final maravilloso: la casita feliz, el perro, el jardín, los hijos, el marido.
Esta anti-literatura produjo en nuestra sociedad una manera de ver a la mujer que escribe y entonces se comenzó la diferenciación con obras como las de Laura Antillano con personajes como la hija que narra La luna no es pan de horno o la Ciudad Abandonada donde podemos ver a una ciudad como Caracas con sus miseria, encuentros, desencuentros, pero ciudad femenina que se mira desde el orden y el caos, siendo la ciudad un personaje que también se convierte en un mito. Una ciudad donde un profesor universitario como Diógenes es dueño de una librería conjuntamente con su mujer y su discurso es la búsqueda del sí mismo, busca el sentido de su profesión como profesor universitario pero ese discurso no le da respuestas para la vida.
“Quiere estar solo, necesita estarlo, la proximidad de Minerva no le permitirá establecer ese espacio del vacío sin ansiedad. Entonces trataría de buscar respuestas para ella, siempre se ha sabido explicando el mundo para otros, ahora quiere sus dudas, su propio vacio de respuestas”
Encontramos entonces esas dualidad de compañía/soledad donde el varón, visto desde la perspectiva de la mujer es un ser que se busca a sí mismo pero sin encontrarse. Sin duda alguna, el personaje masculino visto desde la perspectiva femenina, no encuentra asidero en la realidad que es imposible sostener entre tantos libros, teorías y análisis que no le sirven en la vida práctica. No es el caso de la mujer que es capaz de adaptarse a todos sus roles por costumbre del aprendizaje ancestral y su capacidad innata de hacer muchas cosas al mismo tiempo, dando la respuesta adecuada en la circunstancia precisa.
Con esto queremos decir que la anti-literatura escrita por mujeres para las mujeres es un submundo donde lo femenino juega el papel de las idealizaciones, lo irreal, la domesticación ante un sueño común: el príncipe azul, mientras que en la Literatura de nuestras escritoras, por ejemplo, como Laura Antillano, hay un encuentro con el ser humano que somos todos, pero que también tiene implicaciones sociales, psicológicas, filosóficas, políticas generando un avance en la construcción textual pero también de la construcción de la emancipación escritural que puntea avances sobre la sociedad en la que estamos contenidas.
Lo femenino se sacudió el mito de Orfeo: He allí la experiencia vital de las mujeres, que sin duda alguna ya no estamos sujetas al poder del macho, y que al soltarnos, liberarnos, emanciparnos, el macho nos mira, asombrado. El poder del hombre es la mujer sujeta a su lado para dominarla, para que la mujer sólo lo escuche como cosa receptiva. Ya no somos cosas. Ahora decimos.
En el discurso audaz de Sol Linares en todos sus libros, especialmente en La Circuncisa, podemos ver, más que un lenguaje revelador, las circunstancias de sujeción de la hembra que se emancipa de manera imprevista. Rehace a Olivia, la de Popeye, quien era ese personaje flaco, famélico, flexible y sincero, para terminar casándola con Brutus, pero nunca se desliga de Popeye, con quien llevó de por vida una relación epistolar, siendo la carta que escribe en el cuento “Popeye me casé con Brutus” un acercamiento a la sinceridad de una mujer que buscaba emociones más allá de ser salvada.
Dice Olivia en su carta dirigida a Popeye:
“… No me malentienda, pero usted siempre fue lo que aparentó ser, un hombre bueno. Verá, ser bueno no es suficiente, al menos no para mí. La virilidad de un hombre bueno fácilmente se sublima con actos de preclaro altruismo, al que yo no me opongo per se. Pero no quieres a un hombre bueno porque sea bueno; lo bueno sólo puede beneficiarte. En cambio, no tardé en encontrar en Brutus sus propios opuestos, de los que me enamoré enceguecidamente. Ahora lo sé. Lo veo claramente. A la bondad hay que agregarle ingenio, la tozudez, la malicia, el desparpajo, la valentía y la ternura… Ahora comprendo que fue entonces una metáfora de la reconstrucción de esta Olivia que hoy escribe. He descubierto, después de todos estos años, que Brutus tiene la medida exacta de mi pasión y mi temor por la vida.
En cambio, el amor suyo por mí no era sino una proyección de justicia, acaso ilusoria y errática. Mi vida habría sido consumida por un ideal del mundo que en el fondo usted no estaba dispuesto a traspasar, de manera que la aventura habría acabado en el justo momento en que Olivia fuera suya.”
He aquí ejemplos de mujeres que van escribiendo otra historia diferente a las que nos contaron para que la sumisión se instaurara en nosotras y soñáramos con nuestros héroes y príncipes que jamás encontraríamos en la realidad.
Es por eso que me parece pertinente traer a colación la segunda pregunta que inicia el libro de Wafi Salih:
“¿Hay una sensibilidad especial que marca la construcción del personaje femenino cuando éste es hechura del hombre?”
Por supuesto que hay una sensibilidad especial en la construcción de la visión de lo femenino desde el varón, que en un momento es la creación de las mujeres a la medida de ellos. Por ejemplo, Dante Alighieri, nos presenta a una Beatriz que es la mujer ideal y que quizás representa, en un sentido simbólico, la utopía de perfección de la humanidad. Una humanidad que orienta al hombre pero que es una humanidad en femenino.
Otra mujer ideal viene siendo Penélope, que tejió y destejió una manta conservándose para su amado Odiseo y lo esperó durante los doce años en que estuvo lejos del hogar, siendo casta a pesar de los pretendientes que se reunían para que ella eligiera nuevo marido. (Cosa que sucede cuando las mujeres están solas por decisiones propias. El arquetipo está internalizado en la sociedad). Helena de Troya se dejó llevar por la pasión y el enamoramiento pero produjo una batalla que terminó con una ciudad perfecta y en armonía, enfureciendo a los semidioses, dioses y en su mayoría a todos los varones que nunca preguntaron por qué Helena de Troya dejó a su viejo, violento y perverso marido, quien es el que inicia la guerra por el trofeo que era la belleza de Helena.
En la Biblia apreciamos que Moisés tenía una esposa joven, hermosa y alegre. Subió a buscar las tablas de la Ley y cuando bajó uno de los mandamientos que le entregó Yahvé dice (lo transcribo como lo aprendí en catequesis) “No desearás a la mujer de tu prójimo” o sea: la mujer del prójimo es propiedad privada, mujer sin prójimo es libre, pero a nosotras no nos dicen que no deseemos al hombre de nuestra prójima y tampoco le prohíben al hombre con prójima establecer relaciones con otras si éstas están solteras. ¡Cosas de la ciencia religiosa!
Vemos cómo Salomón desposa a la Sulamita, virgen en espera de su noche de boda quien soñaba a su varón con su mirada de gacela y sus manos que estaban tan ardorosas y que eran capaces de derretir las llaves en la puerta como se derretía la mirra ¿Qué varón no quiere tener a su Sulamita?
Otra mujer arquetípica es Betzabé cuya belleza hizo pecar al rey David quien la miraba bañarse desde su balcón. Vouyerista David ¿Quién lo diría? mandó al esposo de Betzabé a la batalla para que fuera asesinado pero el pecado fue pagado por ella con la muerte de sus primeros hijos. Dios varón reprende a David, pero castiga a Betzabé. Y así van a apareciendo mujeres perfectas durante todos los relatos de la Biblia concluyendo con María, la madre de Jesús, quien lo parió virgen.
No es hasta que José Saramago se le ocurrió escribir el Evangelio según Jesucristo que comenzaron las dudas a ser parte de los mitos internalizados en la sociedad impuestos por las religiones judeo-cristianas, haciéndole un favor a la sinceridad, provocando una justicia humana sobre María y Magdalena.
En esta construcción del personaje femenino está la idealización de una mujer que no existe, por tanto, las mujeres que sí existen ni son santas, ni diosas, ni putas. Son simplemente mujeres. A través de los relatos arquetípicos se castiga a la mujer que sale de la regla impuesta por el hombre, Dios en el caso de Eva, porque siempre ha tenido que guardarse sus rebeldías para las guerras pero no para la comprensión de su humanidad. Y en las guerras pasadas y quizás en las presentes, no tienen nombre las heroínas, salvo contadas excepciones.
Es por eso, o sobre eso, que las mujeres comienzan a drenar su propia visión de mundo, sus propuestas de lo que es una mujer y sus aires de libertad, la lucha contra el olvido, la lucha contra el propio secuestro de su palabra creadora y la lucha contra la violencia del macho que usa el lenguaje como medio de in-comunicación ante la escritura realizada por mujeres.
Vinicius de Moraes, en su versión de Orfeo pone en la boca de Eurídice “Si pudieras escucharme en lugar de verme”. Si pudieran escucharnos en lugar de vernos… Y es que nos han hecho del tamaño de la mirada, no de la lectura, no de la escucha, no de la totalidad de lo humanamente compartido que llevamos en el mundo. Dice Ivonne Bourdelois respecto al tema de Eurídice y Orfeo en la obra brasileña:
“El regreso al infierno se cierne como amenaza para la pareja ante la imposibilidad de que el varón escuche a la mujer, que es para él ante todo presencia visible, física o sexual, antes que palabra portadora de sentido. Orfeo, mitad dios, mitad hombre, es el creador de la música. El supremamente escuchable. Nunca el escuchante. La condición impuesta a Orfeo, en realidad, consiste en superar esta situación de ensordecimiento, y así responder al deseo más profundo de Eurídice: la de ser oída. Una Eurídice invisible, que sólo puede ser escuchada, representa para Orfeo el infierno, porque trastorna todos sus poderes”.
¿No es acaso esto lo que sucede con la literatura? ¿No somos acaso las mujeres que escribimos unas Eurídice? ¿No hemos vulnerado el espacio de Orfeo al atrevernos a aprender a decirnos, “con la palabra portadora de sentido” unas trastornadoras de los regímenes de verdad del patriarcado literario? Una pregunta que intento responder se convierte en otras preguntas para ser respondidas buscando eso que dicen llamar “horizonte de sentido”.
Las mujeres co-estamos en una sociedad dominada por la idea del patriarcado que nos define porque siempre han sido ellos los que nos piensan. Nos define el varón y al realizar esto quedamos-somos como sujetos de un sinnúmero de relaciones vitales que nos pormenorizan la existencia. Lo expresaré mejor con las palabras de Octavia, la que nunca envejece o rejuvenece y siempre tiene la misma edad, según su padre. Este es el personaje construido, entre muchos personajes que lleva el hilo conductor de Percusión y Tomates de Sol Linares:
“Sí, bueno, uno debe hacer algo con lo vivido, aunque eso vivido no valga mucho la pena de ser contado y lo escrito en ese papel de carne que es la piel salga igual de sucio cuando entras a la playa. Hoy amanecí… como decirlo, frágil, como papel de arroz. Se me ha metido en la cabeza escribir mi autobiografía. Naturalmente. A mi edad los seres humanos comenzamos a pensar qué hacer con el recuerdo y esas cosas. Nos ponemos sensibles y autobiográficos. Ah, quien dijo que mi vida era publicable, o peor, quién dijo que mi vida era legible”
He allí nuestra Octavia que es Eurídice. Dice Margaret Fuller que "la literatura no consiste en una colección de libros magníficos, sino en un ensayo de interpretación mutua.” (Bordelaois, 2007).
Entonces vayamos convenciéndonos que la literatura escrita por mujeres no es un monotema: es un asunto de recursos e interpretaciones de la multivocidad existente tanto escritoras existen. Orfeos: escúchennos, mejor, léannos.
La tercera pregunta que hace Wafi al inicio de su libro es la siguiente:
“¿En qué se diferencia, si este ser-personaje es producto de la experiencia cultural, de la práctica cotidiana del sujeto femenino que se escribe, que se describe y se muestra ante el texto?”
Se diferencia en que primeramente somos todas unas Eurídice abriéndonos caminos en el infierno, queriendo ser salvadas por Orfeo, que no quiere escucharnos y que al mirarnos nos quedamos sumergidas en el Hades. No queremos permanecer allí.
O somos Olivia, o Penélope o Helena. O Eva, esa infeliz que trajo el pecado al mundo y a quien hay que redimir porque ella ofreció la manzana pero la decisión fue de Adán. Pudo haber dicho que no… Y es infeliz porque ha sido, por siglos, la mujer de las culpas en lugar de la mujer emancipada que tomó decisiones por su propia cuenta. Todas, en el fondo, somos un poco la Eva castigada y excluida del Paraíso.
Entonces las mujeres que escriben, que construyen sus personajes y sus develaciones poéticas siempre serán como la X que es la incógnita de todos los problemas matemáticos. Siempre se busca resolver la ecuación (la ecuación es femenina), pero a veces no se puede develar la incógnita porque siempre una solución a un problema revela que hay un problema superior y así siempre habrá una X que revelar en el discurso de los femenino


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