miércoles, 20 de enero de 2021

YO, WAFI SALIH

 

 Yo, Wafi Salih

Adolfo Segundo Medina

 “Huésped del alba”, “A los pies de la noche”, “Caligrafía del aire”, “Cielos descalzos”, “Vigilia de huesos”, “Consonantes de agua”, “Honor al fuego”, “Sojam”, “Fadua”, “Zafa (Cuentas del sal)” y “Akbel”, son los once libros que Wafi Salih nos entrega en esta antología del haiku escritos entre 1985 y 2018, reunidos bajo el título de Cielo avaro que, contrario  a lo que su calificativo expresa, pues el avaro atesora riquezas y no las comparte, este cielo de Wafi, construido con una constelación de poemas breves, nos obsequia, generoso, su fortuna espléndida a nuestra lectura.

¿Hemos de hablar de haiku, ese parpadeo de la palabra, ese soplo del aliento, esa ráfaga que, como un celaje, pasa ante nuestra percepción y nos estremece, nos sacude y nos deja luego entumecidos ante lo incomprensible? ¿Hemos de hablar de ese chispazo deslumbrante que apenas nos deja entrever una sombra que pasa rauda; ventana que se abre y se cierra de golpe y apenas alcanzamos a vislumbrar un rostro, un paisaje, un dolor, algo sin contorno y al mismo tiempo perfectamente delineado como un amanecer o un espejismo? ¿Hemos de hablar de ese relámpago que surca el cielo de nuestras ansiedades, de nuestros sueños, advertencia inobjetable de nuestra precariedad, de nuestro transcurso efímero por la vastedad del universo?

¿Hemos de desentrañar significados en aquello que es multiplicidad, arcoíris, sinfonía, conversación multívoca del mundo, ronda multicolor de animalitos como en Cielos descalzos donde iguanas, gallinas, ovejas, pulpos, mariposas, burritos, cangrejos, luciérnagas, cerbatanas, morrocoyes, cocuyos, abejas, monitos, pájaros, perezas, pececitos, sirenas, caballitos de mar, asisten en la brevedad del poema como una canción de estrofas leves para los niños y las niñas de las escuelas de nuestros pueblos. Niños y niñas que asisten entusiasmados al aprendizaje a ser adultos. Niños y niñas con la ilusión de la inocencia, que entrelazan sus manitas en esta ronda, melodía del cielo que Wafi teje con amor infinito?

Me siento sobrecogido de pavor, atónito ante la magnitud de tal osadía. ¿El haiku, diecisiete sílabas en tres versos así, cinco, siete, cinco? ¿Decir que su origen es japonés, que se deriva de la tanka que tenía cinco versos en dos estrofas, la primera de tres y la segunda de dos, que el kaiku es prácticamente el primer terceto de la tanka? ¿Qué ganamos con ello? ¿Que Tablada, el mexicano aquél, lo trajo y de ahí comenzó a expandirse en América latina? Bueno sí y… Quizás haya muchos, en el universo poético americano, que hayan escrito tan breve que, por su misma brevedad, sus versos han desaparecido en el incendio del olvido. El asunto es de mayor trascendencia y no tiene que ver con medidas y postulados originarios. El haiku de Wafi, si es que así debemos llamarlo, es ese estado del espíritu que capta, que captura la brevedad de la vida, que, cual proceso fotográfico, estampa cada instante del transcurrir del todo, cada latido de la existencia, fotograma que se desarrolla en sepia y que adquiere color y movimiento en el lenguaje, en el decirlo y nombrarlo. Ese fulgurante momento de cada paso del tiempo lo atrapa Wafi y lo convierte en poema, diciendo lo que es en su justo momento. Su maestría es única, y trascendente. ¿Qué vamos a buscar más allá de lo que Wafi dice. Viene el colibrí y chupa la flor y es un beso, croa una rana en la noche y es el grito del silencio, llora una niña y sus lágrimas son la lluvia, va el sol ya declinando y es un anciano que va hacia su tumba, un gato dormita en el alféizar de una ventana y ahí está la paz del alma, un diamante es una gota de rocío en una hoja, arrastra el viento hojas secas, eso es el olvido, pero también el recuerdo, un grito en la noche, la necesidad, o un orgasmo del tiempo. ¿Que vamos a estar buscándole a estos poemas una significación distinta a la que expresan?

¿No lo véis? ¿No sientes el pálpito, el golpe seco, la caricia tenue y ligera casi imperceptible de su mano? ¿Qué tienes por alma? ¿Un circuito, un microchip programado de banalidades? ¡Arráncate esos alambres! ¡despójate de la silicona que recubre tu sentimiento! No de otra manera penetrarás en este instante. No podrás atrapar en tu mirada el desplazamiento vertiginoso de la estrella fugaz que surca el firmamento en la noche oscura de tus incertidumbres. Acércate, abiertos los sentidos a este susurro, Wafi te habla, y no te niega su voz para decirte lo que su alma percibe, lo que su mano y su corazón atrapan como suspiro de la vida, como estremecimiento, como vibración, como vértigo repentino, violento y dulce de la existencia, para que te sumerjas y flotes simultáneamente en el abismo del amor y la sinrazón, límites ilusorios pero definitivos de nuestro tránsito.

En Cielo avaro, cuya avaricia contradice su naturaleza, Wafi Salih te entrega, a manos llenas, pletóricas y generosas, estas Moras, esta sabiduría inconclusa vestida con la seda de la ancestralidad y la justicia. Te da, sin pedirte nada, su diente partido, su hijo ausente, su amigo moribundo, su padre inmigrante, su profesión menoscabada, su aliento a dátil, a cedros derrumbados, a desierto bombardeado, a montañas nubladas que acogen su soledad.

¿Qué más quieres, querido lector? Te lo da todo Wafi Salih en un cielo que todo te lo ha negado. Te entrega su legado, su alma. Ella entera, se entrega a ti, en esta orgía de voces, de suspiros, de pálpitos, y no te pide nada a cambio, no te requiere, sólo pone allí su huella, su dedo pulgar y te dice: “he aquí, mi voz / mi ternura y mi rabia / Yo, Wafi Salih”

 


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