Adolfo Segundo
Medina
¿Hemos de hablar de haiku, ese parpadeo de la palabra, ese
soplo del aliento, esa ráfaga que, como un celaje, pasa ante nuestra percepción
y nos estremece, nos sacude y nos deja luego entumecidos ante lo
incomprensible? ¿Hemos de hablar de ese chispazo deslumbrante que apenas nos
deja entrever una sombra que pasa rauda; ventana que se abre y se cierra de
golpe y apenas alcanzamos a vislumbrar un rostro, un paisaje, un dolor, algo
sin contorno y al mismo tiempo perfectamente delineado como un amanecer o un
espejismo? ¿Hemos de hablar de ese relámpago que surca el cielo de nuestras
ansiedades, de nuestros sueños, advertencia inobjetable de nuestra precariedad,
de nuestro transcurso efímero por la vastedad del universo?
¿Hemos de desentrañar significados en aquello que es
multiplicidad, arcoíris, sinfonía, conversación multívoca del mundo, ronda
multicolor de animalitos como en Cielos descalzos donde iguanas,
gallinas, ovejas, pulpos, mariposas, burritos, cangrejos, luciérnagas,
cerbatanas, morrocoyes, cocuyos, abejas, monitos, pájaros, perezas, pececitos,
sirenas, caballitos de mar, asisten en la brevedad del poema como una canción
de estrofas leves para los niños y las niñas de las escuelas de nuestros
pueblos. Niños y niñas que asisten entusiasmados al aprendizaje a ser adultos.
Niños y niñas con la ilusión de la inocencia, que entrelazan sus manitas en
esta ronda, melodía del cielo que Wafi teje con amor infinito?
Me siento sobrecogido de pavor, atónito ante la magnitud de tal
osadía. ¿El haiku, diecisiete sílabas en tres versos así, cinco, siete, cinco?
¿Decir que su origen es japonés, que se deriva de la tanka que tenía
cinco versos en dos estrofas, la primera de tres y la segunda de dos, que el
kaiku es prácticamente el primer terceto de la tanka? ¿Qué ganamos con
ello? ¿Que Tablada, el mexicano aquél, lo trajo y de ahí comenzó a expandirse
en América latina? Bueno sí y… Quizás haya muchos, en el universo poético
americano, que hayan escrito tan breve que, por su misma brevedad, sus versos
han desaparecido en el incendio del olvido. El asunto es de mayor trascendencia
y no tiene que ver con medidas y postulados originarios. El haiku de Wafi, si
es que así debemos llamarlo, es ese estado del espíritu que capta, que captura
la brevedad de la vida, que, cual proceso fotográfico, estampa cada instante
del transcurrir del todo, cada latido de la existencia, fotograma que se
desarrolla en sepia y que adquiere color y movimiento en el lenguaje, en el
decirlo y nombrarlo. Ese fulgurante momento de cada paso del tiempo lo atrapa
Wafi y lo convierte en poema, diciendo lo que es en su justo momento. Su
maestría es única, y trascendente. ¿Qué vamos a buscar más allá de lo que Wafi
dice. Viene el colibrí y chupa la flor y es un beso, croa una rana en la noche
y es el grito del silencio, llora una niña y sus lágrimas son la lluvia, va el
sol ya declinando y es un anciano que va hacia su tumba, un gato dormita en el
alféizar de una ventana y ahí está la paz del alma, un diamante es una gota de
rocío en una hoja, arrastra el viento hojas secas, eso es el olvido, pero
también el recuerdo, un grito en la noche, la necesidad, o un orgasmo del
tiempo. ¿Que vamos a estar buscándole a estos poemas una significación distinta
a la que expresan?
¿No lo véis? ¿No sientes el pálpito, el
golpe seco, la caricia tenue y ligera casi imperceptible de su mano? ¿Qué
tienes por alma? ¿Un circuito, un microchip programado de banalidades?
¡Arráncate esos alambres! ¡despójate de la silicona que recubre tu sentimiento!
No de otra manera penetrarás en este instante. No podrás atrapar en tu mirada
el desplazamiento vertiginoso de la estrella fugaz que surca el firmamento en
la noche oscura de tus incertidumbres. Acércate, abiertos los sentidos a este
susurro, Wafi te habla, y no te niega su voz para decirte lo que su alma
percibe, lo que su mano y su corazón atrapan como suspiro de la vida, como
estremecimiento, como vibración, como vértigo repentino, violento y dulce de la
existencia, para que te sumerjas y flotes simultáneamente en el abismo del amor
y la sinrazón, límites ilusorios pero definitivos de nuestro tránsito.
En Cielo avaro,
cuya avaricia contradice su naturaleza, Wafi Salih te entrega, a manos llenas,
pletóricas y generosas, estas Moras, esta sabiduría inconclusa vestida con la
seda de la ancestralidad y la justicia. Te da, sin pedirte nada, su diente
partido, su hijo ausente, su amigo moribundo, su padre inmigrante, su profesión
menoscabada, su aliento a dátil, a cedros derrumbados, a desierto bombardeado,
a montañas nubladas que acogen su soledad.
¿Qué más quieres, querido lector? Te lo da todo Wafi Salih en
un cielo que todo te lo ha negado. Te entrega su legado, su alma. Ella entera,
se entrega a ti, en esta orgía de voces, de suspiros, de pálpitos, y no te pide
nada a cambio, no te requiere, sólo pone allí su huella, su dedo pulgar y te
dice: “he aquí, mi voz / mi ternura y mi rabia / Yo, Wafi Salih”
No hay comentarios:
Publicar un comentario